viernes, 13 de enero de 2017

Nietzsche y Freud contra la religión




Para Nietzsche Dios había muerto, y aunque afirmaba que todos lo habíamos matado, en esa frase apologética lo que pretendía era la aniquilación de la vieja moral en la que el hombre estaba sometida al valor del castigo y el pecado. Para Freud Dios era el padre, ya que su objetivo era el de servir en plato de oro la teoría patriarcal que el sistema androcentrista necesitaba para disuadir el aparato psíquico de los hombres, convirtiendo a las mujeres en seres inferiores a los que conquistar.


A pesar de esto, Freud descubrió en la muerte de Dios nietzscheana, que en el niño existía un instinto parricida, que le hacía ver al padre como un enemigo, en su unión amatoria-sexual con su madre.


Si algo necesita el estado para disuadir a la consciencia colectiva es religión e ideología, y su fanatismo más exacerbado, zanca la urdimbre más idónea para dirimir al pueblo llano en una guerra que ha sido fabricada por los reyes del mundo, que ni tienen ideología ni creen en ninguna religión, y que sólo tienen el valor de la hegemonía y el control ciudadano en las retinas de las entrañas, pilar cardinal para apoderarse de todas las almas.

Ya es sabido la feroz crítica del filósofo Nietzsche contra el cristianismo. Overbeck, amigo del alemán, en 1899, viajó a Turín a ver qué pasaba con el sujeto heteróclito en cuestión, ya que había recibido una serie de cartas que le habían preocupado, y encuentró al pensador, ingresado, en la debilidad más absoluta, al borde de un colapso terminal, y sin poder pagar las deudas de la clínica en la que es atendido, por lo que con la esencia dineraria, lo cubre todo, y lo ingresa, en una clínica de Basilea, sin olvidar, sus últimos manuscritos, que recoge de su domicilio con la astucia de la ardilla que evade a las culebras. En 1900 Nietzsche dejaría de existir.


Yo digo que si "Dios ha muerto", por un lado,  y "Dios es el padre", por el otro extremo, hay que matar al padre para ser libre. La muerte de lo paternalista supone una apertura del individuo hacia su propia búsqueda espiritual, como el peregrinaje de Siddharta de Hermann Hesse, que sin matar al padre sí huye de él para emprender su propio camino. Esa muerte es simbólica, pero ha de trasladarse a la mente, y en ella, está la salvación.

Pero en esos manuscritos, Nietzsche desgrana sus pensamientos más insondables, con la balacera siempre esputada hacia el viento, y por ósmosis, hilvanada a su entidad de pensamiento, que no se disolvió ni en la última estación de su vida, ya casi acariciando la muerte. Entre sus críticas al cristianismo, destacamos: 


"¿Qué combatimos en el cristianismo? Que quiera quebrantar a los fuertes, desanimar su ánimo, explotar sus horas malas y fatigas, que quiera convertir su orgullosa seguridad en inquietud y en necesidad de conciencia, que trate de envenenar y enfermar los instintos nobles hasta que su fuerza, su voluntad de potencia, retroceda, se gira contra sí misma -hasta que los fuertes perezcan- bajo las extravagancias del autodesprecio y de los malos tratos a sí mismos: esa horrible manera de perecer cuyo más célebre ejemplo ofrece Pascal".

Y añade, el alemán:


 "Nunca se condenará suficientemente el cristianismo por haber despreciado el valor de un grandioso movimiento nihilista depurador, como quizás ya estaba en marcha, mediante la idea de la persona privada inmortal, así como mediante la esperanza en la resurrección. Brevemente, siempre mediante el bloqueo de la acción del nihilismo, del suicidio... Se lo sustituye por un lento suicidio; gota a gota una vida completamente vulgar, burguesa y mediocres, etc.".

Nietzsche expande su inquina por el cristianismo en donde lo débil, estaría encarnado en el creyente religioso, que cosifica su fisiología en el único mundo real existente, que es la vida, por otra existencia aparente, que es en verdad, un paraíso eterno no conocido e inventado, según su pensamiento. El cristiano por tanto sería un zombi: un sujeto que atado a una moral falsaria atenta contra su cuerpo y tabica sus pulsiones con la ceguera más abominable. Por lo que este sujeto, vive en un suicidio intervenido con parsimonia, que le mata lentamente, y prolonga su sufrimiento, bajo el dogma religioso, sin ser capaz de vencer a la mácula negra que le roe el corazón salvaje y las voliciones más oscuras.



"Me sublevo contra la formulación moral de la realidad. Por ello aborrezco el cristianismo con un odio mortal, porque ha creado las palabras y los gestos sublimes para otorgar a una realidad espantosa el manto de la justicia, de la virtud, de la divinidad... Veo a todos los filósofos, veo a la ciencia, arrodillados ante la realidad de una lucha por la existencia inversa a la enseñada por la escuela de Darwin. Es decir, en todas partes dominan la situación y perviven los que comprometen la vida, el valor de la vida. el error de la escuela de Darwiin sería para mí el problema...".


