miércoles, 15 de febrero de 2017

ETA en las calles: el sadismo del apoyo civil al terrorismo



Tres fotografías escenifican la presencia de ETA en las calleas vascas. La tragedia de un terrorismo sádico, que masacra a los más débiles, para buscar objetivos falsarios que sólo engrandecen el poder de la Alta Burguesía, con la justificación, de un nacional-idealismo fabricado por los negadores de la vida y los jerarcas adinerados del capital comunitario, embrutecidos por el Sistema clandestino, con el propósito de dirimir a la ciudadanía libre.



ETA no es más que una banda de asesinos, de criminales que fueron engañados bajo una serie de valores icónicos, con el pretexto de factores históricos que pervirtieron la quintaesencia de un pueblo preindoeuropeo.

El sadismo se inició cuando en 1960 Begoña Urroz, de 22 meses, fue asesinada por ETA al quedar abrasada por una bomba que los etarras colocaron en la estación de Amara (Guipúzcoa). La deflagración de una maleta incendaria, que se encontraba en un armario del almacén de la estación, provocó que esta niña sufriera el impacto de lleno, cuando su madre la dejó con una tía suya que trabajaba en la estación. El 90% de su cuerpo quedó achicharrado, y unas horas después, fallecería en la clínica del Perpetuo Socorro, ante las lágrimas de sus padres: la respuesta del pueblo vasco fue la del silencio. La ETA cobarde no lo reivindicó, y el asesino o asesina quedó impune.

ETA nació del idealismo. El nacionalismo de la burguesía política y religiosa se derivó en una forma de violencia que trasladó una psicopatía escalofriante hasta las calles del País Vasco. Un terrorismo político con basamento social, es ya un estado de degeneración. Y lo peor, es que el fanatismo estuvo sembrado por unas clases altas que pudieron, de esta forma, engendrar una dictadura del terror.

ETA ha asesinado en 40 años de existencia a más de 800 personas, al parecer, la cifra supera un poco los 850, entre las cuales, casi 350 se trata de civiles, el resto, son fuerzas policiales y militares, sin olvidar, a determinadas personalidades políticas. Más de 300 asesinatos se encuentran indemnes; se descatalogaron, y las autoridades los abandonaron en ficheros polvorientos.

Así, al hablar de la cifra de muertos, tenemos en cuenta estos datos, sin incluir el atentado  contra cuatro trenes de la red de Cercanías de Madrid del 11 de marzo de 2004, que provocó el asesinato vil de 192 ciudadanos, ni tampoco, el incendio del Hotel Corona de Aragón, que ocasionó la muerte de 83 personas, en 1979, aunque la cifra en verdad es superior, si se tienen en cuenta los heridos que se cuentan por decenas. 

En el 11-M hay mil dudas, aunque descarto la posibilidad de ETA. Ahora, debo subrayar que el 25 de diciembre de 2003 un comando etarra trató de volar la estación de Chamartín con un tren-bomba que habría provocado una masacre, la misma que la del 11-M, pues fue el mismo método, con la diferencia, de que la estación era distinta, pero usando la misma metodología de maletas-bomba. ¿Fue un advenimiento de ETA de lo que iba a pasar el 11 de marzo de 2004? Las casualidades no existen en terrorismo, aunque, tal vez, ese supuesto atentado estaba amañado, era un señuelo para introducir en nuestro inconsciente la amenaza real de que ETA quería realizar una matanza de civiles españoles. ¿Por qué ETA usó a dos inexpertos para esa gran acción? ¿Buscaban realmente ese atentado?

Además, en la madrugada del 29 de febrero de 2004, en una noche hibernal de viento y nieve como no se recuerda en el norte de España en 20 años, se interceptó a dos furgonetas con 536 kilos de explosivos, en Cuenca, dirigida hacia Madrid. Dos etarras de 25 años, sin experiencia terrorista, (sólo uno de ellos había hecho alguna cosa pero de poco alcance en la kale borroka), fueron los utilizados por la banda terrorista vasca para una entrega tan importante. Según estos tipos, iban a dejar la furgoneta en una zona industrial de Madrid para un atentado sin víctimas: no tiene sentido. Además, fue increíble que ETA usase el coche particular de un miembro de la organización para una operación de traslado de explosivos.

A esto, le sumamos que el CNI redactó un informe en el que expresaba que ETA disponía de una nueva tecnología para atentar, y era la de usar teléfonos móviles como iniciadores para detonar las cargas explosivas. El último Comando Madrid detenido en 2002 en la capital española, por las fuerzas de seguridad, nos muestra la cara de un sujeto siniestro llamado Sáenz Olarra, ingeniero electrónico que estudiaba el uso de nuevos tecnologías para asesinar, y se le encontró un móvil conectado a una bomba y un boceto donde se detallaba cómo usar un teléfono móvil como sistema iniciador de explosivos.

Y por si fuera poco, el mismo 11 de marzo, un testigo español vio a la etarra Josune Oña, de las más buscadas por la policía, en el metro, y encima, ni la policía ni el juez le citaron de nuevo para corroborar su versión, lo que es muy sospechoso. Pero lo dicho, no sabemos nada, aunque sí sabemos que estas conexiones no se han investigado. Con todos mis pesares, creo que el 11-M es algo muy turbio, y que ETA, sumando la fuerza de sus comandos pudo haber hecho el 11-M, pero lo que jamás pudo hacer es desguazar los vagones a las 48 horas del atentado, llevando las ropas de las víctimas al crematorio.

En el caso del Hotel Corona de Aragón, hemos de decir, que el hotel se encontraba con militares en un 70% de su capacidad, con la personalidad de Carmen Polo, viuda de Franco. Es curioso que en 1989 el Tribunal Supremo escribiera que el incendio fue intencionado, y por tanto, el hotel y las aseguradoras no tuvieron que pagar ni un céntimo a las víctimas: lo que hubiese sido un desembolso millonario. El fuego que se inició en los bajos del hotel, en la freiduría de churros de la cafetería se extendió por toda la posada a una velocidad brutal, y debemos apuntalar, que un juzgado, en 1985, declaró la existencia de un valor exógeno desencadenante de los hechos.

La historia de ETA es la muerte de inocentes y de gente débil: el concejal de pueblo mileurista, el policía que cobraba un mísero sueldo, el civil que subsistía como podía... Nunca hay peces gordos.

Su gran magnicidio, supuestamente, fue el de matar a Carrero Blanco, el Presidente del Gobierno franquista, en 1973, en una voladura del coche del Alto Político, espectacular, cuando una carga reventó por debajo de la carretera justo cuando pasaba su carro. Ahora bien, de la información paralela que se tiene de ese crimen, todo hace indicar que la CIA tuvo algo que ver, puesto a que el atentado, ejecutado con una precisión bárbara, fue producido en los fanales de la propia CIA, y el modus operandi fue demasiado profesional. Seguramente se trató de un aviso del Sistema que venía a decir que el franquismo se agotaba, y que otro régimen iba a venir a España, eso sí, domeñado por un Sistema: que está encabezado por una serie de gente que iba a seguir mandando en la cueva. ETA no mató a Carrero, pero en la teoría oficial necesitaban a una ETA para reivindicar el homicidio.

