martes, 31 de enero de 2017

Kika (1993) Film de Almodóvar: La bufonada hacia la mujer violada

Verónica Forqué en Kika banaliza la violación en una escena sardónica que sirve para burlarse de la violada, representando la violación, como algo molesto pero no terrible, al mismo tiempo, que injerta, con tonelaje de exhortación, la idea, en el imaginario colectivo, de que el violador es una figura de viripotencia.




Análisis: Parte 1/2

En esta película analizaremos la escena de Pablo, papel interpretado por Santiago Lajusticia, un preso fugado de la cárcel que comete una violación contra Kika, personaje interpretado por Verónica Forqué. Pablo aparece en la casa de Kika para ver a su hermana Juana, la profesional doméstica, papel interpretado por Rossy de Palma, quien no puede expulsar al hermano, y le impetra para que la ate a la silla, la amordace y la golpee, con el fin de que cometa un robo fugaz y se pire a la máxima celeridad posible.

Pablo, mientras está maniatando a la hermana, de nombre Juana, le toquetea un pecho y le dice: “¿Es que te va el rollo sado?”, algo que ya nos deja claro el carácter perverso del personaje y su conato hacia el incesto. Pablo y Juana discuten sobre la pulsión sexual del fugitivo, en la que la empleada del hogar le comunica que puede hacer el amor con una de sus primas, una vez se fugue de la casa, pero Pablo asevera que también quiere sexo con “la niña”, y Juana le responde que a “la niña” ni la toque. Al decir “la niña” entendemos que es una mujer joven, probablemente adolescente, pero la ambigüedad de Almodóvar no permite dilucidar a qué edad concreta se refiere. La pederastia brota en la narración fílmica como forma de plasmar deseos sexuales criminales reprimidos en el inconsciente.

Así, Pablo comete el robo, tras darle una puñada a la hermana que queda desmayada. Tal como le indicó Juana, sustrae de la casa un buen material de videocámaras, de gran valor, pero rompe su juramento ante la hermana y accede a la habitación de Kika, quien duerme plácidamente la siesta. Al verla de rojo, escotada y con un vestido corto, que muestra parte de su trasero, dice: “Hostia…”, y acomoda su cabeza en la cama para oler sus genitales, resoplando con cierta perversión y diciendo: “Qué rico…”, y comienza a desnudarse. Almodóvar, desde su punto de vista transgresor, recrea el caso arquetípico de violación por supuesta provocación de la fémina, ya que Kika va vestida de forma muy sensual: de color rojo carmesí; desde el color, el cineasta cristaliza el lado más rijoso de la protagonista mostrándola como mujer concupiscente.

Así, la escena muestra un plano de espaldas del trasero de Pablo, en el que Kika aparece encuadrada dentro de un triángulo que explicita al espectador que el falo encañona a la cara de la dueña, una forma de trasladar al público que el miembro viril, como órgano supremo, está orquestando su manifestación de poder. El plano va subiendo hasta mostrar sus heridas sangrantes de la espalda, para advertir la fuerza masculina.

Pablo, de cuerpo musculado, va apretando su bíceps y le comunica a Verónica Forqué: “¿Cómo lo ves?”, mientras se va desnudando. Después, se viste y vuelve a la cocina para atrapar los senos de su hermana a quien le dice: “Juanita, he sido bueno, no he violado”. El preso intenta despertarla para que le lleve a casa de la prima hermana porque le había prometido dos polvos. Pero como está desmayada no reacciona, así que Pablo vuelve a la habitación.

Una vez allí, se sienta a su lado y chupetea un cacho de mandarina que introduce en la vagina de Kika, quien sonríe y bufa de placer, diciendo: “Estate quieto”, mientras sigue en estado de soñolencia. Pablo, en perversión intrínseca, cierra los ojos y succiona la mandarina y sus dedos, índice y corazón, para después abrirlos y penetrar a Kika, quien despierta, y con una voz inane, casi patética, manifiesta: “¿Pero qué está usted haciendo?”, ante la respuesta petulante de Pablo: “Follar”, Kika grita auxilio a Juana y el recluso fugado contraataca tapándole la boca con la mano: la supremacía fálica freudiana materializa su cesarismo proveniente de la desigualdad anatómica.

