Sándor Ferenczi (1873-1933) médico y psicoanalista húngaro. El hombre que se negó a aceptar las teorías de Freud, en las que pretendía convertir la declaración de niños, víctimas de la violencia sexual, en fantasías: imaginaciones que nada tenían que ver con lo real. Algo que la evidencia clínica demostró como falso. Pero Freud, siempre trabajó para el sistema burgués, el que pretendía acallar las voces de los niños abusados. En este sentido, Ferenczi, con la valentía del hombre noble, notificó lo contrario, detallando, que esa violencia era real y no de naturaleza fantasiosa.
Sandor Ferenczi, hijo
de un librero, y octavo de doce hermanos, nacido en 1873, en Budapest, Hungría,
fue un médico y psicoanalista pionero que se graduó en Medicina en 1894, en
Viena, y que ejerció la psiquiatría en su localidad oriunda. Este médico,
proveniente de una familia de judíos polacos emigrados, es un descubridor
genuino que consigue profundizar en conceptos psicoanalíticos, en materias de
carácter científico, con la creatividad de aquél que no se deja llevar por los
complejos sociales y políticos de su época. Un insurrecto, que fue descalificado
de sufrir delirios y capítulos psicóticos, como forma vil, de sepultar, sus magníficos
avances psicoanalistas y sus propuestas técnicas.
En la neurosis
clásica, Ferenczi argumenta con diligencia, acerca de la ansiedad femenina, la
cual había sido catalogada por tener una base fundacional en el carácter
neurótico, idea de la que no estaba de acuerdo, pues el gran problema de esa
ansiedad, tenía su basamento en las condiciones sociales, políticas, jurídicas
y educativas que sometían a la mujer a la servidumbre y la subordinación bajo
el yugo masculino. En su escrito “Efecto de la eyaculación precoz sobre las
mujeres”, de 1908, ratifica, que la ansiedad en las mujeres se debe,
mayoritariamente, por la gran insatisfacción sexual que padecen por parte de
los varones, siendo una de las causas, aparte de la impotencia, la eyaculación
precoz masculina. A este respecto apuntala:
“Es fácil por qué de los dos sexos, es la mujer la más afectada por las psiconeurosis, dada la desigual presión de la sexualidad sobre ambos. Desde niños se toleran a los hombres cosas que a las mujeres se les niegan en la realidad y la fantasía. Incluso en el matrimonio hay dos morales, una para los maridos y otra para las esposas: la sociedad castiga la transgresión de los preceptos morales con más severidad en la mujer que en el hombre. Los sucesivos períodos de la sexualidad femenina, (la pubertad, la menstruación, el embarazo, el parto y la menopausia), pesan mucho sobre la vida afectiva de la mujer, en particular a causa de una represión exagerada, que no es necesaria en el hombre. Todos estos factores aumentan considerablemente la incidencia de mujeres psiconeuróticas”.
Leer este párrafo es
algo fantástico, un argumento corajudo que encomia a Ferenzci, por su valentía
y su nobleza en la busca de la verdad. Los prejuicios sociales y el machismo
latente freudiano nunca le habrían permitido escribir semejante párrafo, y más,
en aquella época. Era una realidad consumada que las mujeres estaban sometidas
a un superyó mucho más despótico, en comparación, con el superyó laxo, al que
estaba sometido el hombre. La mujer siempre estuvo dominada a una represión
brutal, tanto a nivel social como a nivel político, por el patriarcado de la
máxima regencia, que controlaba en lo público y lo privado, cualquier
independencia de la mujer, que la sometía a la servidumbre e intentaba reprimir
toda su sexualidad.
Ferenczi es un
avezado en su materia, en especial, porque fecunda la capacidad de hilvanar
hasta qué punto las condiciones sociales y ambientales, y la sociedad en su
conjunto, intervienen de manera decisoria, en la salud mental del individuo y
en todo su psiquismo. El pensamiento centralizador del sistema machista y
tirano, reclutaba la subjetividad interna de cada individuo, y Ferenczi, no
estaba dispuesto a aceptarlo.