Asimismo, el sadismo etarra se diseminó por todo el País Vasco, donde aquél que no era nacionalista era enemigo del pueblo vasco, y por tanto, insultado, golpeado, escupido, pateado, pisoteado; y hasta asesinado, si era necesario. 200.000 personas tuvieron que huir de la tierra vasca por ese acoso. Los asesinos tenían el apoyo de la gente, eran tratados como héroes, como soldados de la patria vasca que luchaban matando a inocentes para lograr la liberación de una tierra única, sometida a la esclavitud, por una potencia militar extranjera: España.

En ese sentido, pudimos ver a personas que aclamaban a sus asesinos, y pedían la muerte para sus vecinos, traidores de la patria vasca, o para las fuerzas del estado español. Además, esta masa social proetarra, celebraba el asesinato, y voceaba eufórica, el nombre de sus homicidas, quienes habían calcinado a niños, como los 4 niños de los 21 muertos en el Hipercor de Barcelona, en 1987, tras el estallido de una bomba colocada en el parking subterráneo del centro comercial; o los asesinados en casas cuarteles de la Guardia Civil, como sucedió en Zaragoza (1987), con la muerte de 5 niñas carbonizadas por un coche bomba atiborrado con 250 kilogramos de amonal; o los 5 menores en Vic (1991), tras la explosión de otro coche bomba. ¿Cómo es posible? ¿Cómo se puede rendir reverencia a quien es capaz de matar la vida más inocente y de la forma más salvaje? Es muy difícil de entender.

Así, Herri Batasuna  siempre representó el cerebro de ETA. Ellos eran los que señalaban quiénes eran los enemigos a fusilar, y ETA, disparaba o explosionaba un carro para matar. La muerte era su único fin, y sus víctimas, la única médula de su existencia. 

Unos estudian y planean la ejecución desde el trono, sin ensuciarse las manos, y los pistoleros, -los bodoques que ni saben por qué patria están destruyendo vidas humanas, deshojando familias enteras y llevando a la orfandad, al suicidio, a la psiquiatría, y a la miseria, a decenas de inocentes, que vivían para ese ser humano-, nunca podrán reparar la violencia satánica causada en el Otro. Los etarras, los tipejos del proyectil, accionan el pulsador que provoca la muerte mientras ricos, obispos, políticos y grandes empresarios personifican el absolutismo de un pueblo gangrenado por la barbarie revolucionaria. Los que asesinan acaban muertos o en la cárcel, son los pringados que se han tragado unas consignas. Los poderosos, la Dirección de ETA, que nunca sabremos por quién estaba teledirigida, era la que mandaba matar, y ellos, ni huelen la pólvora pero, se llevan el botín.

El dinero lo mueve todo, y ETA movía mucho dinero. Si hay terrorismo debe haber antiterrorismo, y eso genera que muchos, desde los aparatos de inteligencia y los servicios secretos hayan ganado mucho dinero a costa del terrorismo. 

Fue la película Lobo, de 2004, de Miguel Courtois, la que relata las pericias de un constructor vasco llamado José María, que al estar en la ruina económica accede por dinero a infiltrarse en ETA, llegando hasta la cúpula de la misma. Este personaje interpretado por Eduardo Noriega, se encarga de administrar los pisos francos de los etarras, por lo que esto promueve la captura de los principales terroristas. 

En una conversación entre Lobo (Eduardo Noriega) y el jefe del Servicio Secreto, protagonizado por José Coronado, siempre presente, con su fisonomía intransigente y su arco de resistencia viril, el jerarca del dispositivo secreto español, que junto con el ejército domeña la seguridad franquista, contesta a Lobo, (cuando éste pretende ir, con una herida de bala incluida, hacia la cúpula etarra para disuadir a la banda terrorista, terminar con la actividad criminal de toda esa gentuza, y convertir al aparato asesino en movimiento político), lo siguiente: "¿Y luego qué hacemos, montar un estanco? En este país va a haber cambios en los próximos años. Sin terrorismo la izquierda exigiría demasiado. Les necesitamos para dosificar los cambios"; a esto, Lobo contesta: "Pero van a seguir matando", y Coronado replica: "Ellos hacen su trabajo y yo el mío. Ahora somos los expertos en la lucha antiterrorista, ningún gobierno prescindirá de nosotros".

Lobo llama "hijo de puta" y "fascista" al jefe del Servicio Secreto, y éste, le ordena que como líder superior que es sobre su persona, entregue su arma. El vasco lo hace y se marcha. Esta plática patentiza cómo el terrorismo, de carácter político, ha estado manipulado por el estado: un instrumento para dimanar miedo a través del terror o para focalizar una violencia controlada desde las esferas más obscuras, y así, permitir o justificar otras violencias que aunque paralelas son un afluente que termina en el mismo río violento.

Secuencia de imágenes entre José Coronado, jefe del Servicio Secreto, y Eduardo Noriega, constructor vasco infiltrado en ETA, con el alias de Lobo, por chequera del aparato nacional de inteligencia. Lobo quiere volver con una herida de bala en el cuerpo, a la cúpula etarra, que está en en País Vasco-francés, con el fin de exterminar a ETA, como grupo armado, para convertirlo en formación política, asegurando, que si no lo hace van a arruinar al País Vasco con su locura de muerte. El comandante de los servicios secretos españoles le contesta, con ironía, que sin ETA tendrían que hacerse estanqueros, y que gracias a la banda terrorista, ellos serán ahora los expertos en la lucha antiterrorista:









Asimismo, ETA es el centelleo de una sociedad enferma; el producto de un fanatismo de carácter psicopático, en el que el asesinato de mi contrincante es necesario, y hasta laudatorio. El entramado etarra sustentado por un nacionalismo montuoso al que debes supeditarte bajo la idea de hombre-nacionalista, es la expresión del maximum corruptionem.

La idea brotada desde la iglesia y la burguesía era que la raza vasca, como aria, era superior: puro nazismo. De hecho los nazis sentían fascinación por los vascos, y no Friedrich Engels, que aseguraba que debían ser exterminados por inferiores y primitivos

Pero, ¿cómo es posible que un pueblo pueda apoyar el asesinato, el secuestro, la extorsión, la amenaza, y todas las bestialidades promovidas por un clan de sociópatas? El binomio fanatismo-idealismo se llevó a su más alta manifestación dentro de lo real.