Kika dice que “no” con el dedo pero Pablo sigue invistiendo contra su vagina. Ella quiere saber si Juana está muerta pero Pablo niega que lo esté.

Entonces, ella comienza a golpear al preso con ambas manos gritando “¡déjame!”, pero el recluso coge un cuchillo y lo pone en su cuello diciendo: “¿Qué prefieres que te viole o te corte el cuello?”,  por lo que Kika se queda impertérrita, y después, con una tranquilidad pasmosa le dice: “¿Tú eres polvazo, verdad?”, y él contesta: “Sí, el famoso actor porno”, ante la réplica de Kika: “Yo soy Kika”. Y tras más embestidas momentáneas, Kika añade: “Esto que estás haciendo está muy mal”, y Pablo replica: “¿Cómo que muy mal? Si soy el mejor, en el rodaje siempre me lo decían”. Kika ante esta frase, replica: “Esto no es un rodaje, es una violación auténtica”, y él con una cadencia barriobajera expresa: “¡Esto es la hostia!”, y repite: “¡Esto es la hostia!”.

Con esta escena, Almodóvar enuncia desde una apología sádica una alabanza deleznable a la violencia patriarcal, y el sometimiento de la mujer maternal, máximo guarismo del matriarcado según la línea de pensamiento de Freud, quien remacha, en Moisés y la religión monoteísta, que la clave cardinal, en el interior de su vida intelectiva, profundamente androcentrista, de donde deriva toda su disparidad sexual, y engendradora, a la vez, de toda la sevicia sexual, que el paso de una horma matriarcal a una patriarcal fue intangiblemente antológica[1]:



“Un triunfo de la espiritualidad sobre la sensualidad, o sea, un progreso de la cultura, pues la maternidad es demostrada por el testimonio de los sentidos, mientras que la paternidad es un supuesto edificado sobre un razonamiento, y sobre una premisa. La toma de partido que eleva el proceso del pensar por encima de la percepción sensible se acredita como un paso grávido en consecuencias”.



A este texto freudiano, responde Michel Onfray con el siguiente manifiesto[2]:



“Freud aborda la cuestión del paso del matriarcado al patriarcado y señala que ese suceso constituyó un progreso considerable en la evolución de la humanidad. El paso del poder de la madre al poder del padre marca. Siempre la oposición entre la mujer sensual, irreflexiva, movida por sus pasiones, sus pulsiones, su instinto, sus vísceras, su útero y el hombre, ser de razón, de cogitación, de reflexión, de pensamiento, de control, de cerebro. A la falocracia y la misoginia de Freud, se suma una homofobia ontológica”.



Así, Almodóvar amplifica, artísticamente, la sinuosidad de género en una correlación de fuerzas en la que la mujer siempre aparece como débil, caritativa, bondadosa, con una voz laxa y casi ridícula, pero él, con la gravedad prosódica, la musculatura y la determinación, siempre ostenta el flujo de poder y la viripotencia. Esta distinción de roles, por tema de género, es una constante en el cineasta, donde la blandura, la magnanimidad y la comprensión exacerbada ante los criminales sexuales están codificados dentro del patrón dialéctico femenino; mientras que la fibra, el temperamento y la capacidad de jurisdicción para poseer violentamente el cuerpo del otro siempre está concentrado en el papel masculino.

Asimismo, Kika se comunica con Pablo en tono maternal y bonachón: el arquetipo de mujer freudiana, en la que ella le transmite que seguro debe tener muchas problematicidades y disgustos en la vida para cometer la violación contra ella, algo que rechaza Pablo, con los ojos cerrados, jadeando con una fuerza atroz e internándose en el cuerpo de Kika de forma salvaje: el plano muestra las dos caras enfrentadas, en la que ella está debajo y él arriba, proclamando esa superioridad freudiana del hombre sobre la mujer[3]:



“Freud cree que la inferioridad física de la mujer en el acto sexual practicado en los comienzos de la humanidad la sometió forzosamente a la dominación masculina, y el inconsciente guarda la huella de esa sumisión; de allí el resentimiento, la hostilidad y el encono transmitidos de manera filogenética”.


