El incesto nacido de la violación del padre a la hija. Laberinto de Pasiones (1982); el Film de Pedro Almodóvar que escenifica la befa hacia la mujer agredida sexualmente en el seno de su familia, por su propio padre. La demostración supina de la decadencia moral que fagocitó a toda la nación de España. Luis Ciges y Marta Fernández Muro son los inductores de la escena, en la época más corrupta de España: los años 80. En donde las agresiones sexuales de todo tipo eran impunes, en su mayoría.
Así, el padre que comete incesto contra su hija es un hombre interpretado por Luis Ciges. Él trabaja en una tintorería con su hija. Su mujer
se ha marchado. Este progenitor toma una droga que sirve para dar consistencia
y dureza al pene para largo tiempo llamado vitopens,
que es de uso preferencial para hombres maduros impotentes e inapetentes. La
trama de la hija del tintorero, Queti, papel interpretado por Marta Fernández Muro,
está urdida junto a Sexi, una clara contraposición entre la chica de clase baja
y la chica de clase alta. La ninfómana es cliente de la tintorería, quien va
para allá para que le laven su ropa, y Queti es fan suya, pues Sexi es cantante
de un grupo musical salvaje y Queti anhela lucir sus vestidos y tener su fama.
Hay una secuencia que es crucial para entender
el incesto, y se produce con luz de día, para simbolizar perfectamente la
perversión sexual. Este trabajador, el padre de Queti, se ducha en su bañera
llena de espuma y escupe. Él le pide a su hija que le traiga el té, y la hija, mientras
echa agua del cazo al vaso aprovecha para echarle benzamuro a la taza, que es
un atenuador del ansia sexual.
En voz en off, con una sonido bastante chocarrero,
Queti nos cuenta las propiedades del prospecto: “Benzamuro, fuerte atenuador
del ansia sexual. En épocas de celo, neutraliza los ímpetus sexuales de los
animales de fuerte constitución”. Después, ella va al baño, le llama papá y le
da el té mientras él está cubierto por una toalla. Más adelante, él se mira en
el espejo y se repeina con las manos y llama a su hija Queti “cariño”, y le
dice que le dé un poco de crema en la espalda. Ella le aplica la crema, y él,
con una voz susurrante, manifiesta: “Así es, despacito, suave” y resopla de
placer. Después, se toca el cuello y asegura: “Es una pena que estas arrugas no
sean igual que las de los pantalones. Un golpe de plancha y fuera”.
Subsiguientemente, el tintorero se da la vuelta
y le dice a la hija: “¿Y qué haces tú para conservarte tan joven?”, y Queti
contesta: “Nada”, levantando los brazos y siguiendo con su frotada de crema por
los brazos, a esta contestación, él replica: “¿Nada? Pero siempre me dices lo
mismo”, y ella replica: “Es que tú siempre me estás preguntando lo mismo...”.
El padre insiste: “¿Y solamente eras dos años más joven que yo?”, y ella
contesta: “Ya empezamos… papá por Dios” mientras sigue poniéndole crema. El
tintorero que sigue con su mirada clavada en ella, responde: “No me llames
papá. Te he dicho mil veces que no me llames papá”, y la hija se desespera y le
comunica: “Qué pasa, que otra vez la misma historia…” mientras da giros a su
dedo índice en señal de que está loco.
El padre sujeta la crema y la deja en el
lavamanos, la agarra y comienza a besarla por el cuello mientras ella dice: “Esto
no está bien, esto no está bien, papá, no está bien”, e intenta quitárselo de
encima pero él le agarra de los hombros y le dice: “O eres una esquizofrénica o
solamente lo haces para ponerme cachondo”. Después, él quiere llevarla a la
cama pero ella reniega porque asegura que tiene mucho trabajo doméstico que
hacer, como lavar y planchar, pero él se la lleva y dice que luego lo harán
juntos.
La escena siguiente es de un primer plano del
pie de la joven que está siendo amarrada por su padre con una cuerda. Después,
en un plano medio-largo ella está desnuda, con los pechos descubiertos y
esposada a la cama por las muñecas con dos cuerdas. La decoración del
empapelado de la pared con líneas azules que se ramifican en una estrella azul
es bastante psicodélica, y el crucifijo en el centro representa el simbolismo
del ritual religioso trasladado al ritual sexual. Las sábanas horteras
evidencian que se trata de una familia de clase baja.
Así, el padre dice: “¿Te gusta así, eh? Eres una
viciosilla…”, y ella abre la boca y mueve la mandíbula en señal de mueca y
aburrimiento. El progenitor añade: “Me he casado con una mujer que además de
tener dos personalidades es una viciosa”; el tintorero se echa encima de ella y
expulsa su aliento a escasos centímetros de su cara, y dice: “Pero yo te quiero
igual, cuando dices que eres mi hija y cuando dices que eres mi mujer”, y la
besa a ella en la parte superior del seno, para después acariciarla por debajo
de la axila. El padre apuntala: “Si en vez de dos personalidades tuvieses
cuatro a todas las querría por igual”.