ETA con su biodinámica de terror, demostró, que todo tumor debe promover su ablación cuando brota en la extremidad de un cuerpo, para no carcomer toda la entidad y abrasar el alma interna, pero, por desgracia, los terroristas separatistas vascuences enlodaron hasta las callejas más inhabitadas, de farol degollado, y con su lenguaje de dinamita y bala, atemorizaron el pensamiento de todo un pueblo que se negó a hablar, se calló, o hasta dijo, que al que habían matado algo habría hecho. La gente cobarde siempre reluce, la valentía es eclipsada por el miedo, y el populacho prefiere no saludar a la víctima, o familiar de la víctima, no vaya a ser que ello ensille su cuerpo en el caballo que gatea hacia el cementerio de la noche de voz enterrada.

Lo que siempre me costará entender es cómo puede existir esa plebe masificada, que al aire libre clamaba sangre, profería burlas hacia las víctimas y enaltecía a los homicidas de niños y civiles inocentes de todo mal. Lo que es indigestible es cómo un sacerdote portaba las armas en sacristía, el explosivo plástico y los detonadores; pero, sobre todo, me doy cuenta que al no entender esto, exteriorizo mi más absoluta ingenuidad acerca del alma maléfica humana. 

¿Hay algo más sádico que una octogenaria agreda verbalmente y se mofe de una niña violada en un villorrio de Euskal Herria por ser española? ¿Hay algo más sádico que celebrar la muerte de niños, que quedaron como ovejas negras, por la detonación de una bomba? ¿Hay algo más sádico que celebrar el asesinato de un joven que está encerrado varios días como un perro y se juega con su vida como si fuera algo matérico? ¿Hay algo más sádico que befarse de un ser humano sepultado en vida, en un agujero donde ni una rata querría estar? ¿Hay algo más sádico que señalar a tu vecino para que lo maten, que insultar y decir a otro, que su padre murió por maricón, o que poner contenedores de basura en el lugar donde pistoleros mataron a un ser inerme? ¿Hay algo más sádico que acabar a tiros con la vida de alguien que salvó la tuya cuando tenías meses de vida? 

El sadismo etarra de origen marxista-leninista sólo procreó la tumefacción a la que llega lo humano cuando el idealismo, y su hijo unigético, el nacionalismo, se desparrama en una sociedad manipulada por la historia de racistas, como lo fue Sabino Arana, y más, cuando ésta, por climatología, con cielos terrosos, lluvias constantes y fríos asoladores, encenaga cualquier posible empatía entre sus individuos, y proyecta, una frialdad de carácter sumada a una frivolidad ante el sufrimiento ajeno que llega a justificar el pecado mortal más gigantesco que se puede cometer contra el Otro, su consciente asesinato.

jueves, 9 de febrero de 2017

Sándor Ferenczi: el salvador de los niños

Sándor Ferenczi (1873-1933) médico y psicoanalista húngaro. El hombre que se negó a aceptar las teorías de Freud, en las que pretendía convertir la declaración de niños, víctimas de la violencia sexual, en fantasías: imaginaciones que nada tenían que ver con lo real. Algo que la evidencia clínica demostró como falso. Pero Freud, siempre trabajó para el sistema burgués, el que pretendía acallar las voces de los niños abusados. En este sentido, Ferenczi, con la valentía del hombre noble, notificó lo contrario, detallando, que esa violencia era real y no de naturaleza fantasiosa.



Sandor Ferenczi, hijo de un librero, y octavo de doce hermanos, nacido en 1873, en Budapest, Hungría, fue un médico y psicoanalista pionero que se graduó en Medicina en 1894, en Viena, y que ejerció la psiquiatría en su localidad oriunda. Este médico, proveniente de una familia de judíos polacos emigrados, es un descubridor genuino que consigue profundizar en conceptos psicoanalíticos, en materias de carácter científico, con la creatividad de aquél que no se deja llevar por los complejos sociales y políticos de su época. Un insurrecto, que fue descalificado de sufrir delirios y capítulos psicóticos, como forma vil, de sepultar, sus magníficos avances psicoanalistas y sus propuestas técnicas.

En la neurosis clásica, Ferenczi argumenta con diligencia, acerca de la ansiedad femenina, la cual había sido catalogada por tener una base fundacional en el carácter neurótico, idea de la que no estaba de acuerdo, pues el gran problema de esa ansiedad, tenía su basamento en las condiciones sociales, políticas, jurídicas y educativas que sometían a la mujer a la servidumbre y la subordinación bajo el yugo masculino. En su escrito “Efecto de la eyaculación precoz sobre las mujeres”, de 1908, ratifica, que la ansiedad en las mujeres se debe, mayoritariamente, por la gran insatisfacción sexual que padecen por parte de los varones, siendo una de las causas, aparte de la impotencia, la eyaculación precoz masculina. A este respecto apuntala:


“Es fácil por qué de los dos sexos, es la mujer la más afectada por las psiconeurosis, dada la desigual presión de la sexualidad sobre ambos. Desde niños se toleran a los hombres cosas que a las mujeres se les niegan en la realidad y la fantasía. Incluso en el matrimonio hay dos morales, una para los maridos y otra para las esposas: la sociedad castiga la transgresión de los preceptos morales con más severidad en la mujer que en el hombre. Los sucesivos períodos de la sexualidad femenina, (la pubertad, la menstruación, el embarazo, el parto y la menopausia), pesan mucho sobre la vida afectiva de la mujer, en particular a causa de una represión exagerada, que no es necesaria en el hombre. Todos estos factores aumentan considerablemente la incidencia de mujeres psiconeuróticas”.


Leer este párrafo es algo fantástico, un argumento corajudo que encomia a Ferenzci, por su valentía y su nobleza en la busca de la verdad. Los prejuicios sociales y el machismo latente freudiano nunca le habrían permitido escribir semejante párrafo, y más, en aquella época. Era una realidad consumada que las mujeres estaban sometidas a un superyó mucho más despótico, en comparación, con el superyó laxo, al que estaba sometido el hombre. La mujer siempre estuvo dominada a una represión brutal, tanto a nivel social como a nivel político, por el patriarcado de la máxima regencia, que controlaba en lo público y lo privado, cualquier independencia de la mujer, que la sometía a la servidumbre e intentaba reprimir toda su sexualidad.

Ferenczi es un avezado en su materia, en especial, porque fecunda la capacidad de hilvanar hasta qué punto las condiciones sociales y ambientales, y la sociedad en su conjunto, intervienen de manera decisoria, en la salud mental del individuo y en todo su psiquismo. El pensamiento centralizador del sistema machista y tirano, reclutaba la subjetividad interna de cada individuo, y Ferenczi, no estaba dispuesto a aceptarlo.