El húngaro, con su
perspicacia congénita, vinculó dos conceptos que estaban separados por el
pensamiento rector: el narcisismo y la neurosis. En 1923, escribió “Miedo y autoobservación
narcisista”, un texto que nos da para reflexionar, relatando un concepto de lo
que hoy se conoce como “fobia social”, una categorización miserable, que sirve
para etiquetar a todo aquél que es diferente, y se niega a cumplir
taxativamente, las pautas sociales en su factor comportamental; una estigmatización
que desecha al raro y beatifica a la oveja mayoritaria, que decide cumplir las
características de personalidad regidas desde lo más alto del sistema. En este
sentido Ferenczi explicita:
“Entre las personas azoradas por un estado ansioso cuando están en público, ya se trate de hablar, de representar una comedia o de interpretar música, se encuentra que en aquellos momentos se hallan a menudo inmersas en un estado de autoobservación: escuchan su propia voz, observan cada gesto de sus labios, etc. Y esta división de la atención entre el interés objetivo dedicado al objeto de su producción y el interés subjetivo por su propio comportamiento perturba la realización motriz, fonatoria u oratoria que normalmente es automática. Es un error creer que a tales individuos les perjudica su excesiva modestia; por el contrario, es su narcisismo quien se muestra demasiado exigente por lo que concierne a su propia apariencia”.
Ferenczi puntualiza
que los errores de comunicación en una persona no se deben a una modestia
representativa, sino que su narcisismo se ve obligado, por la presión social,
(el valor extrapsíquico), a mantener una personalidad concreta, germinada por
el sistema maquiavélico que trata de gestar individuos perfectos, que deben
expresar, mediante la palabra, la inmensidad intangible de sus emociones más
internas. El médico de Budapest lleva el concepto de narcisismo más allá de la
psicosis, un fundamento que no fue lo suficientemente valorado por los
psicoanalistas de la época.
En 1918, en su trabajo
“Psicoanálisis de la neurosis de guerra”, Ferenczi deja claro que el narcisismo
es una parte de la neurosis, en relación a los síntomas que se derivan de ésta
última. Los síntomas que provocan a los soldados que estuvieron inmersos en
batallas bélicas, aspectos aversivos como la hipocondría o la
hiperexcitabilidad, son fruto, de una
hipersensibilidad del “yo”, debido a que la libido se retira de los objetos e
inviste directamente al “yo”. Esas escenas de guerra, de muerte: con
mutilaciones, bombardeos, gritos y locura, han provocado al sujeto un trauma de
carácter irreversible del que debe recuperarse. Su “yo” ha quedado escindido,
completamente desfigurado, ha perdido todo su equilibrio emocional y toda su seguridad
en sí mismo, por lo que se produciría, según Sandor, una regresión a su circuito
infantil narcisista, en la que el adulto se encontraría desprotegido y
desamparado, y necesitaría, los cuidados y el amor de otro u otra ser,
aderezados, a la protección y a la defensa que recibió cuando era niño por
parte de uno de sus progenitores.
En 1929, Ferenczi,
escribe, con respecto al niño, tan marginado como sujeto en aquella época, lo
siguiente:
“El niño debe ser llevado, con un inmenso dispendio de amor, ternura, y cuidados a perdonar a sus padres por haberlo traído al mundo sin ninguna participación por su parte, porque de otro modo los impulsos de destrucción despiertan pronto. La fuerza vital que resiste a las dificultades de la vida no es aún muy fuerte en el momento del nacimiento; sólo se llega a establecer cuando hay una crianza y una atención cuidadosa que permite alzar una progresiva inmunización contra los atentados físicos y psísquicos”.
Es evidente que la
vida se nos fue concebida sin previa consulta, y que sólo podemos elegir, en
algunos casos, nuestra muerte.
