miércoles, 15 de febrero de 2017

ETA en las calles: el sadismo del apoyo civil al terrorismo



Tres fotografías escenifican la presencia de ETA en las calleas vascas. La tragedia de un terrorismo sádico, que masacra a los más débiles, para buscar objetivos falsarios que sólo engrandecen el poder de la Alta Burguesía, con la justificación, de un nacional-idealismo fabricado por los negadores de la vida y los jerarcas adinerados del capital comunitario, embrutecidos por el Sistema clandestino, con el propósito de dirimir a la ciudadanía libre.



ETA no es más que una banda de asesinos, de criminales que fueron engañados bajo una serie de valores icónicos, con el pretexto de factores históricos que pervirtieron la quintaesencia de un pueblo preindoeuropeo.

El sadismo se inició cuando en 1960 Begoña Urroz, de 22 meses, fue asesinada por ETA al quedar abrasada por una bomba que los etarras colocaron en la estación de Amara (Guipúzcoa). La deflagración de una maleta incendaria, que se encontraba en un armario del almacén de la estación, provocó que esta niña sufriera el impacto de lleno, cuando su madre la dejó con una tía suya que trabajaba en la estación. El 90% de su cuerpo quedó achicharrado, y unas horas después, fallecería en la clínica del Perpetuo Socorro, ante las lágrimas de sus padres: la respuesta del pueblo vasco fue la del silencio. La ETA cobarde no lo reivindicó, y el asesino o asesina quedó impune.

ETA nació del idealismo. El nacionalismo de la burguesía política y religiosa se derivó en una forma de violencia que trasladó una psicopatía escalofriante hasta las calles del País Vasco. Un terrorismo político con basamento social, es ya un estado de degeneración. Y lo peor, es que el fanatismo estuvo sembrado por unas clases altas que pudieron, de esta forma, engendrar una dictadura del terror.

ETA ha asesinado en 40 años de existencia a más de 800 personas, al parecer, la cifra supera un poco los 850, entre las cuales, casi 350 se trata de civiles, el resto, son fuerzas policiales y militares, sin olvidar, a determinadas personalidades políticas. Más de 300 asesinatos se encuentran indemnes; se descatalogaron, y las autoridades los abandonaron en ficheros polvorientos.

Así, al hablar de la cifra de muertos, tenemos en cuenta estos datos, sin incluir el atentado  contra cuatro trenes de la red de Cercanías de Madrid del 11 de marzo de 2004, que provocó el asesinato vil de 192 ciudadanos, ni tampoco, el incendio del Hotel Corona de Aragón, que ocasionó la muerte de 83 personas, en 1979, aunque la cifra en verdad es superior, si se tienen en cuenta los heridos que se cuentan por decenas. 

En el 11-M hay mil dudas, aunque descarto la posibilidad de ETA. Ahora, debo subrayar que el 25 de diciembre de 2003 un comando etarra trató de volar la estación de Chamartín con un tren-bomba que habría provocado una masacre, la misma que la del 11-M, pues fue el mismo método, con la diferencia, de que la estación era distinta, pero usando la misma metodología de maletas-bomba. ¿Fue un advenimiento de ETA de lo que iba a pasar el 11 de marzo de 2004? Las casualidades no existen en terrorismo, aunque, tal vez, ese supuesto atentado estaba amañado, era un señuelo para introducir en nuestro inconsciente la amenaza real de que ETA quería realizar una matanza de civiles españoles. ¿Por qué ETA usó a dos inexpertos para esa gran acción? ¿Buscaban realmente ese atentado?

Además, en la madrugada del 29 de febrero de 2004, en una noche hibernal de viento y nieve como no se recuerda en el norte de España en 20 años, se interceptó a dos furgonetas con 536 kilos de explosivos, en Cuenca, dirigida hacia Madrid. Dos etarras de 25 años, sin experiencia terrorista, (sólo uno de ellos había hecho alguna cosa pero de poco alcance en la kale borroka), fueron los utilizados por la banda terrorista vasca para una entrega tan importante. Según estos tipos, iban a dejar la furgoneta en una zona industrial de Madrid para un atentado sin víctimas: no tiene sentido. Además, fue increíble que ETA usase el coche particular de un miembro de la organización para una operación de traslado de explosivos.