Así, Kika le comunica a Pablo que sabe quién es, que sabe que él se ha fugado de la cárcel e intenta persuadirlo para que detenga su acción. Kika dice: “Que tiene mucho mundo, que es liberal, y muy discreta, y que esto, (la violación que está sufriendo) si quieres no se lo cuento a nadie, Pol”. Es curioso, que ella verbaliza su nombre con un diminutivo cariñoso; su ilación emocional hacia él es de una condescendencia abominable que provoca escarnio a cualquier inteligencia. Ella es la que ejerce la deprecación, pero él prosigue su atentado salvaje sin miramientos: la desemejanza de corrientes de fuerza es evidente. Kika no puede zafarse de él por inferioridad física[4]:


“La violación, uno de los hechos más traumáticos a los que se puede enfrentar una mujer, se muestra en muchas películas como una pequeña molestia, algo inevitable pero en el fondo no tan grave como para preocuparse por ello. En Kika (1993) de Pedro Almodóvar la protagonista es violada mientras duerme la siesta. Al despertar reacciona con grititos histéricos, suaves cachetes y no para de hablar durante toda la agresión. Al final sólo parece importarle que, ya que debe soportar la violación, al menos el agresor se haya puesto un preservativo. En la escena se ridiculiza la violación, se la presenta como algo inevitable para el hombre e irrelevante para la mujer”.


Al mismo tiempo, un voyeur con una cámara gigante, acoplada con montones de objetivos, visualiza la violación en un plano general en donde se muestra el trasero de Pablo y los golpes de Kika, que trata de quitarse de encima a su apresador, y es este sujeto quien decide llamar a la policía.

El policía siniestro, interpretado por Carlos Elejalde, llamado Mario, un macarra con pinta jocosa, un pelo desarreglado, barba de una semana y una vestimenta informal, de sudadera y cazadora vaquera sin mangas, es quien coge la llamada y recibe la denuncia de que están violando a una mujer. El madero contesta: “¿Y tú cómo lo sabes? ¿Eres el violador?”, y el voyeur responde: “Es que soy un voyeur y lo estoy viendo todo en mi terraza”, ante la réplica del policía: “¿Y tú crees que me lo voy a creer, gilipollas?”. El voyeur da la dirección, y asegura que el violador parece ser el preso fugado polvazo, quien apunta a la víctima con un machete, lo que promueve la contestación policial: “Vale, majete, a ver si te violan a ti también”, con la posterior colgada de teléfono.

Mario lo comenta con su compañero, interpretado por Jesús Bonilla, un sujeto abúlico, vestido de traje pero con una indiferencia por las víctimas que causa espanto. Bonilla manifiesta ante lo sucedido: “La gente cómo alucina…”. Y después agrega: “Podríamos ir a echar un vistazo…”, mientras bosteza onerosamente y se estira con los brazos en alto. Tras decir Mario: “Seguro que es mentira”, recibe la contestación de Jesús Bonilla: “Por eso, así nos damos un paseo y matamos la mañana. Hoy no tengo ganas de jaleo”. Con la posterior añadidura: “Oye, ¿tú crees que debería ponerme algo de colágeno en los belfos?”, y Mario responde: “Venga, no me comas la cabeza y vamos a cazar violadores”, sacando su revólver y cerrando el cilindro del mismo.

Éste es el contexto secuencial que demuestra la frivolidad en la que se delimita la violación a una mujer. Almodóvar lo pone de manifiesto pero con la intención de aflojar las mentes y así depravar al alegórico colectivo, enseñando que la violación no es tan terrorífica. Bien es cierto, que se constata la falta de empatía policial en la vida comunitaria de lo real, en un contexto social donde los malos tratos y las violaciones no eran enfocados con el rigor suficiente en los sistemas jurídicos y policiales, pero que Almodóvar usa en su beneficio para trivializar la monstruosidad del agente violador, incoando lo que Bonorino explicita a la perfección desde una creatividad prominente[5]:



“El feminismo sostiene que la amenaza de violación constituye un elemento que condiciona la vida de las mujeres en la sociedades contemporáneas porque, aunque no hayan sido violadas, la mayoría han tenido contacto con la violencia sexual de forma indirecta. Esta amenaza latente restringe sustancialmente la libertad de las mujeres, porque la cultura patriarcal en la que vivimos es condescendiente con los agresores y tiende a culpar a las víctimas. Es lo que las feministas denuncian como la cultura de la violación: conjunto de creencias que dan cobertura a la agresión sexual de hombres a mujeres, que hacen ver la violencia como sexualmente atractiva y en la que se exculpa al agresor y se estigmatiza a la víctima”.