Para mí, lo más
importante, es que Ferenczi coloca la figura del niño como epicentro, ya que en
la infancia, todos somos sujetos endebles, que estamos a merced de nuestros
progenitores, y su maldad o bondad, determina nuestro “yo”.
Así, no es el niño el
que tiene la responsabilidad, sino el adulto, pues éste, ejerce su voluntad
contra el niño. Debo comentar, que es un gesto laudatorio de un hombre que se
negó a aceptar la tesis patriarcal hegemónica, que pretendía silenciar los
abusos sexuales cometidos contra menores por parte de adultos, en especial, en
régimen familiar. Ferenczi no sólo reconquistó el concepto de trauma, también
reconquistó, al niño desvalido que mordía sus lágrimas en el silencio de la
sangre por las violaciones y demás abusos sexuales recibidos: cuando la
cobardía sistémica entreteje sus ramas despiadadas, y la mayoría se vende por
fama y dinero, siempre hay un héroe, que asoma la cabeza para denunciar la
sevicia y el atropello moral contra los más débiles: Ése fue Ferenczi.
Asimismo, Freud,
mentor de Ferenczi, que pronto denigraría, definió el trauma como un principio
ambiental que inviste al “yo”, y que no se produce por asociación.
El trauma, en un
principio, sería para el vienés, un ardor neuronal que se libera en
experiencias prematuras y se descarría en el sistema nervioso. En sus casos con
pacientes histéricos halló sucesos de experiencias sexuales precoces, lo que le
llevó a teorizar la histeria, entre 1894 y 1896, basando sus estudios, en la
etiología sexual de la neurosis.
Estos pacientes se
sentían machacados psicológicamente por escenas chequeadas en su memoria, pero
que no circulaban de forma libre, sino que habían sido reprimidas al
subconsciente; y desde allí, se transformaban en síntomas, que el paciente
mostraba en su comportamiento externo. De ahí, que la histeria pasara de ser un
problema neurológico con bases hereditarias a un fenómeno que debía ser
estudiado por la psicología, y conceptualiza este hecho fáctico con la “escena
de seducción”. Pero un año después, Freud deserta la teoría de la seducción
como explicación etiológica de la neurosis, y la convierte en fantasía
inconsciente por parte del niño, en la que el seductor pasaba a ser el niño. Sigmund,
en una carta a un colega suyo, Flies, en 1897, afirma, que no cree en absoluto
lo que sus pacientes le dicen sobre seducciones o abusos que sufrieron en su
infancia.
De este modo, Freud vislumbraría
las realidades traumáticas en la ansiedad de castración, la ansiedad de
separación, la escena primaria y el complejo de Edipo; por lo que el trauma,
era producto de la disputa de los instintos sexuales, que después serían
pulsiones sexuales, y la pendencia del “yo” contra ellos, donde dominaba,
primordialmente, la fantasía inconsciente y la realidad psíquica interna que se
daba en el sujeto en cuestión.
Freud, traicionó la
verdad de sus pacientes y carbonizó cualquier principio de justicia y axiología,
pero él sabía bien que con escrúpulos es difícil ser “alguien” para el sistema
censor. Detestó los análisis clínicos que demostraban violaciones e iniquidades
sexuales contra niños, o adultos que los palidecieron en su infancia. Ocultó los
abusos sexuales y desvió sus estudios primarios para, en consonancia con la
burguesía que dominaba entonces, enmascarar los casos de sevicia sexual, en
fantasías y conjeturas que los niños o adultos inventaban de forma neurótica.
Ferenczi se negó a
aceptar esa situación, y como figura heroica, a pesar de ser vilipendiado y
expulsado del régimen psicoanalítico por las autoridades y el propio Freud: por
ese entramado científico al servicio del sistema burgués, estableció su propia
teoría.