A esto, le sumamos que el CNI redactó un informe en el que expresaba que ETA disponía de una nueva tecnología para atentar, y era la de usar teléfonos móviles como iniciadores para detonar las cargas explosivas. El último Comando Madrid detenido en 2002 en la capital española, por las fuerzas de seguridad, nos muestra la cara de un sujeto siniestro llamado Sáenz Olarra, ingeniero electrónico que estudiaba el uso de nuevos tecnologías para asesinar, y se le encontró un móvil conectado a una bomba y un boceto donde se detallaba cómo usar un teléfono móvil como sistema iniciador de explosivos.

Y por si fuera poco, el mismo 11 de marzo, un testigo español vio a la etarra Josune Oña, de las más buscadas por la policía, en el metro, y encima, ni la policía ni el juez le citaron de nuevo para corroborar su versión, lo que es muy sospechoso. Pero lo dicho, no sabemos nada, aunque sí sabemos que estas conexiones no se han investigado. Con todos mis pesares, creo que el 11-M es algo muy turbio, y que ETA, sumando la fuerza de sus comandos pudo haber hecho el 11-M, pero lo que jamás pudo hacer es desguazar los vagones a las 48 horas del atentado, llevando las ropas de las víctimas al crematorio.

En el caso del Hotel Corona de Aragón, hemos de decir, que el hotel se encontraba con militares en un 70% de su capacidad, con la personalidad de Carmen Polo, viuda de Franco. Es curioso que en 1989 el Tribunal Supremo escribiera que el incendio fue intencionado, y por tanto, el hotel y las aseguradoras no tuvieron que pagar ni un céntimo a las víctimas: lo que hubiese sido un desembolso millonario. El fuego que se inició en los bajos del hotel, en la freiduría de churros de la cafetería se extendió por toda la posada a una velocidad brutal, y debemos apuntalar, que un juzgado, en 1985, declaró la existencia de un valor exógeno desencadenante de los hechos.

La historia de ETA es la muerte de inocentes y de gente débil: el concejal de pueblo mileurista, el policía que cobraba un mísero sueldo, el civil que subsistía como podía... Nunca hay peces gordos.

Su gran magnicidio, supuestamente, fue el de matar a Carrero Blanco, el Presidente del Gobierno franquista, en 1973, en una voladura del coche del Alto Político, espectacular, cuando una carga reventó por debajo de la carretera justo cuando pasaba su carro. Ahora bien, de la información paralela que se tiene de ese crimen, todo hace indicar que la CIA tuvo algo que ver, puesto a que el atentado, ejecutado con una precisión bárbara, fue producido en los fanales de la propia CIA, y el modus operandi fue demasiado profesional. Seguramente se trató de un aviso del Sistema que venía a decir que el franquismo se agotaba, y que otro régimen iba a venir a España, eso sí, domeñado por un Sistema: que está encabezado por una serie de gente que iba a seguir mandando en la cueva. ETA no mató a Carrero, pero en la teoría oficial necesitaban a una ETA para reivindicar el homicidio.

Asimismo, el sadismo etarra se diseminó por todo el País Vasco, donde aquél que no era nacionalista era enemigo del pueblo vasco, y por tanto, insultado, golpeado, escupido, pateado, pisoteado; y hasta asesinado, si era necesario. 200.000 personas tuvieron que huir de la tierra vasca por ese acoso. Los asesinos tenían el apoyo de la gente, eran tratados como héroes, como soldados de la patria vasca que luchaban matando a inocentes para lograr la liberación de una tierra única, sometida a la esclavitud, por una potencia militar extranjera: España.

