lunes, 30 de enero de 2017

Los Abrazos Rotos (2009) de Almodóvar: Lo femenil introyectado desde lo patriarcal


Kira Miró (en Los abrazos rotos de Almodóvar, de 2009) o el prototipo de mujer introyectada en el incosnciente femenino, a través de las garras del patriarcado: la mujer de voluntad de potencia decapitada; usada como esclava sexual en las manos del macho, maniobrada como concepto objetal en su realidad interna por la fuerza exógena paternalista.



La escena a analizar en esta película es la primera. La escena se desarrolla en una mañana de luz de día en la que Lluís Homar y Kira Miró comparten una plática en la casa de éste, tras haberse conocido escasos minutos antes en la calle. Él es ciego: un señor viejo, alopécico, arrugado y rondando los 50; y ella es una muchacha veinteañera, alta, joven y muy atractiva: la chica es canaria, por su acento.

Así, esta escena comienza con un primer primerísimo plano de una chica canaria muy sexy, interpretada por Kira Miró, que está pasando las hojas de un periódico. Ella ha acompañado a un hombre maduro, que es ciego, a cruzar la calle, y después, con algo de argucia, el macho ha logrado que la muchacha exuberante le haya acompañado a casa para leerle el periódico.

El plano se mantiene en un PPP, y ella pasa de mirar hacia abajo para mirar directamente al hombre añoso, el representante del falo, el valedor de lo falocrático. Un corte muestra a ese representante, en un primer plano. La escena es interior, con luz de día, uno enfrente del otro, ambos sentados en dos sofás distintos. Ella le pregunta cómo se llama y él contesta “Harry Kane”; él es invidente, algo que se evidencia por sus ojos. Seguidamente, con una voz en off él explica su historia, pues es el epicentro de todo el universo simbólico.

En esa voz en off Harry Kane explica que antes se llamaba Mateo, y que era director de cine. Él mismo argumenta por qué se hizo director de cine: “Desde muy joven siempre me tentó la idea de ser alguien más, además de yo mismo. Vivir una sola vida no me bastaba, así que me inventé un seudónimo: Harry Kane; un aventurero que por avatares del destino se convertía en escritor”. Esta presentación denota el egotismo del personaje, enarbolado en una espiral intelectual y creativa suprema, muy por encima del resto.

La escena continúa y ella le pregunta qué es lo que le interesa que le lea del periódico: “Política, economía, cultura…”, pero él, con una interrupción abrupta dice: “Me interesas tú”, el padre de la ley ha dictado sentencia, no quiere saber nada del mundo sino del objeto sexual que tiene enfrente. Harry añade: “¿Cómo eres? ¿Te importa describirte?”, y ella contesta dejando el periódico en la mesa del salón: “¿Qué le interesa?”, entonces él, con un gesto facial de orgullo superlativo y prepotencia agrega: “¿Qué medidas tienes?, por ejemplo…”, y frente a esta elucidación, Kira responde: “Pues 90, 68, 90”, con un acento canario bastante pronunciado.

Después, él pregunta por el color de sus ojos en un PPP de los oculares ciegos de Harry, con la contestación de ella: “Verdes, y en verano un poquito azulados”. Harry le pregunta por su pelo y de cómo va vestida ante la sonrisa pueril de ella quien se toquetea el pelo con un carácter bastante laxo y ante la mirada lúbrica de él. Ella arguye: “Pues soy rubia, con el pelo largo y liso. Llevo una camiseta morada de tirantes, un vaquero ajustado…”, justo cuando termina la frase se queda sin discurso y ella le mira al pene, el gran arma de poder de la escena, el instrumento que gobierna toda la seducción pretérita, y el PPP enfoca directamente al bálano de Harry; el escritor ciego que lleva unos pantalones vaqueros de color azul. Harry insinúa: “Ajustado…”, y ella vuelve la mirada hacia él y dice: “Sí… ajustado”, con un tono erógeno, y agrega: “Y tacón”, y ante esta sentencia, Harry responde: “¿Alto?”, y Kira, levantando la cabeza replica: “Muy alto”.

Harry se acerca al sofá donde está ella con un PP de Kira Miró muy corto, cerrado, en el que ella sale con los ojos muy abiertos y a la espera de la embestida del macho alfa; una mirada irreal embadurnada en un surrealismo de lo más artificial. Harry dice: “A ver, pelo rubio… largo (mientras toca su pelo con ambas manos, estirándolo hacia abajo), a ver, los ojos… ojos verdes (y toca los párpados de ella con sus pulgares, pues ella ha cerrado los ojos), en verano un poco azules… (Kira abre los ojos y se ríe cuando dice esta frase, acerca del cambio de color de sus iris en la estación de verano); y la piel… (acaricia sus mejillas con el dorso de sus dedos), qué rica piel… y los labios… (Harry se aproxima a ella y la besa sujetando sus mejillas con ambas manos) carnosos”. Después, le baja la camiseta de tirantes y jadea mientras le jalona los dos senos con ambas manos. Son de gran tamaño, así que los estruja con fuerza extendiendo sus dedos al máximo, recorriendo toda la superficie del pecho; por supuesto, no tiene sujetador.

