martes, 24 de enero de 2017

"Átame" (1990). Película de Almodóvar: Enaltecimiento del prohombre maltratador de España.


Antonio Banderas y Victoria Abril en Átame (1990); película de Pedro Almodóvar. Un film que supone, el enaltecimiento inconsciente del feminicida de España, frente a la condescendiente fémina que se somete a él por el valor fálico.


Tal y como explico en mi Trabajo Fin de Máster, de Psicoanálisis y Teoría de la Cultura, cursado en la Universidad Complutense de Madrid: La victoria del patriarcado: la decadencia de España visualizada en la apología de Almodóvar a la sevicia sexual bajo el dogma freudiano , el personaje de Ricki, interpretado por Antonio Banderas, sirvió para injertar un arquetipo de maltratador español, que debía usar su potencia viril para secuestrar, amenazar y golpear a una mujer para someterla a su servicio. Dicho hombre, está audiovisualizado en la película Átame, de Pedro Almodóvar, en el año 1990. Un sujeto enaltecido en los 80, y cuyo dominio se fructificó, en toda la década de los 90, y que permanece en nuestro hoy:


"El androcentrismo asesino se calca a la perfección en el personaje de Antonio Banderas, con una apología a la violencia de género capital, generando consensos de fuerzas machistas con fijación en lo social, para engendrar prototipos abusivos en el macho español generalista y prohijando, al mismo tiempo, un modelo de prohombre que debe usar su fuerza física con todo el coraje psicógeno para domeñar a la mujer, en busca de su beneficio egotista, doblegando la dignidad de ella con toda la tiranía posible, siendo la fémina definida no como ente sexual independiente ni ser humano libre, sino como objeto a moldear por la vehemencia masculina, con la justificación virulenta posterior, en la que ella quedará hechizada y subordinada por las embestidas del bálano, máximo valor anatómico y proverbio máximum del pensamiento freudiano falocrático, tan bien definido en su hipótesis acerca del goce fálico."




El valor de lo femenino en Almodóvar siempre se redujo a su carne, como bien demuestra este diálogo entre Marina (Victoria Abril) y su hermana Lola (Loles León):









La película se inicia con Ricki, joven de 23 años. Él es un paciente de psiquiátrico a quien el juez concede su libertad, al suponer que ya no es peligro para la vida social y, enamorado de Marina (Victoria Abril), decide secuestrarla en su casa, y retenerla, hasta que ella se enamore de él. Él maniata en la cama a ella y la amordaza, como si fuera un objeto, cada vez que sale a la calle.


De esta forma, cuando Ricki llama a la puerta de la casa de Marina y ella ve al muchacho, le estampa la puerta en la cara y éste usa las llaves que antes le robó en su camerino, para acceder de forma ilegal y enferma a su casa, agarrándola con violencia por el cuello, haciendo valer su superioridad física; sólo entonces se desata la histeria masculina. Ricki le dice que no grite sujetándola con ambas manos en estado de ira, y ante el aullido de la fémina, él le propina un cabezazo y después un puñetazo bestial. Para finalizar el ataque, el joven dice en un soliloquio enfermizo: “Mira que se lo he dicho, mira que se lo he dicho”. El allanamiento de morada, la intimidación y la violencia física contra las mujeres, por parte de un psicópata, tiene un discurso encomiable desde lo almodovariano en esta escena.


En otra escena, Ricki sujeta a Marina y ambos jadean, y ella, tras unos segundos en los que él fija su mirada hacia sus labios, le dice: “¿Tú lo que quieres es follarme, no? Pues venga, hazlo rápido y vete”, y el joven contesta: “Tranquila, ya follaremos cuando llegue el momento”, vaticinio bravucón que se confirma más adelante en la película, y a la vez, irradiación de la liviandad mujeril hacia la violación y la profanación de su matriz, desfachatez paternal supina.


Cuando Marina necesita salir para que una amiga le de medicamentos para su muela dolorida, tras el golpe recibido de Ricki, éste sale a la calle con su mano esposada a la de Marina, para ir a la casa de la doctora, que está fumando un porro, y ésta afirma que Marina “es muy viciosa”, con un primer plano de disgusto de Marina. Después, la doctora ve la herida en la frente de Ricki y pregunta si Marina le ha pegado pero él lo niega diciendo que es “un golpe”. Y el tipo amenaza a Marina con una mirada asesina, declamando que si intenta algo recibirá un gran castigo, e incluso saca su navaja con ademán homicida.


Al volver a casa, Marina tira de las esposas y exora a Ricki que la deje libre, pero él compele contra su dignidad y se niega diciendo: “Venga, Marina, ten un poco de sentido común: ¿qué quieres, que te dé una hostia y te rompa otra muela?”, y tras ese comentario la fuerza a entrar.