En ese sentido, pudimos ver a personas que aclamaban a sus asesinos, y pedían la muerte para sus vecinos, traidores de la patria vasca, o para las fuerzas del estado español. Además, esta masa social proetarra, celebraba el asesinato, y voceaba eufórica, el nombre de sus homicidas, quienes habían calcinado a niños, como los 4 niños de los 21 muertos en el Hipercor de Barcelona, en 1987, tras el estallido de una bomba colocada en el parking subterráneo del centro comercial; o los asesinados en casas cuarteles de la Guardia Civil, como sucedió en Zaragoza (1987), con la muerte de 5 niñas carbonizadas por un coche bomba atiborrado con 250 kilogramos de amonal; o los 5 menores en Vic (1991), tras la explosión de otro coche bomba. ¿Cómo es posible? ¿Cómo se puede rendir reverencia a quien es capaz de matar la vida más inocente y de la forma más salvaje? Es muy difícil de entender.

Así, Herri Batasuna  siempre representó el cerebro de ETA. Ellos eran los que señalaban quiénes eran los enemigos a fusilar, y ETA, disparaba o explosionaba un carro para matar. La muerte era su único fin, y sus víctimas, la única médula de su existencia. 

Unos estudian y planean la ejecución desde el trono, sin ensuciarse las manos, y los pistoleros, -los bodoques que ni saben por qué patria están destruyendo vidas humanas, deshojando familias enteras y llevando a la orfandad, al suicidio, a la psiquiatría, y a la miseria, a decenas de inocentes, que vivían para ese ser humano-, nunca podrán reparar la violencia satánica causada en el Otro. Los etarras, los tipejos del proyectil, accionan el pulsador que provoca la muerte mientras ricos, obispos, políticos y grandes empresarios personifican el absolutismo de un pueblo gangrenado por la barbarie revolucionaria. Los que asesinan acaban muertos o en la cárcel, son los pringados que se han tragado unas consignas. Los poderosos, la Dirección de ETA, que nunca sabremos por quién estaba teledirigida, era la que mandaba matar, y ellos, ni huelen la pólvora pero, se llevan el botín.

El dinero lo mueve todo, y ETA movía mucho dinero. Si hay terrorismo debe haber antiterrorismo, y eso genera que muchos, desde los aparatos de inteligencia y los servicios secretos hayan ganado mucho dinero a costa del terrorismo. 

Fue la película Lobo, de 2004, de Miguel Courtois, la que relata las pericias de un constructor vasco llamado José María, que al estar en la ruina económica accede por dinero a infiltrarse en ETA, llegando hasta la cúpula de la misma. Este personaje interpretado por Eduardo Noriega, se encarga de administrar los pisos francos de los etarras, por lo que esto promueve la captura de los principales terroristas. 

En una conversación entre Lobo (Eduardo Noriega) y el jefe del Servicio Secreto, protagonizado por José Coronado, siempre presente, con su fisonomía intransigente y su arco de resistencia viril, el jerarca del dispositivo secreto español, que junto con el ejército domeña la seguridad franquista, contesta a Lobo, (cuando éste pretende ir, con una herida de bala incluida, hacia la cúpula etarra para disuadir a la banda terrorista, terminar con la actividad criminal de toda esa gentuza, y convertir al aparato asesino en movimiento político), lo siguiente: "¿Y luego qué hacemos, montar un estanco? En este país va a haber cambios en los próximos años. Sin terrorismo la izquierda exigiría demasiado. Les necesitamos para dosificar los cambios"; a esto, Lobo contesta: "Pero van a seguir matando", y Coronado replica: "Ellos hacen su trabajo y yo el mío. Ahora somos los expertos en la lucha antiterrorista, ningún gobierno prescindirá de nosotros".

Lobo llama "hijo de puta" y "fascista" al jefe del Servicio Secreto, y éste, le ordena que como líder superior que es sobre su persona, entregue su arma. El vasco lo hace y se marcha. Esta plática patentiza cómo el terrorismo, de carácter político, ha estado manipulado por el estado: un instrumento para dimanar miedo a través del terror o para focalizar una violencia controlada desde las esferas más obscuras, y así, permitir o justificar otras violencias que aunque paralelas son un afluente que termina en el mismo río violento.

