Pepe Sancho es Rubén Bertomeu en la serie Crematorio, de 2011, el constructor codicioso que fuera de toda ley, alcanzó el poder como consecuencia de una determinación taxativa, fundada, en un corazón salvaje que siempre buscó a su yo potencial.
Pepe Sancho es el hombre de hierro español. Su talento interpretativo es legatario de cómo proceder en la gran pantalla. Sus vídeos deben ser material didáctico en todas las escuelas de España. Para mí, con su fallecimiento se fue uno de los mejores actores de la cuna de Hispania.
En la serie Crematorio, de 2011, dejó algunas pinceladas de una potencia sobrehumana, que excede de lo humano y se adentra en lo espiritual. Él es un tipo de personalidad rolliza, es una modalidad que germinó en el patrón de los fuertes. Es aquél que con tal de hallar el poder hace lo que sea.
Él gobierna a toda su familia: su madre (con su carácter áspero), su hija artista y su nieta alocada. Mantiene una relación con una mujer joven que está tremenda; vive en un chalé de lujo que chulea al mar y gobierna, en la sombra, a políticos, banqueros, terratenientes, y sujetos peligrosos del Alto Hampa. Tiene a su servicio a un abogado de primera y a un matón de primer rango. Su mano derecha le da la espalda cuando por envidia, quiere codiciar lo que él tiene pero le sale mal, por la debilidad de su quintaesencia.
En un principio, en su juventud, Rubén, atrapado por la ira, quema unas hectáreas de su madre, al negarse ella a cedérselas, para construir bloques para turistas; trafica con cocaína usando caballos que a veces mueren cuando una bolsa les revienta dentro.
En la madurez, tiene que usar a Traian, un mafioso ruso, imbuido en la trata de blancas, que es además, presidente de un club de fútbol, para que sus esbirros dejen en coma a un socio que le amenaza con filtrar unas grabaciones que le comprometen. Después, quiere construir un complejo de 500 hectáreas y 3 kilómetros de playa: de zona residencial, hoteles de 5 estrellas, un puerto deportivo, campos de golf, restaurantes exclusivos, zonas comerciales y el mayor centro wellness de toda Europa.
Rubén Bertomeu (Pepe Sancho) platica con su homónimo de alma Traian, el ruso mafioso.
Esta foto refleja la exposición de un discurso estoico a su amigo de negocios Traian, que apela al egoísmo del individuo, como forma de sobresalir sobre el resto:
"Los ricos nunca pueden ser demasiados Traian. Si muchos tienen mucho dinero, el dinero pierde valor y ya no es útil. Es así de sencillo".
Es sin duda, el egoísmo de Bertomeu lo que le lleva al poder; es la fuerza donde radica toda su agalla de esencia. Y en ese egoísmo nace un hombre de estómago de lobo, capaz de lo que sea con tal de avanzar más y ascender a una montaña más empinada. Nietzsche, sobre el egoísmo, dice lo siguiente en el crepúsculo de los ídolos, en un aforismo que se titula: Valor natural del egoísmo:
"El amor a sí mismo vale en relación al valor fisiológico del que lo practica; puede valer mucho y puede ser indigno y despreciable. Cada individuo debe ir apreciado según representa la línea ascendente o la línea descendente. Juzgando de esta manera al hombre, se obtiene también el canon que determina el valor de su egoísmo. Si representa la línea ascendente, su valor es efectivamente extraordinario, y en interés de la vida total, que con él da un poco hacia delante, el cuidado de su conservación y de crear su optimismo de condiciones vitales debe ser extremado. El hombre aislado, el individuo tal como le han entendido hasta ahora el pueblo y los filósofos, es un error; en sí, no es nada; no es un átomo, un eslabón de la cadena, una herencia del pasado, sino que es toda la línea del hombre hasta llegar a él mismo. Si representan la evolucion descendente, la ruina, la degeneración crónica, la enfermedad (en general, las enfermedades son ya síntomas de degeneración y no causas de esta), su valor es bien escaso, y la mera equidad exige que usurpe lo menos posible a los hombres de constituciones perfectas, puesto que él no es más que un parásito".
En definitiva, el egoísmo es bueno, lo decadente es el altruismo, pues prolonga nuestra amargura. Nos funde con mediocres que no progresan, y no podemos alzarnos sobre las cabezas mundanas hacia la cima de poder. Por eso, para Rubén Bertomeu, si muchas personas poseen la riqueza, el valor en sí del ser rico carece de todo valor, y por tanto, se vuelve un valor decadente. El altruismo podría cultivar esa riqueza repartida, pero entonces, la opulencia en sí misma, sería meridiana. Sin embargo, si la riqueza se proyecta en pocas personas, que por maleza, inteligencia o habilidad, sostienen su tenencia, muchos individuos soñarán con poseerla, y habrá en esa querencia, una gran dificultad, pues pocas personas la sujetan con sus manos.
Pepe Sancho ejerce el egoísmo del fuerte. Él es la simbolización de ese poder viripotente, en el que toda claudicación hacia el otro, no es más, que una sentencia enfermiza que principia una decadencia posterior.
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