Explicación en fotogramas de la primera escena de Almodóvar, en la que se produce una violación del macho patriarcal contra la joven:
Ésta es la primera película comercial de Pedro
Almodóvar. En ella se ilumina a la perfección la decadencia española y el uso
maléfico de Almodóvar en su propio beneficio para presentarse como egregio y
rompedor.
La película, de bajo presupuesto, está ambientada
en la Movida madrileña, con un sentimiento vinculado a la España
posfranquista, en la que se pretendían disolver todos los tabúes sociales y
todas las represiones sexuales que había impuesto la dictadura franquista en 40
años de existencia.
Así, este páramo de libertad absoluta ramificó
una decadencia ciclópea a nivel social y humano, como por ejemplo el alto grado
de drogadicción que engendró miles de muertes anónimas, por la heroína
especialmente, y la sevicia sexual que se trasladó a las calles y los locales,
con prostíbulos de esclavitud, prostitución callejera coactiva, rameras al
servicio de proxenetas sádicos o yonquis capaces de todo por una dosis.
Este clima infecto estaba concentrado en una
sociedad enferma que para nada estaba concienciada en materia de violencia de
género, abusos sexuales, violaciones y violencia en general, y que supuso la
creación de un ambiente amoral donde todo tenía cabida, por muy enfermo o
perverso que fuera.
Para comentar esta película, empezaremos con la
primera escena en la que se produce una violación: la escena por antonomasia de
Pedro Almodóvar.
Pepi, una de las protagonistas, encarnada por
Carmen Maura, es una muchacha veinteañera, inquieta y de carácter alegre. Está
en su casa pegando cromos en un álbum, y de repente, el film nos muestra la
imagen subliminal de Superman, como
si ella buscara, con deseo inconsciente, la necesidad libidinal de desahogarse
con un macho alfa. Suena el timbre y un hombre cincuentón, trajeado, con
corbata, alopécico, poco atractivo y con un aire de perdonavidas que resulta
emético accede a su casa y enseña su credencial de policía. Pepi asegura que es
miope y necesita una lupa para ver la misma, pero él retira con violencia su
credencial y con una voz despiadada atenaza la situación, reverberando la
desemejanza en el rango de poder: ella, la pobre chica débil, y él, el macho
dominante.
El policía, interpretado por Félix Rotaeta, es
hosco y dictatorial, prototipo andocentrista del régimen patriarcal tiránico.
El policía comenta que ella tiene plantas ilegales de marihuana y por ello dice:
“Es droga, ¿crees que me chupo el dedo?”, y ella contesta: “¿Y hablando de
chupar? ¿Qué te parece este conejito en su salsa?”, con una mirada erógena, una
sonrisa que desnuda a sus dientes y moviendo una sábana de color verde, lo que
provoca que el policía envicie su mirada, recoloque su corbata y humedezca sus
labios de forma sugerente y perversa, replicando lo siguiente: “Así a la vista,
de rechupete…”, con una entonación sádica.
Después, Pepi le seduce para que no la denuncie,
y a cambio de ello, puede fornicar con ella, aunque afirma que no va ser
gratis, así que el policía le comunica que si no dice nada del encuentro sexual
que van a tener y coloca las plantas en otro lugar, todo queda zanjado, por lo
que Pepi acepta con algo de resignación.
Pero lo que sucede es que Pepi es virgen, y ella le
ruega que la penetre analmente. El policía dice: “¿Te vas a hacer la estrecha?”,
y ella contesta: “No te importa probar por detrás, es que estoy más acostumbrada”,
sin embargo, el madero replica: “¡Degenerada!”, y ella responde: “Es que soy
virgen y no quiero perder la honra de momento”. El polizonte afirma con tono
grave, de poderío machista, lo siguiente: “Cierra el pico, muñeca, que yo hago
las cosas cara a cara”, con una inflexión grave de macho absorbente, y después,
la penetra con el testimonio sonoro de un grito berroqueño de la muchacha, lo
que refuerza la idea de superioridad del bellaco sin escrúpulos.
El madero, después de penetrarla, con un tono
que incita a la risa dice: “Joder, jamás habría creído que eras virgen”. Esta
escena rubrica la violación bautizada en la diferenciación de poder. El policía
maduro ajusticia su propia pulsión sexual contra una joven desviada, y ella
muestra en todo momento una tenuidad hacia su cuerpo y su dignidad de mujer que
asusta, no parece el rol de una mujer con personalidad y amor propio, sino, más
bien, la visión varonil introyectada en un personaje femenino, que busca en su
propia veleidad deontológica de mujer su demonización intelectual y moral.
La escena bifurca dos personajes: el macho adulto por
un lado, con su actuación bosquejada desde el poder patriarcal superior, donde
él representa al padre de la ley, siendo el valor dialéctico masculino quien,
con jurisdicción eximia, controla toda la situación espacio-temporal, avasalla
en todo momento y tiene el arbitrio para ejercer a su voluntad la denigración y
la posesión del otro cuerpo, el femenino; y por otra parte, la debilidad de lo
femenino, con una exhortación enferma de su dignidad asesinada, pues vende su
cuerpo con absoluta ataraxia, se exime a tener un diálogo profundo consigo
misma acerca de su probidad como mujer, y es usada, como objeto sepultado desde
la cosmovisión androcentrista. Se mitifica la relación del hombre vetusto y la
púber lujuriosa.