En 1932 el húngaro
presentó “Confusión de lenguas entre el adulto y el niño”, donde en una
ponencia estableció que el trauma era un factor etiológico importante dentro de
la patología mental. Explicó que el trauma estaba asociado a la sexualidad,
pero además, existían otros elementos a considerar, como por ejemplo, las
seducciones incestuosas por parte de los adultos, algo que estaba vetado para
la comunidad psicoanalítica. Estas seducciones del adulto hacia el niño eran
más culminantes y repetitivas de lo que se creía, además de la hostilidad y el
odio por parte del adulto.
Sandor Ferenczi consideraba
traumática toda ausencia de amparo por parte del adulto hacia el niño, con la
añadidura, de que el adulto usaba al niño para sus propios fines, sin tener en
cuenta, las necesidades del niño: es de una meritocracia a tener en cuenta.
Además, en 1928, en
su trabajo “La adaptación de la familia al niño”, Ferenzci lo deja muy claro,
en un texto que expongo a continuación:
“Permítanme que les insista en que esta relación íntima con mis pacientes me ha dado importantes niveles de comprensión. En principio he podido confirmar la hipótesis ya enunciada de que nunca se insistirá bastante sobre la importancia del traumatismo y en particular del traumatismo sexual como factor patógeno. Incluso los niños de familias honorables de tradición puritana son víctimas de violencias y de violaciones mucho más a menudo de lo que se cree. Bien son los padres que buscan un sustituto a sus insatisfacciones de forma patológica, o bien son personas de confianza de la familia (tíos, abuelos), o bien los preceptores y el personal doméstico quienes abusan de la ignorancia y de la inocencia de los niños. La objeción de que se trata de fantasías sexuales de los niños, es decir, de mentiras histéricas, pierde toda su fuerza al saber la cantidad de pacientes que confiesan en el análisis sus propias culpas por atentados sobre los niños. Por esta razón no me sorprendí cuando, hace poco, un pedagogo de espíritu filantrópico vino a verme con gran desesperación y me confió su descubrimiento, de que en un corto lapso de tiempo había descubierto que, en cinco familias de buena sociedad, la gobernante mantenía con muchachos de nueve a once años una auténtica vida conyugal.”
Este texto es
creatividad semoviente. Es algo que le honra, teniendo en cuenta la época
burguesa, clasista, iracunda, tiránica, inmoral, blasfema e insolidaria de la
que estamos hablando, donde se pretendía tapiar, desde lo científico, al
servicio del sistema represor y luciferino, las violaciones y los abusos
sexuales que se cometían contra los menores; imponiéndose una praxis, en la que
se argumentaba, que las experiencias relatadas por los niños, en relación, a
los abusos sexuales sufridos, estaban fundamentados en mentiras histéricas, y
que por tanto, era pura fantasía infantil, el relato acerca de todos los abusos
y violaciones que relataban. Y añade, acerca de las relaciones sexuales
incestuosas, que el criminal es el adulto, pues quien profana la inocencia del
niño es el maduro; ya que el que regenta el máximo poder sobre el púber, es el
sujeto experimentado:
“Las seducciones incestuosas se producen habitualmente de este modo: un adulto y un niño se aman; el niño tiene fantasías lúdicas, como por ejemplo desempeñar un papel maternal respecto al adulto. Este juego puede tomar una forma erótica, pero permanece siempre en el nivel de la ternura. No ocurre lo mismo, sin embargo, en los adultos que tienen predisposiciones psicopatológicas, sobre todo si su equilibrio y su control personal están perturbados por alguna desgracia, por el uso de estupefacientes o de sustancias tóxicas. Confunden los juegos de los niños con los deseos de una persona madura sexualmente, y se dejan arrastrar a actos sexuales sin pensar en las consecuencias. De esta manera son frecuentes verdaderas violaciones de muchachitas apenas salidas de la infancia, lo mismo que relaciones sexuales entre mujeres maduras y muchachos jóvenes, o actos sexuales impuestos de carácter homosexual”.
