Kira Miró (en Los abrazos rotos de Almodóvar, de 2009) o el prototipo de mujer introyectada en el incosnciente femenino, a través de las garras del patriarcado: la mujer de voluntad de potencia decapitada; usada como esclava sexual en las manos del macho, maniobrada como concepto objetal en su realidad interna por la fuerza exógena paternalista.
La escena a analizar en esta película es la
primera. La escena se desarrolla en una mañana de luz de día en la que Lluís
Homar y Kira Miró comparten una plática en la casa de éste, tras haberse
conocido escasos minutos antes en la calle. Él es ciego: un señor viejo,
alopécico, arrugado y rondando los 50; y ella es una muchacha veinteañera,
alta, joven y muy atractiva: la chica es canaria, por su acento.
Así, esta escena comienza con un primer
primerísimo plano de una chica canaria muy sexy, interpretada por Kira Miró,
que está pasando las hojas de un periódico. Ella ha acompañado a un hombre
maduro, que es ciego, a cruzar la calle, y después, con algo de argucia, el
macho ha logrado que la muchacha exuberante le haya acompañado a casa para
leerle el periódico.
El plano se mantiene en un PPP, y ella pasa de
mirar hacia abajo para mirar directamente al hombre añoso, el representante del
falo, el valedor de lo falocrático. Un corte muestra a ese representante, en un
primer plano. La escena es interior, con luz de día, uno enfrente del otro, ambos
sentados en dos sofás distintos. Ella le pregunta cómo se llama y él contesta
“Harry Kane”; él es invidente, algo que se evidencia por sus ojos.
Seguidamente, con una voz en off él explica su historia, pues es el epicentro
de todo el universo simbólico.
En esa voz en off Harry Kane explica que antes
se llamaba Mateo, y que era director de cine. Él mismo argumenta por qué se
hizo director de cine: “Desde muy joven siempre me tentó la idea de ser alguien
más, además de yo mismo. Vivir una sola vida no me bastaba, así que me inventé
un seudónimo: Harry Kane; un aventurero que por avatares del destino se
convertía en escritor”. Esta presentación denota el egotismo del personaje,
enarbolado en una espiral intelectual y creativa suprema, muy por encima del
resto.
La escena continúa y ella le pregunta qué es lo
que le interesa que le lea del periódico: “Política, economía, cultura…”, pero
él, con una interrupción abrupta dice: “Me interesas tú”, el padre de la ley ha
dictado sentencia, no quiere saber nada del mundo sino del objeto sexual que
tiene enfrente. Harry añade: “¿Cómo eres? ¿Te importa describirte?”, y ella
contesta dejando el periódico en la mesa del salón: “¿Qué le interesa?”,
entonces él, con un gesto facial de orgullo superlativo y prepotencia agrega:
“¿Qué medidas tienes?, por ejemplo…”, y frente a esta elucidación, Kira
responde: “Pues 90, 68, 90”, con un acento canario bastante pronunciado.
Después, él pregunta por el color de sus ojos en
un PPP de los oculares ciegos de Harry, con la contestación de ella: “Verdes, y
en verano un poquito azulados”. Harry le pregunta por su pelo y de cómo va
vestida ante la sonrisa pueril de ella quien se toquetea el pelo con un
carácter bastante laxo y ante la mirada lúbrica de él. Ella arguye: “Pues soy
rubia, con el pelo largo y liso. Llevo una camiseta morada de tirantes, un
vaquero ajustado…”, justo cuando termina la frase se queda sin discurso y ella
le mira al pene, el gran arma de poder de la escena, el instrumento que gobierna
toda la seducción pretérita, y el PPP enfoca directamente al bálano de Harry;
el escritor ciego que lleva unos pantalones vaqueros de color azul. Harry
insinúa: “Ajustado…”, y ella vuelve la mirada hacia él y dice: “Sí… ajustado”,
con un tono erógeno, y agrega: “Y tacón”, y ante esta sentencia, Harry responde:
“¿Alto?”, y Kira, levantando la cabeza replica: “Muy alto”.
Harry se acerca al sofá donde está ella con un
PP de Kira Miró muy corto, cerrado, en el que ella sale con los ojos muy
abiertos y a la espera de la embestida del macho alfa; una mirada irreal
embadurnada en un surrealismo de lo más artificial. Harry dice: “A ver, pelo
rubio… largo (mientras toca su pelo con ambas manos, estirándolo hacia abajo),
a ver, los ojos… ojos verdes (y toca los párpados de ella con sus pulgares,
pues ella ha cerrado los ojos), en verano un poco azules… (Kira abre los ojos y
se ríe cuando dice esta frase, acerca del cambio de color de sus iris en la
estación de verano); y la piel… (acaricia sus mejillas con el dorso de sus
dedos), qué rica piel… y los labios… (Harry se aproxima a ella y la besa
sujetando sus mejillas con ambas manos) carnosos”. Después, le baja la camiseta
de tirantes y jadea mientras le jalona los dos senos con ambas manos. Son de
gran tamaño, así que los estruja con fuerza extendiendo sus dedos al máximo,
recorriendo toda la superficie del pecho; por supuesto, no tiene sujetador.