En la siguiente escena fornican en el sofá con los bufidos de ambos, en un plano que se va moviendo hasta llegar a uno de los extremos del sofá con el fin de mostrar el pie desnudo de ella, quien tiene las uñas pintadas de rojo; Almodóvar edita el famoso fetichismo del pie femenino. Cuando terminan, ella le pregunta si le deja pasar al baño y él dice que sí, con la respiración fatigosa. En esta utilización objetal de la mujer tan remarcada en el cine de Almodóvar, Onfray recalca desde el punto de vista freudiano[1]:



“Freud considera, en efecto, que la mujer no debe buscar la autonomía profesional y por lo tanto la económica, y que su papel consiste en ser buena esposa y una buena madre; concibe la fisiología femenina como una interrupción con respecto al modelo fálico; cree asimismo en la existencia de un esquema normal que llevaría al sujeto hacia la heterosexualidad monogámica, conyugal y familiar, y, para terminar, ve la homosexualidad como un inacabamiento del ser durante el despliegue de su trayectoria libidinal. Puesto que la naturaleza dio a las mujeres la belleza, el encanto y la bondad, que no pidan más, escribe a su novia el 15 de noviembre de 1883”.



Después llaman a la puerta, y es su amiga y directora de producción Judit, que en verdad es la madre de su hijo Diego, aunque él no lo sabe. Ella abre la puerta y al verle vistiéndose le pregunta con tono impúdico: “¿Puedo pasar o vas a echar otro?”, y él, con una soberbia total contesta: “No, no… pasa, pasa… ya hemos terminado”, y ante esta payasada del sietemachos, ella le mira hacia el falo, y hace un gesto como diciendo ¡qué macho eres!; está claro cuál es el valor rector supremo: el falo.

Esta escena muestra los valores androcentristas por excelencia. Por un lado, tenemos a un hombre que a pesar de ser ciego controla toda la situación espacio-temporal. Se aprovecha de su minusvalía, de su ceguera, para captar chicas que le ayuden a cruzar la acera y así darles conversación e intentar seducirlas para mantener sexo con ellas en su casa.

Como es escritor, sabe usar el léxico apropiado, y además, es un dominador habitual de las relaciones sociales. Como invidente, tiene mayor dominio sobre las voces de los demás; por lo que estaríamos psicoanalizando a un ciego que va de víctima, pero que en el fondo es un sátrapa sin escrúpulos y una víbora interna, que seduce desde la lástima para sugestionar a mujeres débiles y así poder penetrar sus cuerpos. Harry busca mujeres jóvenes y no le interesa ni el alma que puedan poseer, ni sus problemas, ni sus sentimientos, ni sus pensamientos, ni sus bondades, ni sus sabidurías, ni sus inteligencias, ni sus deseos, ni sus sinceridades; sólo va a por el cuerpo de las féminas, ellas son para él un mero objeto sexual para satisfacer sus pulsiones internas, como estructura para liberar su libido objetal, y así poder infiltrar vaginas púberes y apretujar pechos turgentes; por eso jadea de placer cuando acaricia a la canaria y comprueba por el tacto su piel suave, porque son pitusas lo que él busca.

Por otro lado, Harry articula en toda su perfección el pictograma patriarcal del hombre vetusto que seduce con la palabra a la libertina de beldad prodigiosa, quien en su ninfomanía o en su libertinaje sexual, es capaz de mantener sexo con quien sea, o bien es una ingenua que no tiene reparos en follar con un viejo que es ciego, por pura lástima, sin saber, por necedad y excesiva torpeza cerebral, que ese sujeto varón usa esa debilidad física, precisamente, para manipular el cuerpo de la mujer a su antojo. Harry es ante todo un prevaricador sexual camuflado en una minusvalía. Esa ceguera es utilizada como arma para desintegrar a las más débiles, desviadas, confusas y babiecas.