Análisis: Parte 2/2


Éste es el plano del patriarcado que enfoca el miembro viril contra la fémina.


La película remarca la omnipotencia del agresor sexual a través del sujeto encapotado de Pablo, apodado polvazo, revalorizado por su grandeza fálica, y acaudillado por un gran pene, tutor máximo del principio freudiano. Este sujeto miserable entronado como héroe usa su fuerza para violentar a una mujer que está tranquilamente durmiendo su siesta, y la trama se imbrica aún más, cuando un perverso voyeur es quien da el soplo a unos policías baladrones y horteras, alejados de toda justicia y comportamiento expeditivo, que con un tono mordaz ponen de manifiesto al espectador el ludibrio hacia las víctimas de violación con comentarios hostiles.

El objetivo de Almodóvar, en esta secuencia, es el uso de la ironía para destripar cualquier posible concienciación moral en el público, por lo que un atentado mortífero para la dignidad humana, como es una violación, se convierte en una visualización picante, con la exposición sardónica del ataque sexual, contagiado por unos personajes de precaria moralidad, e imantado, con la prosodia descentrada, de completa asunción ante la violación, por parte de Kika, y sumado, a las locuciones excéntricas de ésta, que socavan un cráter en la dignidad humana de lo femenil y promoviendo además, la risa, en vez del intelectualismo moral[6]:



“La ficción cinematográfica alimenta el imaginario colectivo de forma encubierta (apela a las emociones, crea una fantasía de descripción de lo real y lleva a suspender el juicio crítico del espectador), lo que puede resultar dañino o beneficioso según los aspectos ideológicos que se refuercen. Cuando esos aspectos se relacionan con la legitimación de la violencia sexual es necesario concienciar sobre sus mecanismos y someter a crítica racional sus aportes”.



La secuencia continúa y Pablo prosigue con su violación a Kika, manteniendo los ojos cerrados, mientras ella mantiene una postura conformista, de completa aceptación ante la sumisión; incluso Kika llega a abofetearle de forma cariñosa y decirle si no tiene bastante con dos orgasmos. Pero Pablo le asegura que puede llegar a cuatro sin sacar su miembro de dentro, y que quiere batir ese récord, ante la respuesta ridícula de Kika, quien le da un sopapo y con un tono de histeria le dice: “¡Por qué tienes que batirlo precisamente conmigo!”, y el siguiente aditamento: “Una cosa es una violación y otra es esto, que llevamos aquí toda la mañana y yo me tengo que sonar y tengo que mear, y a ver qué hago…”. La levedad con la que pronuncia esas palabras es de un esperpento absolutamente abyecto; la trivialización de la violación, algo tan truculento, es mísera. Y ya no es lo que dice Kika, sino el cómo lo dice, con una mansedumbre escalofriante y un timbre de voz que conduce directamente a la chanza.

Así, Kika le dice que quite el cuchillo de su cuello pero Pablo le señala con el mismo y le intimida: “¡Quieta, quieta!”, ante la respuesta de Kika: “Y otra cosa que no hemos hablado, tú sales de la cárcel, ¿no tendrás ninguna enfermedad? Porque imagino que no habrás tenido el detalle de ponerte un condón, porque lo menos que puedes hacer si vas violando a la gente por ahí es ponerte un condón”, y anexiona: “Hartita del rabo estoy”, con una dicción de cierta compasión, y una aceptación en toda su completez del forzamiento.