Secuencia de imágenes entre José Coronado, jefe del Servicio Secreto, y Eduardo Noriega, constructor vasco infiltrado en ETA, con el alias de Lobo, por chequera del aparato nacional de inteligencia. Lobo quiere volver con una herida de bala en el cuerpo, a la cúpula etarra, que está en en País Vasco-francés, con el fin de exterminar a ETA, como grupo armado, para convertirlo en formación política, asegurando, que si no lo hace van a arruinar al País Vasco con su locura de muerte. El comandante de los servicios secretos españoles le contesta, con ironía, que sin ETA tendrían que hacerse estanqueros, y que gracias a la banda terrorista, ellos serán ahora los expertos en la lucha antiterrorista:









Asimismo, ETA es el centelleo de una sociedad enferma; el producto de un fanatismo de carácter psicopático, en el que el asesinato de mi contrincante es necesario, y hasta laudatorio. El entramado etarra sustentado por un nacionalismo montuoso al que debes supeditarte bajo la idea de hombre-nacionalista, es la expresión del maximum corruptionem.

La idea brotada desde la iglesia y la burguesía era que la raza vasca, como aria, era superior: puro nazismo. De hecho los nazis sentían fascinación por los vascos, y no Friedrich Engels, que aseguraba que debían ser exterminados por inferiores y primitivos

Pero, ¿cómo es posible que un pueblo pueda apoyar el asesinato, el secuestro, la extorsión, la amenaza, y todas las bestialidades promovidas por un clan de sociópatas? El binomio fanatismo-idealismo se llevó a su más alta manifestación dentro de lo real.

ETA con su biodinámica de terror, demostró, que todo tumor debe promover su ablación cuando brota en la extremidad de un cuerpo, para no carcomer toda la entidad y abrasar el alma interna, pero, por desgracia, los terroristas separatistas vascuences enlodaron hasta las callejas más inhabitadas, de farol degollado, y con su lenguaje de dinamita y bala, atemorizaron el pensamiento de todo un pueblo que se negó a hablar, se calló, o hasta dijo, que al que habían matado algo habría hecho. La gente cobarde siempre reluce, la valentía es eclipsada por el miedo, y el populacho prefiere no saludar a la víctima, o familiar de la víctima, no vaya a ser que ello ensille su cuerpo en el caballo que gatea hacia el cementerio de la noche de voz enterrada.

Lo que siempre me costará entender es cómo puede existir esa plebe masificada, que al aire libre clamaba sangre, profería burlas hacia las víctimas y enaltecía a los homicidas de niños y civiles inocentes de todo mal. Lo que es indigestible es cómo un sacerdote portaba las armas en sacristía, el explosivo plástico y los detonadores; pero, sobre todo, me doy cuenta que al no entender esto, exteriorizo mi más absoluta ingenuidad acerca del alma maléfica humana. 

¿Hay algo más sádico que una octogenaria agreda verbalmente y se mofe de una niña violada en un villorrio de Euskal Herria por ser española? ¿Hay algo más sádico que celebrar la muerte de niños, que quedaron como ovejas negras, por la detonación de una bomba? ¿Hay algo más sádico que celebrar el asesinato de un joven que está encerrado varios días como un perro y se juega con su vida como si fuera algo matérico? ¿Hay algo más sádico que befarse de un ser humano sepultado en vida, en un agujero donde ni una rata querría estar? ¿Hay algo más sádico que señalar a tu vecino para que lo maten, que insultar y decir a otro, que su padre murió por maricón, o que poner contenedores de basura en el lugar donde pistoleros mataron a un ser inerme? ¿Hay algo más sádico que acabar a tiros con la vida de alguien que salvó la tuya cuando tenías meses de vida? 

El sadismo etarra de origen marxista-leninista sólo procreó la tumefacción a la que llega lo humano cuando el idealismo, y su hijo unigético, el nacionalismo, se desparrama en una sociedad manipulada por la historia de racistas, como lo fue Sabino Arana, y más, cuando ésta, por climatología, con cielos terrosos, lluvias constantes y fríos asoladores, encenaga cualquier posible empatía entre sus individuos, y proyecta, una frialdad de carácter sumada a una frivolidad ante el sufrimiento ajeno que llega a justificar el pecado mortal más gigantesco que se puede cometer contra el Otro, su consciente asesinato.

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