En otra escena, Ricki sale a Chueca en busca de las drogas que necesita Marina, pero antes él la ata a la cama con una cuerda verde y la amordaza, en un travelling donde ella se muestra impotente y frustrada. Almodóvar, con el fin de que no se pueda empatizar con la víctima, presenta una escena anterior en la que Máximo (Paco Rabal), director de cine que trabaja con Marina, está sentado en el sofá de su casa viendo una película porno en la que sale la actriz, para enviar el mensaje de que es una mujer obscena, una actriz porno que le va lo duro y aguanta lo que sea, y en esa escena carboniza la posible moral de Marina y traslada al algar del inconsciente comunitario cualquier atisbo de bondad en Marina.


En otra escena, Ricki conduce a Marina a la casa de enfrente, al hogar de Lola (Loles León), la hermana de Marina, al saber por una carta que ella no estará en casa, y todo, en un plano general en el que Ricki lleva a Marina en brazos acompañado por una música extradiegética romántica que ensalza a Banderas como el macho protector y galán, situando a ella, como un objeto entre sus brazos; una mera materia que termina posada en la cama.


Asimismo, a continuación, Marina le asegura que ella tiene una vida social, no como él, y que la terminarán buscando, por lo que Ricki derrama la idea de que llame a su madre para decir que está bien. La conminación de Ricki se expresa con toda la sevicia verbal: “Si dices una palabra más te rajo el cuello y después me lo rajo yo”, y tras desposarla, le dice a escasos centímetros y con la mirada impertérrita: “Marina, yo no tengo nada, o sea que no pierdo nada”. 


Marina llama y logra dar señales de vida diciéndole a su madre que le diga a Lola que se ha ido de Madrid y que está en el campo con unos amigos. El ultimátum del criminal es cristalino, su absolutismo multiplica su poder para enjaular a la fémina y así hacer flexionar su voluntad. Las dos frases de Ricki emulan una sentencia categórica que el feminicida de España ha pronunciado, a lo largo de 27 años, antes de acabar con la vida de la mujer a la que creía de su propiedad.


Tal y como lo expresa Michel Onfray, en Freud: el crepúsculo de un ídolo:



“En El tabú de la virginidad, Freud divulga el lugar común de los misóginos y los falócratas según el cual una mujer emancipada muestra siempre, por su liberación misma, una hostilidad hacia los hombres: cuando una mujer quiere su libertad, Freud considera que amenaza al macho en su soberbia y daña su potencia. Toda demanda de autonomía se asimila a una amenaza de castración. Ésta es la teorización de esa pasión común: las mujeres aspiran el pene del hombre del que carecen, y por eso su animosidad. El modelo, en consecuencia, es sin duda el macho dotado de un falo. El pene: tal es la ley”.



Cuando Ricki llega a casa ensangrentado y malherido, tras una paliza recibida por una camello a la que robó y sus secuaces, cuando quería conseguir drogas para la actriz, el tipejo desata a Marina, se va al baño y ella le ayuda a quitarse la camiseta. En esta escena se produce la metástasis mental, cuando ella le va limpiando las heridas con alcohol, aplicándole el líquido con una toallita. La actriz comienza a besarle por sus heridas y solloza, pero sigue besándole y gime diciendo: “Ricki…”, con la respuesta de él: “Joder… qué trabajo me ha costado”, mientras la abraza. La escena almodovariana culmina con la cesión de la mujer bondadosa, que ante el dolor del otro, se emociona y halla un supuesto amor, que es falaz, injertado por la manipulación varonil de un sociópata.


La escena de sexo salvaje entre Ricki y Marina, más común de una película pornográfica, mutila cualquier escenario de erotismo, y supone la rúbrica de la mujer desnortada. La posición coloca a él arriba y a ella debajo. Marina muerde el pecho de Ricki y mueve sus piernas con gran agitación.


La escena nos regala un contrapicado hacia el espejo dividido en triángulos que representa la violenta unión de los cuerpos y la supremacía fálica. Marina le confiesa a Ricki que ahora, una vez que le ha penetrado, con esa violencia, le recuerda. Ella dice rememorar el “polvo” que echaron un tiempo atrás, y le dicta a Ricki que se levante sin sacar su pene y que la penetre con ímpetu, hasta le dice “no te corras” mientras copulan; ella lleva toda la iniciativa, fascinada por el valor fálico de Ricki. Marina toma la iniciativa y le tumba en la cama, él está debajo y ella arriba, sujetando con ambas manos la cabecera de hierro de la cama. Ella toma las riendas, pero una vez que ha quedado extasiada por la alta magnitud peniana. El falo del varón, en su espigado poder de justiprecio despunta y avasalla la dignidad femenil por su fuerza. Y entonces, se enamora del sujeto agresor.