El húngaro, con su perspicacia congénita, vinculó dos conceptos que estaban separados por el pensamiento rector: el narcisismo y la neurosis. En 1923, escribió “Miedo y autoobservación narcisista”, un texto que nos da para reflexionar, relatando un concepto de lo que hoy se conoce como “fobia social”, una categorización miserable, que sirve para etiquetar a todo aquél que es diferente, y se niega a cumplir taxativamente, las pautas sociales en su factor comportamental; una estigmatización que desecha al raro y beatifica a la oveja mayoritaria, que decide cumplir las características de personalidad regidas desde lo más alto del sistema. En este sentido Ferenczi explicita:


“Entre las personas azoradas por un estado ansioso cuando están en público, ya se trate de hablar, de representar una comedia o de interpretar música, se encuentra que en aquellos momentos se hallan a menudo inmersas en un estado de autoobservación: escuchan su propia voz, observan cada gesto de sus labios, etc. Y esta división de la atención entre el interés objetivo dedicado al objeto de su producción y el interés subjetivo por su propio comportamiento perturba la realización motriz, fonatoria u oratoria que normalmente es automática. Es un error creer que a tales individuos les perjudica su excesiva modestia; por el contrario, es su narcisismo quien se muestra demasiado exigente por lo que concierne a su propia apariencia”.


Ferenczi puntualiza que los errores de comunicación en una persona no se deben a una modestia representativa, sino que su narcisismo se ve obligado, por la presión social, (el valor extrapsíquico), a mantener una personalidad concreta, germinada por el sistema maquiavélico que trata de gestar individuos perfectos, que deben expresar, mediante la palabra, la inmensidad intangible de sus emociones más internas. El médico de Budapest lleva el concepto de narcisismo más allá de la psicosis, un fundamento que no fue lo suficientemente valorado por los psicoanalistas de la época.

En 1918, en su trabajo “Psicoanálisis de la neurosis de guerra”, Ferenczi deja claro que el narcisismo es una parte de la neurosis, en relación a los síntomas que se derivan de ésta última. Los síntomas que provocan a los soldados que estuvieron inmersos en batallas bélicas, aspectos aversivos como la hipocondría o la hiperexcitabilidad,  son fruto, de una hipersensibilidad del “yo”, debido a que la libido se retira de los objetos e inviste directamente al “yo”. Esas escenas de guerra, de muerte: con mutilaciones, bombardeos, gritos y locura, han provocado al sujeto un trauma de carácter irreversible del que debe recuperarse. Su “yo” ha quedado escindido, completamente desfigurado, ha perdido todo su equilibrio emocional y toda su seguridad en sí mismo, por lo que se produciría, según Sandor, una regresión a su circuito infantil narcisista, en la que el adulto se encontraría desprotegido y desamparado, y necesitaría, los cuidados y el amor de otro u otra ser, aderezados, a la protección y a la defensa que recibió cuando era niño por parte de uno de sus progenitores.

En 1929, Ferenczi, escribe, con respecto al niño, tan marginado como sujeto en aquella época, lo siguiente:


“El niño debe ser llevado, con un inmenso dispendio de amor, ternura, y cuidados a perdonar a sus padres por haberlo traído al mundo sin ninguna participación por su parte, porque de otro modo los impulsos de destrucción despiertan pronto. La fuerza vital que resiste a las dificultades de la vida no es aún muy fuerte en el momento del nacimiento; sólo se llega a establecer cuando hay una crianza y una atención cuidadosa que permite alzar una progresiva inmunización contra los atentados físicos y psísquicos”.


Es evidente que la vida se nos fue concebida sin previa consulta, y que sólo podemos elegir, en algunos casos, nuestra muerte.

Para mí, lo más importante, es que Ferenczi coloca la figura del niño como epicentro, ya que en la infancia, todos somos sujetos endebles, que estamos a merced de nuestros progenitores, y su maldad o bondad, determina nuestro “yo”.

Así, no es el niño el que tiene la responsabilidad, sino el adulto, pues éste, ejerce su voluntad contra el niño. Debo comentar, que es un gesto laudatorio de un hombre que se negó a aceptar la tesis patriarcal hegemónica, que pretendía silenciar los abusos sexuales cometidos contra menores por parte de adultos, en especial, en régimen familiar. Ferenczi no sólo reconquistó el concepto de trauma, también reconquistó, al niño desvalido que mordía sus lágrimas en el silencio de la sangre por las violaciones y demás abusos sexuales recibidos: cuando la cobardía sistémica entreteje sus ramas despiadadas, y la mayoría se vende por fama y dinero, siempre hay un héroe, que asoma la cabeza para denunciar la sevicia y el atropello moral contra los más débiles: Ése fue Ferenczi.

Asimismo, Freud, mentor de Ferenczi, que pronto denigraría, definió el trauma como un principio ambiental que inviste al “yo”, y que no se produce por asociación.

El trauma, en un principio, sería para el vienés, un ardor neuronal que se libera en experiencias prematuras y se descarría en el sistema nervioso. En sus casos con pacientes histéricos halló sucesos de experiencias sexuales precoces, lo que le llevó a teorizar la histeria, entre 1894 y 1896, basando sus estudios, en la etiología sexual de la neurosis.

Estos pacientes se sentían machacados psicológicamente por escenas chequeadas en su memoria, pero que no circulaban de forma libre, sino que habían sido reprimidas al subconsciente; y desde allí, se transformaban en síntomas, que el paciente mostraba en su comportamiento externo. De ahí, que la histeria pasara de ser un problema neurológico con bases hereditarias a un fenómeno que debía ser estudiado por la psicología, y conceptualiza este hecho fáctico con la “escena de seducción”. Pero un año después, Freud deserta la teoría de la seducción como explicación etiológica de la neurosis, y la convierte en fantasía inconsciente por parte del niño, en la que el seductor pasaba a ser el niño. Sigmund, en una carta a un colega suyo, Flies, en 1897, afirma, que no cree en absoluto lo que sus pacientes le dicen sobre seducciones o abusos que sufrieron en su infancia.

De este modo, Freud vislumbraría las realidades traumáticas en la ansiedad de castración, la ansiedad de separación, la escena primaria y el complejo de Edipo; por lo que el trauma, era producto de la disputa de los instintos sexuales, que después serían pulsiones sexuales, y la pendencia del “yo” contra ellos, donde dominaba, primordialmente, la fantasía inconsciente y la realidad psíquica interna que se daba en el sujeto en cuestión.

Freud, traicionó la verdad de sus pacientes y carbonizó cualquier principio de justicia y axiología, pero él sabía bien que con escrúpulos es difícil ser “alguien” para el sistema censor. Detestó los análisis clínicos que demostraban violaciones e iniquidades sexuales contra niños, o adultos que los palidecieron en su infancia. Ocultó los abusos sexuales y desvió sus estudios primarios para, en consonancia con la burguesía que dominaba entonces, enmascarar los casos de sevicia sexual, en fantasías y conjeturas que los niños o adultos inventaban de forma neurótica.

