Feech La Manna interpretado por Robert Loggia en la quinta temporada de The Sopranos
La pulsión de hostias es un concepto que he pensado muy a menudo, y que pretendo desarrollar. Nace en las entrañas salvajes de aquél o aquélla que es incapaz de controlar su violencia cuando sus objetivos no se cumplen, y que ante la afrenta del rival, extiende su temperamento más selvático. Es una energía muy profunda, que se sirve de la violencia hacia el otro, para la supervivencia o la conquista: repartiendo ensaladas de hostias.
Feech representa la pulsión de hostias del sujeto díscolo, nutrido en la crianza de una vieja escuela criminal, donde ni se verbalizaba un principio democrático, y donde toda cesión, era sinónimo de debilidad y flaqueza. Y esa pulsión de hostias, allega por la fuerza, de las manos del pendenciero que sentencia su camino mediante las hostias; los palos.
La pulsión de hostias es la oposición al diálogo, es el retorno a nuestro yo asesino de carácter inorgánico, donde la satisfacción es aliviada una vez que la libido ha sido proyectada con poder destrucción hacia el otro, para subyugarlo, llegando incluso, a fortalecer un componente sádico que todos los humanos tienen, pero que muy pocos sonorizan. Y que un mafioso de los años 60 estadounidenses del racismo, el asesinato, y el odio, ha mamado de sobra.
Con esta pulsión de hostias, Feech trata de conservar su orgullo, epicentro de su yo, y que cimienta su vida bajo el dominio de las partículas interiores más violentas. Feech no sólo representa la furia del que tiene las gónadas en el corazón, sino que además, es el símbolo del derrame de testosterona más avieso, que se irradia, para equilibrar su yo con la agresión hacia el otro. Y la pulsión de hostias es su mayor reflejo. O sea, dar hostias para doblegar a los otros y elevar tu hombría en toda su dimensión.
Un claro ejemplo lo escenifica Feech La Manna en The Sopranos. Él es un legendario mafioso que acaba de salir de la cárcel y que busca su sitio en la New Jersey del hampa y la locura. Donde la fuerza siempre manda, y se está condenado a la concesión, si uno pretende no conquistar con sus puños lo que se le niega.
Cuando Feech se tropieza con un jardinero que está trabajando en una zona que dice le corresponde, se baja de su coche y decide hablar con él. Feech arguye que ese área está destinada a su sobrino, y que él debe marcharse, pero el jardinero responde que lleva más de veinte años en ella y que le jodan. Ante esto, el mafioso Feech le propina una golpiza que termina con el jardinero en el suelo, recibiendo toda clase de golpes, y que en el epílogo de la pelea, es arrastrado hasta la orilla de la acera, con su bálano sujetado con agresividad por Feech, con la violencia inusitada de quien quiere imponer su orgullo, y finaliza su acometida dialéctica-física, con un pisotón que le parte el húmero.
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