Pero, en otra escena, Lola vuelve a casa y Ricki cree que es una jugada de Marina para deshacerse de él. Así que, Ricki se encoleriza con ella y le dice: “¡Me estás dando largas, puta!”, y la empuja hacia delante porque cree que es una jugada de la actriz, cosa que niega con gran benevolencia, y a continuación, se acerca a ella y hace un conato de agredirla con el brazo, pero no la golpea a pesar de sus luminarias iracundas y Marina dice: “¡No me pegues!”, y en la acción subsiguiente, le explica que ella no sabía que su hermana iba a entrar en su piso, bordeando la cornisa de la llantina. Una vez más, se divide el poder inhumano de la unidad masculina, iluminadora de fuerza y posesión contra la unidad femenina, la azarada, la acongojada; en definitiva, la que ocupa el rol de sierva, empequeñecida por la candela eminente de lo viril.


Cuando Lola se marcha de la casa, Ricki quiere irse a buscar un carro con el que escapar junto a Marina, cuando éste le pregunta si huirá en el caso de que no la ate, Marina responde: “No lo sé, será mejor que me ates”, y con una música extradiegética muy tierna se sienta en la cama, y le dice: “Átame”, poniéndose el esparadrapo ella misma y colaborando con docilidad cuando Ricki la ata a la cama: por eso la película se llama Átame, es la apología de la sumisión de la mujer frente al agresor machista.


Además, en el momento de anudarla, ella junta las manos en un plano medio que relata a la perfección la actitud de sumisión. Después, el muchacho, una vez en la puerta, antes de irse vuelve su mirada en un primer plano de seriedad, de macho en potencia, que conecta con un primer plano de ella, asustada y conteniendo las lágrimas. El tipejo siniestro vuelve a la cama, le quita el esparadrapo y le da un morreo estrafalario.


Cuando Ricki huye, Lola vuelve a casa y encuentra a su hermana Marina esposada. Lola la desata y escapan con cierta reticencia de la actriz. Después, Marina le confiesa el secuestro de Ricki, le revela que él la pegó cuando ella empezó a gritar y Lola se horroriza diciendo: “Que horror, Marina…”, pero la actriz suelta la siguiente frase: “Era sin mala intención, sólo para que me callara”, y Lola responde: “Joder… sí”, con los brazos cruzados y una mano tañendo su mandíbula, en postura de temple, como diciendo qué barbaridad”. Marina confiesa su amor por Ricki, y por tanto, Almodóvar, escenifica la violencia justificatoria en boca de Marina. Toda la violencia que ha ejercido Ricki tenía un motivo y ha servido para hacer florecer un amor: la perversión y el sadismo que estimula el film es infrahumano y de idiosincrasia infernal.


El epílogo de la película refrenda la horrísona apología de la violencia patriarcal implantada en la decadencia social impuesta, en la que Lola y Marina quedan con Ricki en su pueblo. El chico abraza y besa a Marina, quien está locamente enamorada, y al final se marchan los tres en el coche rojo de Lola, el color del frenesí, que es, por cierto, el mismo que el de la camisa de Ricki. Y los tres, cantando en el coche la canción de Resistiré del Dúo Dinámico, al mismo tiempo que la escuchan en la radio cassete refractan la ignominia paternalista. Marina, con los ojos húmedos, está emocionada, besa la mano de Ricki y se muestra muy atolondrada emocionalmente por él. 


El secuestrador psicópata de lo patriarcal que la ha subyugado a través de su falo logra el amor, y por tanto, toda su violencia y todos sus actos despiadados quedan razonados: Freud y Almodóvar vencen en su planteamiento intersubjetivo de lo sexual, en el cual, el órgano viril omnipotente ha doblado a la moral femenil, convirtiéndola en el objeto sexual de éste.


Porque para Freud, el niño, al ver el desnudo de la niña, tiene angustia de castración, al ver que puede perder su pene, símbolo de poder social, tal y como ella lo ha perdido; sin embargo, ella siente una envidia de pene, se siente mutilada y castrada, al no poseer ese órgano superior que el niño sí tiene. La supremacía fálica freudiana, precepto máximo del feminicida para poseer bajo su despotismo el cuerpo de la fémina, se hace patente en una película que sólo sirvió para potenciar el androcentrismo más salvaje del macho generalista español, e introyectarlo en el imaginario colectivo de una sociedad, que entonces, al igual que ahora, engendró y engendra, enérgicos victimarios y obedientes víctimas.

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