Ferenczi se negó a aceptar esa situación, y como figura heroica, a pesar de ser vilipendiado y expulsado del régimen psicoanalítico por las autoridades y el propio Freud: por ese entramado científico al servicio del sistema burgués, estableció su propia teoría.

En 1932 el húngaro presentó “Confusión de lenguas entre el adulto y el niño”, donde en una ponencia estableció que el trauma era un factor etiológico importante dentro de la patología mental. Explicó que el trauma estaba asociado a la sexualidad, pero además, existían otros elementos a considerar, como por ejemplo, las seducciones incestuosas por parte de los adultos, algo que estaba vetado para la comunidad psicoanalítica. Estas seducciones del adulto hacia el niño eran más culminantes y repetitivas de lo que se creía, además de la hostilidad y el odio por parte del adulto.

Sandor Ferenczi consideraba traumática toda ausencia de amparo por parte del adulto hacia el niño, con la añadidura, de que el adulto usaba al niño para sus propios fines, sin tener en cuenta, las necesidades del niño: es de una meritocracia a tener en cuenta.
Además, en 1928, en su trabajo “La adaptación de la familia al niño”, Ferenzci lo deja muy claro, en un texto que expongo a continuación:


“Permítanme que les insista en que esta relación íntima con mis pacientes me ha dado importantes niveles de comprensión. En principio he podido confirmar la hipótesis ya enunciada de que nunca se insistirá bastante sobre la importancia del traumatismo y en particular del traumatismo sexual como factor patógeno. Incluso los niños de familias honorables de tradición puritana son víctimas de violencias y de violaciones mucho más a menudo de lo que se cree. Bien son los padres que buscan un sustituto a sus insatisfacciones de forma patológica, o bien son personas de confianza de la familia (tíos, abuelos), o bien los preceptores y el personal doméstico quienes abusan de la ignorancia y de la inocencia de los niños. La objeción de que se trata de fantasías sexuales de los niños, es decir, de mentiras histéricas, pierde toda su fuerza al saber la cantidad de pacientes que confiesan en el análisis sus propias culpas por atentados sobre los niños. Por esta razón no me sorprendí cuando, hace poco, un pedagogo de espíritu filantrópico vino a verme con gran desesperación y me confió su descubrimiento, de que en un corto lapso de tiempo había descubierto que, en cinco familias de buena sociedad, la gobernante mantenía con muchachos de nueve a once años una auténtica vida conyugal.”


Este texto es creatividad semoviente. Es algo que le honra, teniendo en cuenta la época burguesa, clasista, iracunda, tiránica, inmoral, blasfema e insolidaria de la que estamos hablando, donde se pretendía tapiar, desde lo científico, al servicio del sistema represor y luciferino, las violaciones y los abusos sexuales que se cometían contra los menores; imponiéndose una praxis, en la que se argumentaba, que las experiencias relatadas por los niños, en relación, a los abusos sexuales sufridos, estaban fundamentados en mentiras histéricas, y que por tanto, era pura fantasía infantil, el relato acerca de todos los abusos y violaciones que relataban. Y añade, acerca de las relaciones sexuales incestuosas, que el criminal es el adulto, pues quien profana la inocencia del niño es el maduro; ya que el que regenta el máximo poder sobre el púber, es el sujeto experimentado:


“Las seducciones incestuosas se producen habitualmente de este modo: un adulto y un niño se aman; el niño tiene fantasías lúdicas, como por ejemplo desempeñar un papel maternal respecto al adulto. Este juego puede tomar una forma erótica, pero permanece siempre en el nivel de la ternura. No ocurre lo mismo, sin embargo, en los adultos que tienen predisposiciones psicopatológicas, sobre todo si su equilibrio y su control personal están perturbados por alguna desgracia, por el uso de estupefacientes o de sustancias tóxicas. Confunden los juegos de los niños con los deseos de una persona madura sexualmente, y se dejan arrastrar a actos sexuales sin pensar en las consecuencias. De esta manera son frecuentes verdaderas violaciones de muchachitas apenas salidas de la infancia, lo mismo que relaciones sexuales entre mujeres maduras y muchachos jóvenes, o actos sexuales impuestos de carácter homosexual”.


¿Cuál sería la respuesta del niño ante estos atentados de malevolencia inefable por parte de los criminales sexuales? Ferenczi, se sumerge en una respuesta difícil, pero que afronta con todo el denuedo posible:


“Es difícil adivinar el comportamiento y los sentimientos de los niños tras estos sucesos. Su primer reacción será de rechazo, de odio, 36 de disgusto, y opondrán una violenta resistencia: «¡No, no quiero, me haces mal, déjame!» Esta, o alguna similar, sería la reacción inmediata si no estuviera inhibida por un temor intenso. Los niños se sienten física y moralmente indefensos, su personalidad es aún débil para protestar, incluso mentalmente, la fuerza y [145] la autoridad aplastante de los adultos los dejan mudos, y a menudo les arrebata su facultad de pensar. Pero cuando este temor alcanza su punto culminante, les obliga a someterse automáticamente a la voluntad del agresor, a adivinar su menor deseo, a obedecer olvidándose totalmente de sí e identificándose por completo con el agresor. Por identificación, digamos que por introyección del agresor, éste desaparece en cuanto realidad exterior, y se hace intrapsíquico [en lugar de extrapsíquico]; pero lo que es intrapsíquico va a quedar sometido, en un estado próximo al sueño -como lo es el trance traumático-, al proceso primario, es decir, que lo que es intrapsíquico, siguiendo el principio del placer, puede ser modelado y transformado de una manera alucinatoria, positiva o negativa. En cualquier caso la agresión cesa de existir en cuanto una inflexible realidad exterior y, en el transcurso del trance traumático, el niño consigue mantener la situación de ternura anterior".


Por lo tanto, el niño se siente indefenso, pero sabe, que lo que le está pasando atenta contra su dignidad y su integridad humana, por ese motivo, exige al adulto que lo deje. Al tener éste el poder supremo, puede ejercer toda su violencia y escenificación intimidatoria posterior, por lo que el niño, tiende a doblegarse ante el agresor: se produce una introyección con el criminal, por lo que esa amenaza exterior, extrapsíquica, se convierte en intrapísquica, pasa a ser una realidad interior, donde el niño queda en un estado primario, donde lo intrapsíquico prosigue al principio del placer, para así, configurar y moldear su psiquismo de una manera alucinatoria, negando en parte, la bestialidad que está sufriendo. Esta identificación con el adulto es fruto de la ansiedad y el miedo.

Asimismo, cuando el niño recobra su realidad personal, tras la brutal agresión, tiene un desorden emocional enorme, al sentirse inocente y culpable. El agresor, en su decadencia moral, minimiza sus abusos hacia el niño declarando que todavía es un niño, y como no sabe nada, lo olvidará pronto, lo que origina en el niño una mayor consciencia de su incorrección anímica, y una mayor constatación de la pureza que le ha sido robada.