Así, cuando Juana despierta, accede a la habitación maniatada a la silla, Pablo le dice que se vaya a la cocina pero Kika dice que no se vaya porque puede desatarla, por lo que Juana se sienta junto a la cama, de espalda a ellos, en un plano medio donde los tres están enfocados. Pablo amenaza a Kika con pincharla, y Juana asevera: “Que se corra, y que sea lo que Dios quiera”, y Kika, sorprendida, replica: “Se ha corrido ya dos veces sin salirse”; ella no sabe que el violador es el hermano de Juana, y poniendo unos ojos de benignidad nauseabundos, junto a una expresión facial de finolis referencial, añade que él es polvazo, el actor porno fugado de la cárcel.

Juana representa la complicidad con el agresor sexual, un personaje indigente moral absoluto, que minimiza la violación y asevera que hay que colaborar para que termine cuanto antes. En el imaginario colectivo se proyecta la idea de que sólo es una eyaculación, que se corra otra vez cuanto antes y se termina con la historia: ése es la escuela social pretérita y coetánea que trata de traslucir la España decadente, y que Almodóvar utiliza para glorificar el goce fálico, desde el ideario freudiano, manuscrito que notifica la supremacía masculina para violar.

Así, cuando Juana indica que hay que denunciarlo Kika se niega. Después, le dice a Pablo que se corra rápido, e incluso finge con resuellos estar disfrutando de la violación; hasta le dice “¡venga!”, para que eyacule cuanto antes. La apología a la violación se hace patente en ese discurso, con la ulterior decadencia nacional que algunos cineastas, desde el libertinaje, implantaron en la mitología colectiva mediante la revelación de personajes arquetípicos femeninos que vulgarizaban la violación.

Así, el timbre suena, y en la cópula, se muestra un plano-medio-corto de Juana con Pablo y Kika al fondo; se visualiza un escote lateral de Kika que pone punzada en el componente erógeno. Juana se va a abrir la puerta y Kika cachetea de nuevo a Pablo y le grita: “¡Venga!”, ¡Córrete!, ¡Que te corras!”, con un paroxismo brutal ante las embestidas penianas del preso fugado[7]:



“Las representaciones divertidas y livianas de la violación muestran el punto de vista de los que siguen pensando que éste es asunto de menor cuantía o que, en el fondo, a las mujeres no nos disgustan tanto como decimos puesto que —contra todo saber anatómico y contra toda experiencia— el imaginario patriarcal más feroz da por hecho que a las mujeres basta con introducirnos algo en la vagina para que alcancemos el éxtasis, aunque nos quejemos”.



Así, Mario entra en el piso a balazos, junto a él está Jesús Bonilla. Ambos encuentran a Juana en el suelo, quien se ha caído y se ha dado un golpe. Cuando Mario la desata, ella miente y afirma que abrió la puerta a un anónimo, y Mario se lo recrimina, respondiendo que, en caso de desconocidos, sólo debe abrir la puerta a la policía, entonces, Bonilla se pone enfrente de ella, coloca su pistola en su vientre, apuntando a su pene, y retira su chaqueta hacia atrás, marcando paquete y señalando a su falo como protector de la hembra.

Al escuchar los gemidos Mario entra en la habitación de Kika, a pesar del medroso Bonilla que arguye que habría que esperar refuerzos. Mario, una vez dentro dice con un tono patético: “Policía, deje inmediatamente a esta mujer”. Lo lógico sería golpearle en la cabeza y así frenarlo de inmediato, pero la payasada almodovaresca prolonga la secuencia para banalizar el delito sexual con la vocal zaheridora más letal.

Así, entre Mario y Jesús Bonilla le quitan el cuchillo. Bonilla se pone en la cama de rodillas, y le da golpecitos en la espalda ante las amenazas de Mario hacia Pablo de volarle la tapa de los sesos, pero polvazo no interrumpe su acometida sin pronunciar palabra alguna. A continuación, Bonilla le da palmadas en los glúteos y dice: “No quiere que le muevan, está a punto de correrse”. Mario guarda su pistola y le dice a Bonilla que le eche una mano: Bonilla le sujeta con fuerza del cuerpo y Mario de las piernas, intentan sacarlo de dentro de Kika, ante el plano de desesperación de Juana, quien aparece en el cuarto con las manos en la boca.