El personaje de Kira Miró provoca terror, porque es un instrumento que ilustra a la mujer como objeto en manos del hombre, y por ello fomenta el terrorismo sexual. El hecho de que sea canaria no es algo que Almodóvar haya elegido aleatoriamente, es una decisión que sigue un patrón estereotipado bastante perverso, ya que las canarias, como isleñas de carácter más caliente, y un sentido de la vida más desenfadado, tienen una fama tópica de ser disolutas, libertinas, ardientes; de llevar poca ropa, mostrar bastante y tener pocos reparos en el sexo. Las posibilidades de que una mujer de ese físico tan imponente pasee por Madrid y acabe en la casa de un ciego alopécico que es feo y además viejo, y acabe manteniendo sexo con él nada más conocerlo, son muy remotas, prácticamente estaríamos hablando de ciencia ficción, pero el credo patriarcal lo hace posible. Harry es para el patriarcado una foca ictiófaga en busca de peces, que son las féminas sin voluntad de potencia, ni personalidad.

Asimismo, ella le sigue juego, y se autodefine a sí misma como objeto sexual en las uñas del macho supremo. Describe sus medidas y sus rasgos físicos con una levedad y una indignidad hacia sí misma que es denigrante. Ante todo, es un personaje creado por un hombre, que sigue las normativas patriarcales en la fijación del físico de la mujer por encima de cualquier otro valor como la inteligencia, la capacidad de decisión, la creatividad, el liderazgo, el temperamento, la virtud moral o las aptitudes sobresalientes en cualquier materia. Él es quien la seduce y ella no parece tener la impronta severa de querer manejar la situación, sino que más bien se deja llevar por sus encantos.

El personaje de Kira Miró es decadente. Es un borrego que se deja mangonear por alguien que sólo está interesado en ella por su cuerpo, que todo lo demás no le importa. Ella se muestra bastante laxa de carácter, muy coquetona y hasta bastante inocente. Es una mujer débil, incapaz de sobreponerse o de dictar una negativa ante la seducción de alguien, que por muy invidente que sea, no es más que un canalla siniestro que sólo pretende fornicarla, es decir, tratarla como si fuera un objeto, un utensilio: un jarrón con dos tetas gordas y una rajita al servicio del macho tiránico que juega con las cartas de la ceguera para poseer y desposeer. Su sonrisa pueril cuando Harry roza sus párpados refleja su inmadurez y su inteligencia descepada de todo rigor científico.

La escena muestra el desnudo de ella, primeramente de su pie, cuando están follando en el sofá, y después, de sus senos, cuando él la desnuda. Ella, curiosamente, no lleva sujetador, un mensaje implícito que lanza Almodóvar al espectador para comunicar que ella es una relajada.

Por otro lado, debo subrayar que Harry sigue una estrategia muy meticulosa. Cuando se acerca a ella primero le acaricia el pelo, después los párpados para hablar de sus ojos, e incluso cuenta en forma de chiste que en verano ella ya no los tiene verdes sino azules, para hacerla reír y así sacar su infantilismo, con objeto de anular su respuesta cognitiva, y de este modo, seguir su artimaña, para continuar con sus mejillas, y decir “qué rica piel…”, y así finalizar en los labios, pronunciando el sustantivo en un medio susurro, que le conduzca a un beso que se materializa, para cuajar la jugada en el desvestido de ella y así poder manosearla.

La terminación es la fornicación, en el sofá de su casa, la casa de Harry: él domina el espacio. Este hecho, el de la follada entre ambos, es el remate epílogo de una falacia que sirve a Pedro Almodóvar para señalar la superioridad intelectual del hombre sobre la mujer, pues es ella, una joven bellísima, quien cae en sus redes, quien es atrapada en la telaraña del macho embustero que navega por el mundo sin moral alguna.

El patriarcado, con esta escena, cosifica a la mujer como objeto en las retinas varoniles, usando para ello a un destructor fálico con piel de conejo de Indias.

La mujer canaria resalta la dejadez o la fuerte adicción sexual de las isleñas por un lado, promoviendo tópicos intolerables de lascivia en la mujer, y por otro, recalcando su debilidad, fragilidad o flojera ante las minusvalías ajenas, en una candidez referencial que le impide darse cuenta del hecho de que está siendo usada por un ladino patriarcal, de mirada negra y alma marrullera, lo que es una barbaridad supina.

Almodóvar escenifica cómo el varón viejo, de una fealdad notable, escritor y culto, además de tecnócrata en seducciones que irisan las divergencias de poder intelectual, engaña y seduce a la muchacha canaria de exuberante belleza; la isleña libídine, de temperamento bobalicón, con una sonrisa nacida en la puericia y una desidia absoluta por su dignidad de mujer. El tipejo la engaña con toda una soflama verbal y prosódica, con el único objetivo de besarla, tocarle los pechos y fornicarla, algo que consigue, pues Almodóvar ha usado a la yo libertina para que la situación sea propicia a dicha búsqueda; y con ello el patriarcado obtiene una pequeña victoria.



[1] Onfray, Michel. (2011). Freud: El crepúsculo de un ídolo. Madrid. Taurus.



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