En este sentido, el niño necesita el apoyo de una figura de peso, como la madre, pero cuando ella califica de “absurdo” o pura “fantasía” su requerimiento, los problemas agrandan. El infante puede convertirse en un borrego que obedece maquinalmente, o bien, en un sujeto obstinado. Su vida sexual queda mermada, no se despliega, y además, puede adquirir formas perversas en el futuro, dando lugar a psicosis graves. Para mí, el apoyo emocional es básico, sobre todo, el creer en la veracidad del dolor relatado, este punto, quiso ser acallado por la sociedad occidental, extremadamente burguesa, de otrora.
Por otra parte, Ferenczi declara en relación a la respuesta emocional del abusado, lo siguiente:


“Lo que importa desde el punto de vista científico en esta observación es la hipótesis de que la personalidad aún débilmente desarrollada, reacciona al displacer brusco no mediante la defensa sino con una identificación ansiosa y con la introyección de quien la amenaza o la agrede. Ahora comprendo por qué mis pacientes rehúsan mi consejo de reaccionar frente al displacer con odio o con movimientos defensivos ante la injusticia sufrida, como yo hubiera esperado. Una parte de su personalidad, el núcleo mismo de ella, ha quedado fijado a un determinado momento y a un nivel en que las reacciones aloplásticas eran aún imposibles y donde, debido a una especie de mimetismo, se reacciona de forma autoplástica. Se llega así a un tipo de personalidad constituido únicamente por el Ello y el Superyó que, en consecuencia, es incapaz de sostenerse en casos de displacer; del mismo modo en que un niño que aún no ha alcanzado pleno desarrollo es incapaz de soportar la soledad si carece de protección maternal y de una cantidad sustancial de ternura”.


En este sentido, yo opino, que se debe inculcar en el sujeto humano el odio. Este concepto inmaterial de enorme fuerza, afrenta al displacer, la injusticia y la agresión; pues, el odio, es el que te permite tener personalidad, constituir tu “yo  puro”, frente a la vileza, la subyugación y la ferocidad que proviene del exterior. Muchos niños libres fueron abusados por una fuerza exterior psicopática, cardinalmente infanticida, y promovida, por consensos sociales y políticos encaminados a la protección del adulto y el silenciamiento benjamín; de ahí, que el sujeto pueda revertir su situación ante ese criminal sexual y su sistema social circundante, miserablemente cómplice, basando toda su fuerza psíquica en el odio: el odio tiene su labor en la psique humana, y puede salvar a una persona de su autodestrucción, llámese estado vegetativo o suicidio. La pulsión de muerte debe ser empujada hacia fuera.

Para Ferenczi las tendencias eróticas de los niños se manifiestan con mayor intensidad, sin embargo, los juegos sexuales para los niños son sólo ternura pero para los adultos son una pasión; el niño entonces queda dividido, y piensa, que es culpable e inocente al mismo tiempo, se destruye la confianza en sus sentidos, y también, en las personas, pero no abandona por ello a los objetos.

Para Ferenczi, la derivación del trauma en el niño es responsabilidad del mayor: los factores intrapsíquicos son una excusa para culpabilizar al pequeño de la aberración moral del adulto.

Además, Ferenczi subraya los valores humanos y los puentes comunicacionales que el psicoanalista debe tener con su paciente:


“El setting libre de los sentimientos críticos (del paciente), la voluntad por nuestra parte de admitir nuestros errores y la empresa honesta de evitarlos en un futuro, crean en el paciente una confianza en el analista. Es esta confianza la que establece el contraste entre el presente y el insoportable pasado traumatogénico… el pasado ya no como reproducción alucinatoria sino como memoria objetiva”.


Ferenczi saca su lado más humano, y siembra, un vínculo de amor con el paciente, donde su estabilidad emocional y su autoestima deben ser pilares neurálgicos para toda terapia. Es evidente, que la comunicación no verbal está incluso por encima de la verbal: el simple posicionamiento del psicoanalista, su mirada, su prosodia, el uso de un léxico determinado e incluso sus propios silencios, influyen notablemente en el grado de confianza, y en la autoevaluación intrínseca del paciente, con objeto de generar, un clima godible donde el paciente puede expresar los sentimientos más insondables que lleva dentro; muchos de ellos reprimidos por el miedo o la vergüenza.

Ferenczi también notificó la importancia de generar puentes empáticos con el paciente, como expone Clara M. Thompson, psicoanalizada por el médico húngaro:


““Ferenczi también creía que el amor es tan esencial para el crecimiento saludable del niño como la comida. Con él, el niño se siente seguro y tiene confianza en sí mismo. Sin él, se convierte en un enfermo neurótico… o, a menudo muere debido a la falta de amor… Actualmente, otros analistas –en especial Fromm y Sullivan- han presentado ideas similares, pero creo que Ferenczi estaba bastante solo en Europa alrededor de 1926 en este tipo de pensamiento”.


Ferenczi daba un gran valor al capital humano, como base primordial, en la que el psicoanalista, debe proyectar toda su imaginería con la intención de acceder al inconsciente del paciente. De hecho, en 1928, ya tiene claro que la libertad absoluta del paciente permite la asociación libre, para que él se sienta relajado, y así, logre liberar su propia fantasía, en un espacio simbólico, donde ésta, pueda fluir desde dentro. A este respecto, exterioriza en ese año:


“El analista debe dejarse impactar por la asociación libre del paciente; simultáneamente, permite que su propia fantasía se ponga en marcha con el material de la asociación”.


En 1933, Ferenczi declara con gran fundamentación científica, algo que ya se ha explicado anteriormente en este ensayo, pero ofreciendo un matiz psicoanalitico:


“Cuando la ansiedad alcanza un cierto máximo, les compele (a las víctimas) a someterse como autómatas a la voluntad del agresor… se identifican con el agresor… A través de la identificación… (el agresor) desaparece como parte de la realidad externa, y se convierte en intra-psíquico en lugar de extra-psíquico…”.


Es así como nace el concepto de “identificación con el agresor”, un hecho que se produce no por neurosis, sino como mecanismo de defensa, con el objetivo de obtener la supervivencia, dada la insondable indefensión del niño, completamente huérfano, ante las manos del execrable agresor sin escrúpulos.

Este concepto nos encamina a un escenario muy chocante, porque por un lado, el niño pretende sobrevivir ante el ataque salvaje que está sufriendo pero, debe acatar para ello, una situación muy traumática, y es, aceptar el peligro de su repetición; como consecuencia, de la embestida del delincuente sexual y enfermo patológico. Por ello, este ataque es consentido por la víctima, por lo que el agresor es domado de alguna manera. Este efugio paradigmático de la víctima es una vía de escape verosímil, partiendo de la tremenda vulnerabilidad del niño contra el agresor psicópata.