La escena es de lo más zonzo, pero de eso se trata: la vulgaridad del patetismo almodovaresco timonea toda cremación de empatía hacia la víctima. Los maderos logran arrastrar a Kika y a Pablo por la cama, y al final consiguen sacarlo hacia fuera. Pablo parece recobrar la plena conciencia, porque se escabulle de Mario con un empujón, y Bonilla cae misteriosamente, encima de Kika, con su testa tocando sus pechos, ante los golpes de ella. Pablo se pone de pie en el pavimento del balcón que da a la calle y se masturba compulsivamente hasta expeler su semen, cayendo el líquido seminal en Andrea, que recién aparece en su moto, la presentadora de televisión sobre criminología, interpretada por Victoria Abril, y apodada caracortada, quien va vestida con un traje robótico y una videocámara en la cabeza.

Tras la bajada espectacular de Pablo, desde la terraza hasta el suelo de la calle, en una cuerda que llegaba hasta la avenida por una mudanza que se estaba produciendo en otro piso, Andrea le dice a polvazo: “Pol, ¿quieres que te lleve a algún sitio en mi moto? Y de paso hablamos”. Éste la sujeta de la garganta, violentamente, le pide las llaves y tras recibirlas, huye en su moto. La huida es rocambolesca, pero traduce la idea de que el violador es un ser prolífico, capaz de violar con un frenesí brutal, correrse en la cara de otra mujer, que además trata de seducirle, y huir de la pasma con la fortaleza de un ser superior. Ése es el mensaje que se envía directamente al inconsciente social, mitificando la figura del violador[8]:



“Estos mitos en torno a la violación, y su omnipresencia en la sociedad, demuestran la inmensa simpatía cultural que existe por el perpetrador de abusos sexuales.”



Por otra parte, Bonilla baja a la calle y ante la pegunta de Andrea de qué hacía arriba el tal polvazo, Bonilla contesta: “Na… Violar a una chica…”; otra manera más de procrear discursivamente una mofa hacia la violación.

El atrezo del piso de Kika es relevante. Hay un póster enorme donde se aprecia a dos mujeres desnudas, una de ellas con un trasero enorme, y otra, con los pechos al descubierto, y al lado, hay un póster titulado “la mujer florero”, donde se muestra a una mujer acostada y desnuda ante una fuente enorme de fruta.

El inconsciente colectivo queda secuestrado en este travelling concreto, donde “la mujer florero” se asocia a un tipo de mujer que presenta una inconsistencia intelectual magnificente, y que es objeto del hombre, además, la bandeja enorme de fruta que hay en el póster parece evocar a la fruta prohibida, la dichosa manzana que Eva tentó a tomar a Adán, y de donde según cierta mitología se germinó lo pecaminoso de lo humano, lo cual parece rotular un escenario de justificación de la violación. Es decir, el escenario habla, el póster de las mujeres desnudas clarifica el carácter libertino de la víctima, y el póster de “mujer florero” parece relatar que Kika es más fácil de ser “violable” que otra mujer con rasgos más conservadores, más abstraída y juiciosa.




[1] Freud, Sigmund. (1937-1939). Moisés y la religión monoteísta: Obras completas: 2° ed. En vol. XXIII. Buenos Aires. Amorrortu Editores.

[2] Onfray, Michel. (2011). Freud: El crepúsculo de un ídolo. Madrid. Taurus.

[3] Onfray, Michel. (2011). Freud: El crepúsculo de un ídolo. Madrid. Taurus.

[4] Bonorino, Pablo Raúl. (2011). La violación en el cine. Valencia. Tirant lo Blanch.

[5] Bonorino, Pablo Raúl. (2011). La violación en el cine. Valencia. Tirant lo Blanch.

[6] Bonorino, Pablo Raúl. (2011). La violación en el cine. Valencia. Tirant lo Blanch.

[7] Aguilar Carrasco, Pilar. (1998). Mujer, Amor Y Sexo en el cine español de los 90. Madrid. Fundamentos.

[8] Bourke, Joanna. (2009). Los violadores. Historia del estupro de 1860 a nuestros días. Barcelona. Crítica.

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