En la siguiente escena fornican en el sofá con
los bufidos de ambos, en un plano que se va moviendo hasta llegar a uno de los
extremos del sofá con el fin de mostrar el pie desnudo de ella, quien tiene las
uñas pintadas de rojo; Almodóvar edita el famoso fetichismo del pie femenino.
Cuando terminan, ella le pregunta si le deja pasar al baño y él dice que sí,
con la respiración fatigosa. En esta utilización objetal de la mujer tan
remarcada en el cine de Almodóvar, Onfray recalca desde el punto de vista
freudiano[1]:
“Freud considera, en efecto, que la mujer no
debe buscar la autonomía profesional y por lo tanto la económica, y que su
papel consiste en ser buena esposa y una buena madre; concibe la fisiología
femenina como una interrupción con respecto al modelo fálico; cree asimismo en
la existencia de un esquema normal que llevaría al sujeto hacia la
heterosexualidad monogámica, conyugal y familiar, y, para terminar, ve la
homosexualidad como un inacabamiento del ser durante el despliegue de su
trayectoria libidinal. Puesto que la naturaleza dio a las mujeres la belleza,
el encanto y la bondad, que no pidan más, escribe a su novia el 15 de noviembre
de 1883”.
Después llaman a la puerta, y es su amiga y
directora de producción Judit, que en verdad es la madre de su hijo Diego,
aunque él no lo sabe. Ella abre la puerta y al verle vistiéndose le pregunta
con tono impúdico: “¿Puedo pasar o vas a echar otro?”, y él, con una soberbia
total contesta: “No, no… pasa, pasa… ya hemos terminado”, y ante esta payasada
del sietemachos, ella le mira hacia el falo, y hace un gesto como diciendo ¡qué
macho eres!; está claro cuál es el valor rector supremo: el falo.
Esta escena muestra los valores androcentristas
por excelencia. Por un lado, tenemos a un hombre que a pesar de ser ciego
controla toda la situación espacio-temporal. Se aprovecha de su minusvalía, de
su ceguera, para captar chicas que le ayuden a cruzar la acera y así darles
conversación e intentar seducirlas para mantener sexo con ellas en su casa.
Como es escritor, sabe usar el léxico apropiado,
y además, es un dominador habitual de las relaciones sociales. Como invidente,
tiene mayor dominio sobre las voces de los demás; por lo que estaríamos psicoanalizando
a un ciego que va de víctima, pero que en el fondo es un sátrapa sin escrúpulos
y una víbora interna, que seduce desde la lástima para sugestionar a mujeres
débiles y así poder penetrar sus cuerpos. Harry busca mujeres jóvenes y no le
interesa ni el alma que puedan poseer, ni sus problemas, ni sus sentimientos,
ni sus pensamientos, ni sus bondades, ni sus sabidurías, ni sus inteligencias,
ni sus deseos, ni sus sinceridades; sólo va a por el cuerpo de las féminas,
ellas son para él un mero objeto sexual para satisfacer sus pulsiones internas,
como estructura para liberar su libido objetal, y así poder infiltrar vaginas
púberes y apretujar pechos turgentes; por eso jadea de placer cuando acaricia a
la canaria y comprueba por el tacto su piel suave, porque son pitusas lo que él
busca.
Por otro lado, Harry articula en toda su
perfección el pictograma patriarcal del hombre vetusto que seduce con la
palabra a la libertina de beldad prodigiosa, quien en su ninfomanía o en su
libertinaje sexual, es capaz de mantener sexo con quien sea, o bien es una
ingenua que no tiene reparos en follar con un viejo que es ciego, por pura
lástima, sin saber, por necedad y excesiva torpeza cerebral, que ese sujeto
varón usa esa debilidad física, precisamente, para manipular el cuerpo de la
mujer a su antojo. Harry es ante todo un prevaricador sexual camuflado en una
minusvalía. Esa ceguera es utilizada como arma para desintegrar a las más
débiles, desviadas, confusas y babiecas.