¿Cuál sería la
respuesta del niño ante estos atentados de malevolencia inefable por parte de
los criminales sexuales? Ferenczi, se sumerge en una respuesta difícil, pero
que afronta con todo el denuedo posible:
“Es difícil adivinar el comportamiento y los sentimientos de los niños tras estos sucesos. Su primer reacción será de rechazo, de odio, 36 de disgusto, y opondrán una violenta resistencia: «¡No, no quiero, me haces mal, déjame!» Esta, o alguna similar, sería la reacción inmediata si no estuviera inhibida por un temor intenso. Los niños se sienten física y moralmente indefensos, su personalidad es aún débil para protestar, incluso mentalmente, la fuerza y [145] la autoridad aplastante de los adultos los dejan mudos, y a menudo les arrebata su facultad de pensar. Pero cuando este temor alcanza su punto culminante, les obliga a someterse automáticamente a la voluntad del agresor, a adivinar su menor deseo, a obedecer olvidándose totalmente de sí e identificándose por completo con el agresor. Por identificación, digamos que por introyección del agresor, éste desaparece en cuanto realidad exterior, y se hace intrapsíquico [en lugar de extrapsíquico]; pero lo que es intrapsíquico va a quedar sometido, en un estado próximo al sueño -como lo es el trance traumático-, al proceso primario, es decir, que lo que es intrapsíquico, siguiendo el principio del placer, puede ser modelado y transformado de una manera alucinatoria, positiva o negativa. En cualquier caso la agresión cesa de existir en cuanto una inflexible realidad exterior y, en el transcurso del trance traumático, el niño consigue mantener la situación de ternura anterior".
Por lo tanto, el niño
se siente indefenso, pero sabe, que lo que le está pasando atenta contra su
dignidad y su integridad humana, por ese motivo, exige al adulto que lo deje.
Al tener éste el poder supremo, puede ejercer toda su violencia y
escenificación intimidatoria posterior, por lo que el niño, tiende a doblegarse
ante el agresor: se produce una introyección con el criminal, por lo que esa
amenaza exterior, extrapsíquica, se convierte en intrapísquica, pasa a ser una
realidad interior, donde el niño queda en un estado primario, donde lo
intrapsíquico prosigue al principio del placer, para así, configurar y moldear
su psiquismo de una manera alucinatoria, negando en parte, la bestialidad que
está sufriendo. Esta identificación con el adulto es fruto de la ansiedad y el
miedo.
Asimismo, cuando el
niño recobra su realidad personal, tras la brutal agresión, tiene un desorden
emocional enorme, al sentirse inocente y culpable. El agresor, en su decadencia
moral, minimiza sus abusos hacia el niño declarando que todavía es un niño, y
como no sabe nada, lo olvidará pronto, lo que origina en el niño una mayor
consciencia de su incorrección anímica, y una mayor constatación de la pureza
que le ha sido robada.
En este sentido, el
niño necesita el apoyo de una figura de peso, como la madre, pero cuando ella
califica de “absurdo” o pura “fantasía” su requerimiento, los problemas
agrandan. El infante puede convertirse en un borrego que obedece maquinalmente,
o bien, en un sujeto obstinado. Su vida sexual queda mermada, no se despliega,
y además, puede adquirir formas perversas en el futuro, dando lugar a psicosis
graves. Para mí, el apoyo emocional es básico, sobre todo, el creer en la
veracidad del dolor relatado, este punto, quiso ser acallado por la sociedad
occidental, extremadamente burguesa, de otrora.
Por otra parte, Ferenczi
declara en relación a la respuesta emocional del abusado, lo siguiente:
“Lo que importa desde el punto de vista científico en esta observación es la hipótesis de que la personalidad aún débilmente desarrollada, reacciona al displacer brusco no mediante la defensa sino con una identificación ansiosa y con la introyección de quien la amenaza o la agrede. Ahora comprendo por qué mis pacientes rehúsan mi consejo de reaccionar frente al displacer con odio o con movimientos defensivos ante la injusticia sufrida, como yo hubiera esperado. Una parte de su personalidad, el núcleo mismo de ella, ha quedado fijado a un determinado momento y a un nivel en que las reacciones aloplásticas eran aún imposibles y donde, debido a una especie de mimetismo, se reacciona de forma autoplástica. Se llega así a un tipo de personalidad constituido únicamente por el Ello y el Superyó que, en consecuencia, es incapaz de sostenerse en casos de displacer; del mismo modo en que un niño que aún no ha alcanzado pleno desarrollo es incapaz de soportar la soledad si carece de protección maternal y de una cantidad sustancial de ternura”.
En este sentido, yo
opino, que se debe inculcar en el sujeto humano el odio. Este concepto
inmaterial de enorme fuerza, afrenta al displacer, la injusticia y la agresión;
pues, el odio, es el que te permite tener personalidad, constituir tu “yo puro”, frente a la vileza, la subyugación y
la ferocidad que proviene del exterior. Muchos niños libres fueron abusados por
una fuerza exterior psicopática, cardinalmente infanticida, y promovida, por
consensos sociales y políticos encaminados a la protección del adulto y el
silenciamiento benjamín; de ahí, que el sujeto pueda revertir su situación ante
ese criminal sexual y su sistema social circundante, miserablemente cómplice,
basando toda su fuerza psíquica en el odio: el odio tiene su labor en la psique
humana, y puede salvar a una persona de su autodestrucción, llámese estado
vegetativo o suicidio. La pulsión de muerte debe ser empujada hacia fuera.
Para Ferenczi las
tendencias eróticas de los niños se manifiestan con mayor intensidad, sin
embargo, los juegos sexuales para los niños son sólo ternura pero para los
adultos son una pasión; el niño entonces queda dividido, y piensa, que es
culpable e inocente al mismo tiempo, se destruye la confianza en sus sentidos,
y también, en las personas, pero no abandona por ello a los objetos.
Para Ferenczi, la
derivación del trauma en el niño es responsabilidad del mayor: los factores
intrapsíquicos son una excusa para culpabilizar al pequeño de la aberración
moral del adulto.
Además, Ferenczi
subraya los valores humanos y los puentes comunicacionales que el psicoanalista
debe tener con su paciente:
“El setting libre de los sentimientos críticos (del paciente), la voluntad por nuestra parte de admitir nuestros errores y la empresa honesta de evitarlos en un futuro, crean en el paciente una confianza en el analista. Es esta confianza la que establece el contraste entre el presente y el insoportable pasado traumatogénico… el pasado ya no como reproducción alucinatoria sino como memoria objetiva”.
Ferenczi saca su lado
más humano, y siembra, un vínculo de amor con el paciente, donde su estabilidad
emocional y su autoestima deben ser pilares neurálgicos para toda terapia. Es
evidente, que la comunicación no verbal está incluso por encima de la verbal:
el simple posicionamiento del psicoanalista, su mirada, su prosodia, el uso de
un léxico determinado e incluso sus propios silencios, influyen notablemente en
el grado de confianza, y en la autoevaluación intrínseca del paciente, con
objeto de generar, un clima godible donde el paciente puede expresar los
sentimientos más insondables que lleva dentro; muchos de ellos reprimidos por
el miedo o la vergüenza.
Ferenczi también
notificó la importancia de generar puentes empáticos con el paciente, como expone
Clara M. Thompson, psicoanalizada por el médico húngaro:
““Ferenczi también creía que el amor es tan esencial para el crecimiento saludable del niño como la comida. Con él, el niño se siente seguro y tiene confianza en sí mismo. Sin él, se convierte en un enfermo neurótico… o, a menudo muere debido a la falta de amor… Actualmente, otros analistas –en especial Fromm y Sullivan- han presentado ideas similares, pero creo que Ferenczi estaba bastante solo en Europa alrededor de 1926 en este tipo de pensamiento”.