El madero, después de penetrarla, con un tono
que incita a la risa dice: “Joder, jamás habría creído que eras virgen”. Esta
escena rubrica la violación bautizada en la diferenciación de poder. El policía
maduro ajusticia su propia pulsión sexual contra una joven desviada, y ella
muestra en todo momento una tenuidad hacia su cuerpo y su dignidad de mujer que
asusta, no parece el rol de una mujer con personalidad y amor propio, sino, más
bien, la visión varonil introyectada en un personaje femenino, que busca en su
propia veleidad deontológica de mujer su demonización intelectual y moral.
La escena bifurca dos personajes: el macho adulto por
un lado, con su actuación bosquejada desde el poder patriarcal superior, donde
él representa al padre de la ley, siendo el valor dialéctico masculino quien,
con jurisdicción eximia, controla toda la situación espacio-temporal, avasalla
en todo momento y tiene el arbitrio para ejercer a su voluntad la denigración y
la posesión del otro cuerpo, el femenino; y por otra parte, la debilidad de lo
femenino, con una exhortación enferma de su dignidad asesinada, pues vende su
cuerpo con absoluta ataraxia, se exime a tener un diálogo profundo consigo
misma acerca de su probidad como mujer, y es usada, como objeto sepultado desde
la cosmovisión androcentrista. Se mitifica la relación del hombre vetusto y la
púber lujuriosa.
De esta forma, la primera dramaturgia con la que
Almodóvar llega al público es una violación. Convirtiendo al espectador en un voyeur sádico, y dirigiéndose,
especialmente, a ese hombre experimentado que cumple su fantasía sexual al
contemplar una exposición dramática, donde el sujeto añoso se impone y viola a
la joven exánime y de temperamento lúbrico.
La teoría psicoanalítica
es muy clara a la hora de definir el complejo de castración como marco teórico
para esclavizar a la mujer y someterla a la subordinación extrema por debajo
del hombre, y toda esa base terminológica tiene su génesis en la disimilitud de
dimensión genésica: según la teoría freudiana, la niña envidia ese pene que el
niño tiene, y se siente objeto de una iniquidad impuesta.
Como bien define Sigmund
Freud, “la anatomía es el destino”[1].
El diccionario freudiano apuntala la injerencia en la desigualdad sexual, en la
que sitúa al niño en una posición superior, al mismo tiempo que decrece a la
niña en la categoría de sumisión. Él es el poseedor del órgano genital supremo:
el pene, y por tanto, sólo tendrá miedo de perderlo al ver como la niña ha sido
castrada de ese miembro viril, símbolo de máximo poder. Ella, al ver el pene se
siente tullida y envidiosa, anhela ese pene del que cree ha sido despojada, y
de ahí, según el axioma freudiano, se explica su obediencia desorbitada al
varón, y una creación de su conciencia moral muy flemática con respecto a la
unidad masculina.
El ideario freudiano
remarca, además, que la mujer que no acepte su castración podría tener dos
salidas: o bien, la homosexualidad como depravación, masculinizando su
integridad, o bien, la represión de toda su sexualidad. La homofobia de Freud se
funde con su tendencia capciosa de encerrar a la mujer en un sistema de reglas
androcentristas, donde debe arrogar al principio de castración exigido, para
desdeñar su propio delirio o su masculinización, subsumiendo su debilidad por
el tamaño genital, y subrayando su posterior envidia de pene, aunque dicha
tesis sea una mera hipótesis[2]:
“La vagina y el clítoris son vividos por ambos, en la etapa fálica, como la castración del único genital que en última instancia es considerado como tal en este nivel infantil, el falo. Al miedo del varón ante la posibilidad de castración, comprobada entonces en la visión genital femenino, se lo llamará angustia de castración, y es aquella de la que se defenderá, principalmente el yo del neurótico adulto con los mecanismos de defensa inconscientes, origen de rasgos de carácter y síntomas neuróticos. En la niña la aceptación de la existencia de la castración origina el complejo de castración por excelencia. Fundará su yo basado en esta (sentida por ella) mutilación. Esta situación originará sensación de minusvalía, dependencia extrema, la constitución de su superyó será más lenta, no estará acuciada por la urgencia de la angustia de castración. Freud señala que en la mujer hay dos caminos principales en su evolución sexual: 1) La represión de la sexualidad en general. 2) La no aceptación de la castración, conducente a la masculinidad en el carácter, o a la homosexualidad como perversión”.
La escena clarifica que ella es una burda
meretriz, pues quiere vender su virginidad, y como consecuencia de ello, no se
niega a ser penetrada por el madero sino que quiere que la penetre analmente,
porque quiere vender su dignidad por 60.000 pesetas. Pero Almodóvar usa esa
ligereza moral para accionar una abominable violación enlosada en vileza, que
pone de manifiesto quién es el que tiene el poder, penetrándola con despotismo
y patentizando que el acto sexual se hará a su manera, pues él tiene el poder.
Finalmente, la violación es presentada como una apología
hacia el macho dominante, que puede violar, y debe hacerlo, pero sólo si
regenta internamente una personalidad fuerte como la del policía, sobre todo en
situaciones de debilidad en la mujer, escenificando la exposición de la
desigualdad en la correlación de fuerzas internas que hay entre el abusador y
la abusada.
[1] Freud, S. (1985). Sobre la más generalizada degradación de la vida amorosa. En O. C. vol XI. Buenos Aires. Amorrortu Ediciones.
[2] Valls, José
Luis. (2008). Diccionario freudiano. Diccionario
conceptual sobre temas de la obra teórica y Clínica de Sigmund Freud.
Buenos Aires. Gaby Ediciones.
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