Ella aparta la cara ante sus
tocamientos, besuqueos y comentarios, pero él besa su cuello y le acaricia con
el dedo pulgar uno de sus pechos. La degeneración de la escena produce lo
emético pero empina al personaje maduro como criminal capacitado para
quebrantar la ley, decolando el incesto contra un ser indefenso.
A colación de esta escena psicógena, Onfray nos
desvela el pensamiento freudiano a esta cuestión, en su texto en Algunas consecuencias psíquicas de la
diferencia anatómica entre los sexos, de 1925[1]:
“En
Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos
Freud señala: 'Todo analista ha tomado conocimiento de mujeres que perseveran con
particular intensidad y tenacidad en su ligazón-padre y en el deseo de tener un
hijo de él, en que ésta culmina. Hay buenas razones para suponer que esta
fantasía de deseo fue también la fuerza pulsional de su onanismo infantil, y
uno fácilmente recibe la impresión de hallarse frente a un hecho elemental, no
susceptible de ulterior resolución, de la vida sexual infantil'. Siempre sin pruebas, y
sin preocuparse por apoyar sus afirmaciones en la clínica, Freud asesta esta
hipótesis: 'la renuncia al pene se efectúa en
beneficio de una nueva investidura, la de tener un hijo'. Pero dónde podría
imaginarse la búsqueda de un padre escogido según las lógicas exogámicas, Freud
plantea que dicha búsqueda se lleva a cabo dentro del círculo endogámico. La
mujer, en efecto, 'resigna el deseo del pene para reemplazarlo por el deseo de un hijo, y con
este propósito toma al padre como objeto de amor'.
Asimismo, Almodóvar se burla del incesto que
sufre Queti en una escena en la que Sexi (Cecilia Roth), y Queti tienen una discusión sobre la
depravación sexual del tintorero. Todo se inicia porque Sexi, una pija de mucho dinero, hija de un bioginecólogo que padece sexofobia, llevó su ropa a la tintorería de Queti, y Sexi, ve en la calle a la tintorera con su
ropa, mientras ella va en taxi, por lo que se lo recrimina ante las
redundantes disculpas de Queti, quien se siente avergonzada y está bastante
ruborizada por ello. El personaje de Queti cerciora la debilidad con su voz ridícula,
portadora de inocencia y subordinación, aderezada a su abdicación de voluntad
de potencia.
En el taxi, pues Sexi le ha invitado a llevarla,
Queti confiesa que es fan suya, que ha ido a todos sus conciertos y que la
imita porque la tiene idealizada, y que por ese motivo se puso su ropa. Queti
asegura que la música es lo único que le hace olvidarse de sí misma, arguyendo
que “yo la cambiaría por la de cualquiera”.
Queti muestra su lado más lúgubre: “Tengo muchos
problemas”, y Sexi dice: “Bueno, pero problemas tiene todo el mundo, ¿no?”, y
Queti replica: “Yo es que estoy muy traumatizada. Es que mi madre nos dejó hace
unos meses ¿sabes? Y ahora vivo sola con mi padre que está de los nervios y
entonces me confunde de vez en cuando con ella, con mi madre, y entonces me
fuerza”, y a esto Sexi contesta en un primer plano: “¿Quieres decir que te
viola?”, y manteniendo el primer plano de Sexi, Queti contesta: “Sí”, y Sexi
replica: “¿Y tú te dejas?”, y en un corte que va al primer plano de Queti, ésta
dice: “Es que no sabes cómo se pone. Se pone completamente fuera de sí. Y yo
(se llena la boca de aire en forma de globo), pues no sé qué hacer”, y Sexi
contesta: “A lo mejor a ti te gusta…”, y Queti replica: “No mujer, no me gusta,
lo que pasa es que una… pues una se acaba acostumbrando a todo”.
Sexi replica: “Pero bueno, ¿lo hace con
frecuencia?”, y Queti contesta: “Un día sí y otro no”, y Sexi responde: “Qué
bárbaro, ¿no falla jamás?”, y la hija del tintorero asevera con rotundidad: “Jamás.
Es que él se toma un afrodisíaco los días alternos ¿me entiendes? Y entonces
esos días es cuando me viola”, ante la contestación de Sexi: “¡Pero tú tienes
que dar un antídoto!”, y la hija del tintorero replica: “Ya se lo doy. ¿Qué
crees, chica? Lo que pasa es que no le surge efecto”. Ante esta explicación, Sexi
resopla, y arguye: “Sabes que yo tengo un amigo que se llama Paco que es
químico, que igual si le llamamos nos puede dar algo que resulte”. Queti contrarresta con Bromuro.
Al final resulta, que la mezcla de vitopens y bromuro es lo que le hace enloquecer al hombre maduro: una justificación perfecta para poder salir ileso de una apología demencial.
¿Y cómo termina la película? Con la relación padre-hija de nuevo. Queti se somete a una operación de cirugía estética que paga Sexi, y entonces, se convierten en gemelas. Queti, convertida en Sexi, se acuesta con el bioginecólogo, quien antes había tomado sin saberlo vitopens de las manos de Sexi.
Cecilia Roth y Fernando Vivanco protagonizan la metáfora del incesto positivo. Él cree que está fornicando con su hija, aunque en verdad, lo haga con otra mujer, que sometiéndose a una operación de cirugía estética tiene el mismo rostro que su hija.
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