Nietzsche, ante todo, detesta ese show en el que los más vulgares, que atentan contra la vida, son los que mandan en la cultura occidental, mientras los seres más consumados son conducidos, miserablemente, a los escombros:


"Mi visión conjunta del mundo de los valores muestra que los valores superiores que hoy penden sobre la humanidad no otorgan la supremacía a los casos afortunados, a los tipos selectos, sino más bien a los tipos de la décadence. Quizás no hay nada más interesante en el mundo que este indeseable espectáculo... Aunque suene raro: siempre hay que armar a los fuertes frente a los débiles, a los afortunados frente a los desafortunados, a los sanos frente a los degradados y tarados genéticamente. Si se quiere formular la realidad de manera moral, esa moral dice así: los mediocres son más valiosos que los excepcionales, las formas decadentes más que las mediocres, la voluntad de nada tiene la supremacía sobre la voluntad de vida -y el fin general, expresado en términos cristianos, budistas o schopenhauerianos, es: mejor no ser que ser."  

Para Nietzsche, la sociedad había invertido el papel de los fuertes y los débiles. El cristianismo había logrado dotar al decadente del poder supremo. Ese ser imbuido en la amargura, la castidad y el ideario pecaminoso, mientras los más fuertes, los seres humanos más aguerridos, que siempre luchan contra todo dogma y llamean su voluntad de potencia hasta los decibelios más elevados, que no se sienten presionados por el miedo o el castigo que acarrea el pecado, y que aman a la vida, desdeñando todo lo divino y lo eterno, que creen en el hombre pero no en los dioses, habían sido relegados al papel de escoria social, de locura humanoide. 


De ahí, que el filósofo alemán prodigara la idea darwinista, en la que la selección natural define que los más fuertes, los más luchadores y lo más expuestos a la vida y sus peligros, sobrevivieran, frente a los más débiles, los que no resistían la crudeza de las condiciones ambientales y fenecían. 


En el otro lado de la acera de una misma carretera, posteriormente a Nietzsche, Sigmund Freud, desde el psicoanálisis, o lo que podríamos llamar como:Profunda Filosofía, ahonda, tras su lectura nietzscheana, en un análisis belicoso contra la religión. En 1907, 7 años después de la muerte de Nietzsche, Freud escribe Los actos obsesivos y las prácticas religiosas. Allí, escribe: 



"Podríamos arriesgarnos a considerar la neurosis obsesiva como la pareja patológica de la religiosidad: la neurosis, como una religiosidad individual, y la religión, como una neurosis obsesiva universal. La coincidencia más importante sería la renuncia básica a la actividad de instintos constitucionalmente dados, y la diferencia decisiva consistiría en la naturaleza de tales instintos, exclusivamente sexuales en la neurosis y de origen egoísta en la religión". 


Para Freud, la religión vivía en binomio con la neurosis, y el origen de la misma, estaba en el egoísmo, algo que se puede reflejar, por ejemplo, cuando uno va a misa y se da cuenta de que todos rezan y hablan con Dios para sí mismos, sin importarle el compañero de pupitre de madera, donde sólo al dar la paz te acuerdas del ajeno; donde cada uno saca sus propias conclusiones de cada homilía, y en donde cada uno amolda a su cerebro, y a su necesidad, la idea de Dios: ubicada en el perdón, la misericordia y el pecado.



"A primera vista, los actos religiosos no parecen entrañar aquel carácter transaccional que los actos obsesivos integran como síntomas neuróticos y, sin embargo, también acabamos por descubrir en ellos tal carácter cuando recordamos con cuánta frecuencia son realizados, precisamente en nombre de la religión y en favor de la misma, todos aquellos actos que la misma prohíbe como manifestaciones de los instintos por ella reprimidos".


Además, Freud enfatiza en el carácter obsesivo que supone el ceremonial religioso, que lleva al sujeto a minusvalorar su integridad humana y espiritual, sometiéndose a un ritual que infantiliza todos sus recursos económicos e intelectuales. La religión, por tanto, halló los medios para aunar a las mentes dispersas, bajo una ilusión, simbolizada, en una serie de mecanismos prácticos que encerraban al sujeto en una conciencia global establecida por los profesionales místicos.



"La neurosis obsesiva presenta un carácter peculiarísimo, que la despoja de toda dignidad. Y es el hecho de que el ceremonial se adhiere a los actos más nimios de la vida cotidiana y se manifiesta en prescripciones insensatas y en restricciones absurdas de los mismos. Este rasgo singular de la enfermedad se nos hace comprensible cuando averiguamos que el mecanismo del desplazamiento psíquico, descubierto por mí en la producción de los sueños, preside también los procesos anímicos de la neurosis obsesiva. Es innegable que en el terreno religioso existe también una tendencia análoga al desplazamiento del valor psíquico, y precisamente en igual senado; de suerte que el ceremonial, puramente formal, de las prácticas religiosas se convierte poco a poco en lo más esencial y da de lado a su contenido ideológico. Por eso las religiones sufren reformas que se esfuerzan en establecer los valores primitivos".


De esta forma, Freud enfatiza en la idea prehistórica de la religión, donde la práctica religiosa era obsesiva, recalcando el hecho de que el ritual religioso está sumergido, en parte, en la puericia, produciéndose en nuestra mente un descentramiento psíquico para poder entrar en trance. 


Por tanto, la religión tendría la utilidad de reprimir los instintos más obscuros del hombre, permitiendo una ligadura emocional entre humanos bajo una ilusión conceptuada en credo, que estaría hecha a medida para satisfacer al hombre, y darle sosiego, para flexibilizar su vivencia caótica, que le penetra a cada instante. Lo religioso, por tanto, sería ilusorio, y en su carácter obsesivo, podría nacer un síntoma que explicase el principio fanático por el cual, algunos sujetos, no serían capaces de vivir sin religión.




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