En el Diario Clínico, en 1932, Ferenzci recalca:


“En el momento del agotamiento total del tono muscular, se abandona toda esperanza de un auxilio exterior o de una atenuación del trauma; (...) el individuo renuncia a cualquier expectativa de una ayuda exterior y sobreviene una última tentativa desesperada de adaptación, de algún modo semejante al animal que se hace el muerto. La persona se escinde en un ser psíquico de puro saber que observa los sucesos del exterior, y un cuerpo totalmente insensible”.


Por lo tanto, escenificamos como Ferenczi argumenta que el aparato psíquico de la persona se bifurca en dos, para ganar así, su autoconservación: separando sus sensaciones más profundas con lo que realmente le está pasando; la pulsión de autoconservación está por encima de la sexual, y es la que hace sobrevivir al sujeto. De esta forma la persona se insensibiliza, para eximir, el oneroso sufrimiento que le provocaría un shock de dimensiones gravísimas.

Muchos pacientes aseguran, en la contemporaneidad, que gracias al uso de la “identificación con el agresor”, pudieron distanciar sus emociones en las situaciones en que estaban siendo abusados o violados, y esa disociación, fue el pilar básico que permitió la supervivencia de la víctima y la no-aniquilación de todo su estado anímico.

La experiencia traumática puede destruir a una persona en su vida sexual y anímica, y perjudicar, la evolución sexual de la misma. En este aspecto, Ferenzci encabezó la regla moral del psicoanálisis, en el que la persona humana debía compartir sus sensaciones después del trauma.

Es muy necesario relatar a una persona de confianza las situaciones salvajes a las que un paciente ha sido sometido en su vida espiritual, y esa persona, debe ser el psicoanalista, si ha trabajado su inteligencia emocional para con sus pacientes. Esto no es fácil, existe una gran ansiedad, un sentimiento de culpa brutal y una vergüenza que incapacita al paciente a relatar las agresiones cometidas por parte de un adulto. Pero es muy necesario que el evento traumático no sea un tabú, que no se quede hacia dentro, lo que provocaría la creación de una personalidad sádica o neurótica, de ahí, la importancia de verbalizar el dolor sufrido, porque sin ese primer paso, que es durísimo, el psicoanalista nunca podría construir una terapia de curación. Ferenczi asevera que no se debe soslayar el problema sino enfrentarlo de raíz, y sin ningún miedo.

Asimismo, pese a las posiciones de Freud, para Ferenczi, el trauma es un suceso real, no es la fantasía la que engendra el trauma. Cosa que es más evidente analizando la enorme cantidad de abusos sexuales que se cometían contra los niños, en especial, en el seno intrafamiliar. La escena traumática se compone de factores intrapsíquicos e interpersonales, de carácter dinámico: la necesidad del niño de ternura es manipulada, conscientemente, por el adulto, para aprovecharse de él, y así satisfacer sus propios deseos eróticos. Por lo tanto los condicionantes de la seducción sexual son distintos en los adultos y en los niños. El sistema de relaciones de objeto es heterodoxo, puesto a que quien tiene el poder es el adulto, y es él, quien posee el desarrollo cognitivo y sexual.

En 1908, en “Psicoanálisis y Pedagogía” Ferenczi defiende:


“Una educación defectuosa no es solo fuente de efectos caracterológicos sino también de enfermedades… Pero el análisis de nuestros enfermos nos conduce, a pesar nuestro, a revisar nuestra propia personalidad y sus orígenes; estamos convencidos  de que incluso la educación guiada por las más nobles intenciones y realizada en las mejores condiciones –fundada sobre principios erróneos aún en vigor- ha influenciado nocivamente y de múltiples maneras el desarrollo natural”.


En 1924, el médico húngaro publica “Thalassa”. Un ensayo sobre la genitalidad, donde innova un nuevo hilo conductor entre biología y psicología. Tras estudios exhaustivos con animales, y avances científicos sobre embriología, implantó que los impulsos genitales desde su origen originaban en el sujeto una regresión hacia la mar; una regresión talásica, puesto a que thalassa significa mar.

 En el coito habría por tanto un sentido de identificación trinitaria entre el órgano genital, indispensable para la ejecución sexual; la pareja, que permite la descarga de la libido hacia el objeto; y la secreción genital, que se desembucha en ese encuentro salvaje. Ferenzci expone:


 “Si consideramos toda la evolución de la sexualidad, desde la succión del pulgar en el bebe hasta el coito heterosexual pasando por el narcisismo de la masturbación genital [...] llegamos a la conclusión de que toda esta evolución, comprendido el coito, sólo puede tener por objeto una tentativa del ego, primero dudosa y torpe, luego cada vez más decidida, y por último particularmente acertada, de retornar al cuerpo materno, situación en la que la dolorosa ruptura entre el ego y el entorno aún no existía.”


Para Sandor, el acto sexual no es una progresión irreversible de vivencias sexuales que terminan en la “cópula normal”, más bien, se trata de una mixtura de componentes infantiles, adultos, orales, anales y genitales; lo que generaría una pugna entre el mundo interior y exterior, con una génesis en las etapas de infancia y latencia. De ahí que esta mezcolanza no señale que tenga que existir una elección de objeto de tipo auto, homo o hetero, a nivel sexual, sino que la configuración de un estado con supremacía de otro proviene de una categorización social y sistémica posterior, donde uno tiene más predominancia que otro, por pura convención, siendo consideradas dos de esas elecciones de objeto (auto y homo) como perversas o enfermas por la señalización del régimen arbitrario.


Bibliografía usada

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FREUD, S. (1994): Obras Completas; Tomo XXII, Amorrortu, Buenos Aires, p. 227. 3Ídem, pp. 226-227. 4FREUD, S. et FERENCZI, S. (2000): Correspondance 1920-1933; Calmann-Lévy, Paris. 5FERENCZI, S. (1984): Psicoanálisis; Tomo IV, Espasa-Calpe, Madrid, p. 61.

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SOSNIK, R: Sandor Ferenczi e Wilfred Bion: “Collegamenti” in “La Partecipazione affettiva dell’Analista”, Ed. by Franco Borgogno, Franco Angeli, Milano, 1999.

"¿Qué he hecho yo para merecer esto?" (1984); Film de Almodóvar: Niños pobres de Madrid entregados a pederastas

Carmen Maura es una madre frustrada que vive en una zona pobre de Madrid y que ha de sostener a su familia, desestructurada, y con grandes penurias en lo económico. Pero todo ello no justifica que venda a su hijo de 13 años a un pederasta odontólogo, de cariz enfermo, interpretado por el perverso Javier Gurruchaga.