Ferenczi daba un gran
valor al capital humano, como base primordial, en la que el psicoanalista, debe
proyectar toda su imaginería con la intención de acceder al inconsciente del
paciente. De hecho, en 1928, ya tiene claro que la libertad absoluta del
paciente permite la asociación libre, para que él se sienta relajado, y así, logre
liberar su propia fantasía, en un espacio simbólico, donde ésta, pueda fluir
desde dentro. A este respecto, exterioriza en ese año:
“El analista debe dejarse impactar por la asociación libre del paciente; simultáneamente, permite que su propia fantasía se ponga en marcha con el material de la asociación”.
En 1933, Ferenczi
declara con gran fundamentación científica, algo que ya se ha explicado anteriormente
en este ensayo, pero ofreciendo un matiz psicoanalitico:
“Cuando la ansiedad alcanza un cierto máximo, les compele (a las víctimas) a someterse como autómatas a la voluntad del agresor… se identifican con el agresor… A través de la identificación… (el agresor) desaparece como parte de la realidad externa, y se convierte en intra-psíquico en lugar de extra-psíquico…”.
Es así como nace el
concepto de “identificación con el agresor”, un hecho que se produce no por
neurosis, sino como mecanismo de defensa, con el objetivo de obtener la
supervivencia, dada la insondable indefensión del niño, completamente huérfano,
ante las manos del execrable agresor sin escrúpulos.
Este concepto nos
encamina a un escenario muy chocante, porque por un lado, el niño pretende
sobrevivir ante el ataque salvaje que está sufriendo pero, debe acatar para
ello, una situación muy traumática, y es, aceptar el peligro de su repetición;
como consecuencia, de la embestida del delincuente sexual y enfermo patológico.
Por ello, este ataque es consentido por la víctima, por lo que el agresor es domado
de alguna manera. Este efugio paradigmático de la víctima es una vía de escape
verosímil, partiendo de la tremenda vulnerabilidad del niño contra el agresor
psicópata.
En el Diario Clínico,
en 1932, Ferenzci recalca:
“En el momento del agotamiento total del tono muscular, se abandona toda esperanza de un auxilio exterior o de una atenuación del trauma; (...) el individuo renuncia a cualquier expectativa de una ayuda exterior y sobreviene una última tentativa desesperada de adaptación, de algún modo semejante al animal que se hace el muerto. La persona se escinde en un ser psíquico de puro saber que observa los sucesos del exterior, y un cuerpo totalmente insensible”.
Por lo tanto,
escenificamos como Ferenczi argumenta que el aparato psíquico de la persona se
bifurca en dos, para ganar así, su autoconservación: separando sus sensaciones
más profundas con lo que realmente le está pasando; la pulsión de
autoconservación está por encima de la sexual, y es la que hace sobrevivir al
sujeto. De esta forma la persona se insensibiliza, para eximir, el oneroso
sufrimiento que le provocaría un shock de dimensiones gravísimas.
Muchos pacientes aseguran,
en la contemporaneidad, que gracias al uso de la “identificación con el
agresor”, pudieron distanciar sus emociones en las situaciones en que estaban
siendo abusados o violados, y esa disociación, fue el pilar básico que permitió
la supervivencia de la víctima y la no-aniquilación de todo su estado anímico.
La experiencia
traumática puede destruir a una persona en su vida sexual y anímica, y perjudicar,
la evolución sexual de la misma. En este aspecto, Ferenzci encabezó la regla
moral del psicoanálisis, en el que la persona humana debía compartir sus
sensaciones después del trauma.
