miércoles, 18 de enero de 2017

El psicoanálisis de Tony Soprano


Tony Soprano junto a Jennifer Melfi, en su clínica de psicoanálisis, en The Sopranos.






Una de las parejas más picantes de la serie norteamericana fue protagonizada por el ya fallecido James Gandolfini y Lorraine Bracco. El psicoanálisis ofrece su doble cara: la burguesa y la controvertida. La primera se refleja palmariamente, en el precio que cobra la doctora Melfi a Tony Soprano,300 dólares a la semana por cuatro sesiones al mes: lo que demuestra que el psicoanálisis es una droga para ricos. La segunda, reverbera la polémica, de que una psiquiatra acoja a un paciente que lidera una red organizada de carácter mafioso.



Tony acude a la consulta al sufrir ataques de pánico, algo que no puede controlar, y que se evidencia en toda la serie; en los momentos de máxima tensión del gran jefe de la mafia. Su incapacidad para frenar esas invectivas brutales del inconsciente le llevan a la consulta de una compatriota de orígenes italianos.



Entre ambos personajes se bosqueja una relación emocional que les une hasta el punto de no poder vivir el uno sin el otro. Tony Soprano no tarda en enamorarse de su doctora, hasta el punto de tener sueños eróticos con ella, y de no lograr una erección, ni con su esposa, ni con sus amantes. Éste declara su amor por ella, pero es rechazado, ya que la médico confiesa que no podría tener una relación con alguien que usa a la gente a su beneficio, y que agarra el bien inmaterial del otro, a través de la violencia y el desgarro. Y ello, destierra a Tony, a una gran decepción: teleología visible de las apetencias no logradas en la esencia de lo real.



Aunque siempre serán memorables los besos que Tony le espetó a Melfi, y sus sueños del inconsciente, que desplegaban a un Tony en camiseta interior de tirantes, con una gran erección, en los que confesaba que ella le repudiaba pero que aún así le gustaba, y después fornicaban en su mesa de despacho. Sin olvidar la escena en que Tony Soprano confiesa a Melfi que se siente atraído por la hermosa y voluptuosa novia de su sobrino, compinche mafioso y futuro sucesor, con quien estuvo cerca de liarse a pesar de las advertencias de la doctora de las consecuencias terribles que ello acarrearía, y cuya pérfida relación no se ejecutó de milagro, por un accidente de tráfico que tuvieron ambos, al dirigirse a un lugar de venta de cocaína.


La serie no deja de lado al apotegma farmacológico de la sociedad estadounidense, cuando Melfi enchufa a Tony en el calmante artificial del dolor humano, con un tratamiento de Lithium y Prozac que logre frenar su depresión. Y que llega a provocar en él alucinaciones, como por ejemplo, la fantasía con una mujer joven, italiana, de orondos pechos que termina agarrando en sus brazos a un bebé que tiene el nombre de Tony italianizado, y que en verdad, es él, el jefe del hampa, inmerso en la quimera del amor maternal que nunca recibió de su madre torva, egoísta y fría. Y aquí, se detalla el caso edípico por excelencia.



El psicoanálisis da sus frutos, cuando Melfi desvela que la madre de Tony quería verle muerto, tras descifrar la doctora, que en sus pesadillas, el mafioso oscurecía pensamientos manifiestos, en los que un pato salía volando con su falo: señal inequívoca del subconsciente, pero Tony, lejos de aceptar algo tan terrorífico, empantana a la veracidad con la ceguera de quien no puede aceptar la tenebrosidad y responde, iracundo, contra la doctora, a quien amenaza, violentamente, tras encararse a ella a escasos centímetros, una vez había roto la mesa de cristal que le separaba de ella. Días después, volvería, desolado, confirmando que su teoría era cierta.



Melfi, además, es una herramienta que sirve a Tony para descodificar ciertos problemas que tiene con su negocio del crimen. Ante las preguntas de Tony, acerca de un compañero íntimo, de mafia, ella destapa que los problemas físicos pueden ser el síntoma de una carga emocional muy pesada, que un sujeto, apenas puede sobrellevar sobre su conciencia, y es a raíz de ese razonamiento, donde Tony cavila que uno de sus mejores amigos, que tiene problemas serios de espalda, es confidente de los federales, algo, que tras un sueño en el que estaba enfermo, por una intoxicación, confirmaría, terminando por asesinarle, a su pesar, por su traición espeluznante, algo imperdonable para los códigos éticos del hampa.



Así, Tony extrae su lado más tierno cuando llora ante Melfi, al relatar, que su hijo deambulaba en la peligrosa línea del suicidio, al haber roto con su pareja latina. Y con el vertido de lágrimas, fruto de la rotura de las emociones, expresó, sin ambages, que cuando un padre ve a un hijo que enferma, querría ponerse en su lugar, y así, desdeñar su sufrimiento, con la mirada conmovida de la médico.



Cuando Melfi fue violada, en el aparcamiento de su oficina, lloró, desconsoladamente, ante Tony, quien la miró y dijo si tenía algo que decirle, con sólo dos palabras hubiera desvelado a Tony su violación, y entonces, Tony habría aplicado su parajusticia a través de sus soldados, pero Melfi, dejó morir a la cerilla de su voz en el negror, y no quiso, por lealtad a sus principios, arrestar a la venganza, para ser utilizada.



Finalmente, Su relación muere cuando Melfi lee un libro en que se explicita que los criminales sienten admiración por mascotas y bebés, y que la terapia justifica, y hasta potencia, su acción virulenta, y todo ello, se da en Tony Soprano, quien llegó a matar con sus manos, a un subalterno porque fingió un incendio en un establo para cobrar el seguro, aunque dicha acción, produjese la muerte de una yegua por la que Tony sentía devoción; por no mencionar, la veneración obsesiva que tenia el grandullón por los patos que estaban en su piscina. Además, él adoraba a los bebés y a los niños: cuando su sobrina lloraba al no poder subirse a una atracción ferial, el rollizo maleante, la subió en lo alto con sus manos, y la hizo balancearse, como si estuviera dentro de una. Y Tony, mostró su machismo, aseverando que ella tenía problemas hormonales, relativos a su condición de mujer, con la réplica enérgica de ella, de que él no era su ginecólogo.



El psicoanálisis se enfrentó a su batalla más lóbrega entre una doctora de soberbia inteligencia y un criminal de irrefrenable violencia, declarando, que la unión de personajes contrarios, con filosofías de vida distintas, engendran la moraleja más enriquecedora. Cuando encierras en una habitación a dos seres que comparten una lengua pero que valoran los vocablos de distinta manera el resultado siempre es sinérgico, pues Tony, lejos de reprimir sus negocios siniestros, y su vida salvaje, buscaba una transfiguración de los valores para ubicar las reflexiones y sus matices lingüísticos con objeto autojustificar su vida delictiva, mientras Melfi, aceptó un reto por el que acabó enganchada como una yonqui de la aventura, hasta que dilucidó, el peligro que suponía la terapia, puesto a que enaltecía la mente del criminal a la hora de efectuar sus actos ruines.


Pero sobre todo, la serie, con este encuentro de bimotores carismáticos de la personalidad mas egregia, cosechó, la importancia de eso que es, la mayoría de las veces, un difuminado, que es el inconsciente, y que en manifestaciones quiméricas, desarropa la línea de pensamiento que debe encauzar nuestras vidas, y cuya omisión, podría suponer una catástrofe total.

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