La degeneración más absoluta se plasma en esta película de Pedro Almodóvar. En el cinismo galopante de una sociedad enferma, como la española, donde el que no se ríe del drama ajeno parece francés o marroquí, somos testigos del oprobio moral más repugnante.

Muchos y muchas se quedarían helados, seguramente, si vieran a unos padres, o a una madre, que es más grave, pues una madre siempre ama más a a un hijo que un padre, si sujetaran a su hijo y lo entregaran a la puerta de un lupanar, como sucede en Filipinas, y en tantos países del Tercer Mundo. Eso nos provoca pánico, en nuestra hipocresía más impúdica. Sin embargo, otra cosa es, que un odontólogo gracioso quiera quedarse para él con un niño pobre, de 13 años de edad. Y la mamá se quede encantada de entregarlo, como si fuera un paquete, un muñeco hinchable.

En una escena de la película, cuando el hijo de 13 años entra en la cocina pidiendo comida ella le recrimina que están a final de mes y que todo está vacío. Además, asevera que sabe que no ha estado con un amigo sino con el padre de un amigo, y que ya que folla con él podía darle de comer. ¿Esa mujer representa a las mujeres de los barrios pobres de Madrid? ¿Es la madrileña referencial de los barrios bajos? Decirle a un hijo hambriento que ya que se folla a un hombre maduro, padre de uno de sus amigos, que le dé de comer...

¿Es legal que un niño de 13 años mantenga relaciones sexuales con el padre de un amigo que mínimo tendrá 40? ¿Es lógico que una madre consienta esa relación, le importe una puta mierda y además le diga a su hijo que ya que se la mete bien que le ofrezca también un bocata de jamón? En la mente de Almodóvar sí. ¿Es un deseo inconsciente de Almodóvar? ¿Es su fantasía? ¿Es realmente algo que codicia sexualmente, estar con los niños pobres de la barriada más baja y olvidada donde ni las ratas tienen qué comer?




Esta película figura la cochambre moral que como pueblo sois: la mayoría de los españoles. Vosotros, fornicadores del humor negro, moradores de la tierra risible donde se decapita toda reflexión moral; vosotros, hermanados en la isla donde toda axiología es un mar negro. Vosotros que os mofáis de la violación, el incesto, el abuso sexual, el asesinato y el comercio de niños.

La película es de 1984, la era de la destrucción moral y espiritual, donde la violación era una forma de sexo, el robo un arte de genios y el asesinato una ejecución disculpada. ¿Qué sucedió en Madrid en los años 80? En barrios como Villaverde, Vallecas... ¿En verdad había padres que entregaban a sus hijos a pederastas? Seguro. Pero es la verdad mutilada. Si saliese en este país de basura, poblado por la gente más miserable, un decigramo de verdad todo se derrumbaría. El Sistema que gobierna en la sombra no sólo es que haya logrado dominar nuestro inconsciente, sino que además, ha polarizado todos nuestros instintos más deleznables.

Carmen Maura, gran actriz, lleva a la gran pantalla a una mujer luchadora, sí, sí, pero también a una madre que decide vender a su hijo a un pederasta. El odontólogo, ya tiene a un niño para sodomizar y para recibir las felaciones que quiera. Tiene a su juguete sexual. Porque eso son los humanos para el director, meros cuerpos sexuados que han de ser manipulados, e incluso subyugados, si es necesario.

El odontólogo y Carmen Maura hablan en la escena acerca del hecho de adoptar un niño. Maura, con doble intención asegura "son muy caros", como dejando entrever que el suyo se lo dejará gratis. Pero de lo que se habla, tácitamente, es de la compra-venta de niños, pero camuflándose en una charla saducea sobre la adopción.




Si se hiciera una película dramática de una secta secreta que secuestra a los niños desaparecidos de España, y esto es real, y se mostraran escenas de fornicaciones que llegasen a la muerte, entonces, ¿qué sucedería? Que el cinismo de una plebe bellaca diría "esto es terrible", hasta algunos y algunas llorarían. Sin embargo, el humor que germina de los rayos solares mediterráneos y la mutilación pachanguera de toda cavilación, permiten la apertura de la risa de ver cómo una madre vende a su hijo. Porque Almodóvar usa los códigos cómicos propicios para ello.

La escena se presenta como divertida: ésa es la clave. Reírte de lo más escabroso y justificarlo. Total, tampoco es tan malo que un chico de 13 años se venda a un odontólogo pederasta que le va a dar educación y todo, ¿no? El niño vendido en el prostíbulo de Filipinas les aterra, pero esto, a la mayoridad, le causa risa, ¿por qué? Porque sois basura. Vosotros, sí; la gran mayoría: basura.

La gran felicidad es saber que no soy como la mayoría, que pertenezco a esa minoría de personas decentes, la mayoría nihilistas, que denunciamos el humor negro, pues es un arma que despedaza la dignidad de las personas, sobre todo, de los más débiles. ¿Y no es débil un niño de 13 años pobre que es vendido a las garras de un adulto por su propia madre? Es Madrid, no el Tercer Mundo, y es una realidad plasmada por el despreciable Almodóvar que se befa de ello. Él es el valedor máximo del patriarcado, el precursor del cinebasura, que en cualquier país habría sido tachado de tipología enferma que se burla de las desgracias de los más necesitados, pero que en España, soportado por una mayoría que con tal de reír cederían a su hijo a un show para que abusaran de él, enaltece a uno de los personajes más siniestros de España: Pedro Almodóvar.


La escena en la que Carmen Maura se dirige a hablar con el odontólogo interpretado por Javier Gurruchaga, para vender a su hijo. El niño de 13 años está sentado en la silla de la consulta. Anteriormente, el doctor estaba jugueteando con el niño de forma libidinosa. Almodóvar se vale de los recursos de la mofa para hacer que la situación sea divertida para el público. La decadencia de una nación miserable, secuestrada por un imaginario colectivo enfermo, posibilita la degradación más abyecta.


Asimismo, Almodóvar, en la película Laberinto de Pasiones, de 1982, dos años antes de ésta, actúa en el film como presentador de conciertos. Él presenta en el escenario, maquillado hasta las córneas, con pendientes de aro gordo y chupa de cuero el show musical. Y el director declara ante todo el público: "Bueno, Los Melancólicos no pueden estar con vosotros esta noche por problemas de drogas, tráfico ilegal de niños, trata de blancas y algunas cosas más". La burla hacia los mayores crímenes de la humanidad es una constante en su cine. Porque claro, lo de traficar con niños es una risa!! ¡Uy, qué risa me da! ¡Puta basura! Los 10 millones de niños con los que se trafica cada año en el mundo seguro que ofrecerán la carcajada más grandiosa.

¿Por qué se enaltece a estos personajes? Porque la mayoría es así. Hay un soporte social funesto que asienta a esta gentuza, es así de simple. El cinebasura y la telebasura lo ve gente que es... BASURA.