Es muy necesario
relatar a una persona de confianza las situaciones salvajes a las que un
paciente ha sido sometido en su vida espiritual, y esa persona, debe ser el
psicoanalista, si ha trabajado su inteligencia emocional para con sus
pacientes. Esto no es fácil, existe una gran ansiedad, un sentimiento de culpa
brutal y una vergüenza que incapacita al paciente a relatar las agresiones
cometidas por parte de un adulto. Pero es muy necesario que el evento
traumático no sea un tabú, que no se quede hacia dentro, lo que provocaría la
creación de una personalidad sádica o neurótica, de ahí, la importancia de
verbalizar el dolor sufrido, porque sin ese primer paso, que es durísimo, el
psicoanalista nunca podría construir una terapia de curación. Ferenczi asevera
que no se debe soslayar el problema sino enfrentarlo de raíz, y sin ningún
miedo.
Asimismo, pese a las
posiciones de Freud, para Ferenczi, el trauma es un suceso real, no es la
fantasía la que engendra el trauma. Cosa que es más evidente analizando la
enorme cantidad de abusos sexuales que se cometían contra los niños, en
especial, en el seno intrafamiliar. La escena traumática se compone de factores
intrapsíquicos e interpersonales, de carácter dinámico: la necesidad del niño
de ternura es manipulada, conscientemente, por el adulto, para aprovecharse de
él, y así satisfacer sus propios deseos eróticos. Por lo tanto los
condicionantes de la seducción sexual son distintos en los adultos y en los
niños. El sistema de relaciones de objeto es heterodoxo, puesto a que quien
tiene el poder es el adulto, y es él, quien posee el desarrollo cognitivo y
sexual.
En 1908, en
“Psicoanálisis y Pedagogía” Ferenczi defiende:
“Una educación defectuosa no es solo fuente de efectos caracterológicos sino también de enfermedades… Pero el análisis de nuestros enfermos nos conduce, a pesar nuestro, a revisar nuestra propia personalidad y sus orígenes; estamos convencidos de que incluso la educación guiada por las más nobles intenciones y realizada en las mejores condiciones –fundada sobre principios erróneos aún en vigor- ha influenciado nocivamente y de múltiples maneras el desarrollo natural”.
En 1924, el médico
húngaro publica “Thalassa”. Un ensayo sobre la genitalidad, donde innova un
nuevo hilo conductor entre biología y psicología. Tras estudios exhaustivos con
animales, y avances científicos sobre embriología, implantó que los impulsos
genitales desde su origen originaban en el sujeto una regresión hacia la mar;
una regresión talásica, puesto a que thalassa significa mar.
En el coito habría por tanto un sentido de
identificación trinitaria entre el órgano genital, indispensable para la
ejecución sexual; la pareja, que permite la descarga de la libido hacia el
objeto; y la secreción genital, que se desembucha en ese encuentro salvaje. Ferenzci
expone:
“Si consideramos toda la evolución de la sexualidad, desde la succión del pulgar en el bebe hasta el coito heterosexual pasando por el narcisismo de la masturbación genital [...] llegamos a la conclusión de que toda esta evolución, comprendido el coito, sólo puede tener por objeto una tentativa del ego, primero dudosa y torpe, luego cada vez más decidida, y por último particularmente acertada, de retornar al cuerpo materno, situación en la que la dolorosa ruptura entre el ego y el entorno aún no existía.”
Para Sandor, el acto sexual
no es una progresión irreversible de vivencias sexuales que terminan en la
“cópula normal”, más bien, se trata de una mixtura de componentes infantiles,
adultos, orales, anales y genitales; lo que generaría una pugna entre el mundo
interior y exterior, con una génesis en las etapas de infancia y latencia. De
ahí que esta mezcolanza no señale que tenga que existir una elección de objeto
de tipo auto, homo o hetero, a nivel sexual, sino que la configuración de un
estado con supremacía de otro proviene de una categorización social y sistémica
posterior, donde uno tiene más predominancia que otro, por pura convención, siendo
consideradas dos de esas elecciones de objeto (auto y homo) como perversas o
enfermas por la señalización del régimen arbitrario.
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