El personaje de Kira Miró provoca terror, porque
es un instrumento que ilustra a la mujer como objeto en manos del hombre, y por
ello fomenta el terrorismo sexual. El hecho de que sea canaria no es algo que
Almodóvar haya elegido aleatoriamente, es una decisión que sigue un patrón
estereotipado bastante perverso, ya que las canarias, como isleñas de carácter
más caliente, y un sentido de la vida más desenfadado, tienen una fama tópica
de ser disolutas, libertinas, ardientes; de llevar poca ropa, mostrar bastante
y tener pocos reparos en el sexo. Las posibilidades de que una mujer de ese
físico tan imponente pasee por Madrid y acabe en la casa de un ciego alopécico
que es feo y además viejo, y acabe manteniendo sexo con él nada más conocerlo,
son muy remotas, prácticamente estaríamos hablando de ciencia ficción, pero el
credo patriarcal lo hace posible. Harry es para el patriarcado una foca
ictiófaga en busca de peces, que son las féminas sin voluntad de potencia, ni
personalidad.
Asimismo, ella le sigue juego, y se autodefine a
sí misma como objeto sexual en las uñas del macho supremo. Describe sus medidas
y sus rasgos físicos con una levedad y una indignidad hacia sí misma que es
denigrante. Ante todo, es un personaje creado por un hombre, que sigue las
normativas patriarcales en la fijación del físico de la mujer por encima de
cualquier otro valor como la inteligencia, la capacidad de decisión, la
creatividad, el liderazgo, el temperamento, la virtud moral o las aptitudes
sobresalientes en cualquier materia. Él es quien la seduce y ella no parece
tener la impronta severa de querer manejar la situación, sino que más bien se
deja llevar por sus encantos.
El personaje de Kira Miró es decadente. Es un
borrego que se deja mangonear por alguien que sólo está interesado en ella por
su cuerpo, que todo lo demás no le importa. Ella se muestra bastante laxa de
carácter, muy coquetona y hasta bastante inocente. Es una mujer débil, incapaz
de sobreponerse o de dictar una negativa ante la seducción de alguien, que por
muy invidente que sea, no es más que un canalla siniestro que sólo pretende
fornicarla, es decir, tratarla como si fuera un objeto, un utensilio: un jarrón
con dos tetas gordas y una rajita al servicio del macho tiránico que juega con
las cartas de la ceguera para poseer y desposeer. Su sonrisa pueril cuando
Harry roza sus párpados refleja su inmadurez y su inteligencia descepada de
todo rigor científico.
La escena muestra el desnudo de ella, primeramente
de su pie, cuando están follando en el sofá, y después, de sus senos, cuando él
la desnuda. Ella, curiosamente, no lleva sujetador, un mensaje implícito que
lanza Almodóvar al espectador para comunicar que ella es una relajada.
Por otro lado, debo subrayar que Harry sigue una
estrategia muy meticulosa. Cuando se acerca a ella primero le acaricia el pelo,
después los párpados para hablar de sus ojos, e incluso cuenta en forma de
chiste que en verano ella ya no los tiene verdes sino azules, para hacerla reír
y así sacar su infantilismo, con objeto de anular su respuesta cognitiva, y de
este modo, seguir su artimaña, para continuar con sus mejillas, y decir “qué
rica piel…”, y así finalizar en los labios, pronunciando el sustantivo en un
medio susurro, que le conduzca a un beso que se materializa, para cuajar la
jugada en el desvestido de ella y así poder manosearla.
La terminación es la fornicación, en el sofá de
su casa, la casa de Harry: él domina el espacio. Este hecho, el de la follada
entre ambos, es el remate epílogo de una falacia que sirve a Pedro Almodóvar
para señalar la superioridad intelectual del hombre sobre la mujer, pues es
ella, una joven bellísima, quien cae en sus redes, quien es atrapada en la
telaraña del macho embustero que navega por el mundo sin moral alguna.
El patriarcado, con esta escena, cosifica a la
mujer como objeto en las retinas varoniles, usando para ello a un destructor fálico
con piel de conejo de Indias.
La mujer canaria resalta la dejadez o la fuerte
adicción sexual de las isleñas por un lado, promoviendo tópicos intolerables de
lascivia en la mujer, y por otro, recalcando su debilidad, fragilidad o flojera
ante las minusvalías ajenas, en una candidez referencial que le impide darse
cuenta del hecho de que está siendo usada por un ladino patriarcal, de mirada
negra y alma marrullera, lo que es una barbaridad supina.
Almodóvar escenifica cómo el varón viejo, de una
fealdad notable, escritor y culto, además de tecnócrata en seducciones que
irisan las divergencias de poder intelectual, engaña y seduce a la muchacha
canaria de exuberante belleza; la isleña libídine, de temperamento bobalicón,
con una sonrisa nacida en la puericia y una desidia absoluta por su dignidad de
mujer. El tipejo la engaña con toda una soflama verbal y prosódica, con el
único objetivo de besarla, tocarle los pechos y fornicarla, algo que consigue,
pues Almodóvar ha usado a la yo libertina
para que la situación sea propicia a dicha búsqueda; y con ello el patriarcado
obtiene una pequeña victoria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario